28 de Junio: Fiesta del Inmaculado Corazón de María.
“Y para que la devoción al Corazón
augustísimo de Jesús produzca más copiosos frutos de bien en la familia
cristiana y aun en toda la humanidad, procuren los fieles unir a ella
estrechamente la devoción al Inmaculado Corazón de la Madre de Dios. Ha sido
voluntad de Dios que, en la obra de la Redención humana, la Santísima Virgen
María estuviese inseparablemente unida con Jesucristo; tanto, que nuestra
salvación es fruto de la caridad de Jesucristo y de sus padecimientos, a los
cuales estaban íntimamente unidos el amor y los dolores de su Madre. Por eso,
el pueblo cristiano que por medio de María ha recibido de Jesucristo la vida
divina, después de haber dado al Sagrado Corazón de Jesús el debido culto,
rinda también al amantísimo Corazón de su Madre celestial parecidos obsequios
de piedad, de amor, de agradecimiento y de reparación”
-Encíclica
Haurietis Aquas. 36. del Papa Pío XII-
Después de su
entrada a los cielos, el Corazón de María sigue intercediendo amorosamente en
nuestro favor. El amor de su corazón se dirige primero a Dios y a su Hijo
Jesús, pero se extiende también con solicitud maternal a todo la humanidad que
Jesús le confió en la cruz; y así la veneramos por la santidad de su Inmaculado
Corazón y le solicitamos la protección incondicional que en su vocación de
Madre Universal nos puede brindar.
Venerar el
Inmaculado Corazón de María es venerar a la mujer que está llena del Espíritu
Santo, llena de gracia, y siempre pura para Dios. Su corazón puro siempre está
lleno de amor por sus hijos. Por eso se representa rodeado de blancas rosas. El Arcángel Gabriel al anunciarle a María la
encarnación del Hijo de Dios no hizo otra cosa que cambiar un paraíso por otro.
Venía del cielo y encontró en María un mar de gracia en su alma. Era un mar sin
límites, ni profundidad, ni horizonte. Su gracia sólo conocía los límites del
infinito. Por eso el Señor encarnó en Ella, Arca de la Nueva Alianza, en donde
el cielo y la tierra se comprometieron en unas nupcias eternas, siendo María el
diamante que brilló en el anillo de la humanidad. Dios nos prueba una vez más
que su Amor se basa en su Misericordia, más que en su propia dignidad.
María continuó
su fructífera vida mucho más allá del nacimiento del Hijo. Es precisamente a
través de esta primera maternidad que ella la extiende para dar a luz a cada
Cristiano, como miembro del cuerpo de Cristo. La maternidad física consumó en
ella una ilimitada maternidad espiritual; de tal manera que cuando su Hijo
recibe las súplicas de cualquier persona –trátese de fe, conversión o vocación,
ella facilita el camino. Ella lo hace de una forma casi imperceptible, pero es
la forma más poderosa. Establece un enlace entre los pecadores y su Hijo. No se
coloca entre los dos como si fuera una tercera parte que pudiera oscurecer el
acceso a la luz de su Hijo, sino que más bien clarifica todo y remueve todos
los obstáculos que pudieran obstruir el acceso a la luz de su Hijo. Ella conoce
todos los caminos que conducen a su Hijo, conoce todas las ‘curvas’ y desviaciones.
Con frecuencia,
es Ella quien trabaja en la noche, en los intervalos, eliminando las
dificultades de las tareas más abrumadoras en la vida. Muchas veces, nos
encontramos en situaciones en que no es fácil discernir la voluntad de Dios.
Recurrimos al consejo de un sacerdote, a un buen libro, a las oraciones y a
otros recursos, pero todavía no hallamos la ‘entrada’, el punto clave de
realización. En esos momentos, la vida cristiana puede parecer como una alta
montaña que escalar, o un gran muro. Las conquistas temporales no bastan, a
veces nos ‘dormimos’ en el camino, aún teniendo claro lo que debemos hacer y la
transición parece indefinida. Es María quien puede apropiarse de la situación,
plantearla, configurarla, para finalmente presentarla. Lo que se veía como un
problema en la noche, tiene ya solución en la mañana. La intervención de
nuestra Madre en el proceso permanece casi invisible, pero Ella lo logra, con
el mismo poder con que formó al Niño Jesús.
Veneramos el corazón que guarda todas las cosas
de Dios en su Corazón y que nos ayuda a sanar y consagrar a Dios nuestro propio
corazón. María vivió con sus ojos puestos en Cristo. En Lucas 2, 19, el
evangelista nos dice: “María por su parte, guardaba todas estas cosas y las
meditaba en su corazón”. Todas sus
memorias estaban impresas en su corazón, de tal manera que reflexionaba en cada
aspecto de su vida, junto a Jesús. Juan Pablo II, en su Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae” (No. 11)
escribe que esas memorias eran su propio rosario, que ella misma recitó
ininterrumpidamente a lo largo de su vida terrenal. Aún hoy en día, los cantos
gozosos de la Jerusalén celestial siguen siendo razones válidas para darle
gracias y alabanza. Son fuente de inspiración para su propia intercesión
maternal en favor de la Iglesia peregrina. Cuando rezamos el Rosario, entramos
en contacto con estas hermosísimas memorias de su corazón y con la
contemplativa mirada que brota desde su Inmaculado Corazón.
Es muy conocida
la devoción a los 5 primeros sábados de cada mes. No obstante su efectividad,
nuestra atención debe orientarse al mismísimo corazón físico, aunque esto no
sea suficiente, pero debemos profundizar en lo que sugiere el corazón humano de
María, que es un símbolo de expresión que nos recuerda y nos pone en contacto
con la vida interior de María, sus alegrías y sus tristezas, sus virtudes y
perfección escondida; pero sobre todo, su amor virginal a Dios, su amor
maternal a su Divino Hijo y finalmente; su amor maternal y compasivo por sus
miserables hijos aquí en el mundo. Nuestra devoción no puede ser efectiva si
consideramos la vida interior y las bellezas de su alma, sin pensar en su
corazón físico; tampoco podemos fragmentar la devoción considerando al corazón
de María sólo como una parte d su cuerpo virginal. Los dos elementos son
necesarios para la devoción, tanto como el cuerpo y el alma constituyen al ser
humano.
La historia de
la Devoción al Inmaculado Corazón de María está conectada en varios puntos a la
del Sagrado Corazón de Jesús; sin embargo, tiene su propia historia. La
atención de los cristianos fue atraída desde el principio por el amor y las
propias virtudes del corazón de María. Los propios evangelios nos invitan con
una exquisita discreción y delicadeza. También nos invitan a la compasión hacia
Ella, sobre todo cuando se encontraba al pie de la cruz. La profecía de Simeón,
Lc 2, 29-32 también contribuyó a promover su devoción con una de sus
representaciones más populare: el corazón traspasado por una espada. San
Agustín escribió que María no era una presencia pasiva al pie d la cruz; “Ella
cooperó a través de la caridad en la obra de nuestra redención”.
El Magnificat,
Lc 1, 46-56, nos arroja más luz sobre su corazón, a la vez que nos revela los
elementos de la psicología mariana. Algunos Padres de la Iglesia son aportan
profundas revelaciones sobre esta psicología:
1.
San Ambrosio. En su
comentario sobre el evangelio de San Lucas donde escribe que María es el ideal
de la virginidad.
2.
San Efrén. Nos ofrece un
cántico poético sobre la llegada de los Magos y la bienvenida que los ofreció
la humilde Madre. Poco a poco, en consecuencia de la aplicación del Cántico de
la relación amorosa entre Dios y la bendita Virgen, el Corazón de María, llegó
a ser para la Iglesia el corazón de la esposa delos Cánticos, así como también
el Corazón de la Virgen Madre. También de otros libros sapienciales, se puede
deducir que María, con sus encantos, personifica
la Sabiduría, madre del amor, del conocimiento y de la santa esperanza.
3.
La misma Santa Isabel la
proclama bendita porque creyó las palabras del ángel. El Magnificat es una
expresión de su humildad, al responder como mujer del pueblo.
4.
San León Magno dijo que
através de la fe y el amor, Ella concibió a su Hijo espiritualmente, aún antes
de recibirlo en su vientre.
5. San Agustín. Escribió que María fue más
bienaventurada al concebir a Cristo en su corazón, que al haberlo concebido en
su vientre.
La devoción a su Inmaculado Corazón
fue creciendo a lo largo de la historia. María tocó los corazones de muchos
santos que también contribuyeron a extenderla: San Bernardo de Clairvaux en “De
duodecim stellis”,
del cual la Iglesia usa un extracto en el Oficio de la Compasión y de los Siete
Dolores. El año 1080, San Anselmo de Lucca publicó sus meditaciones sobre el
Ave María y el Salve Regina. Santo Tomás Becket también tuvo una profunda
devoción a los Dolores de María. Santo Domingo, en el siglo XIII, creador del
Rosario; “Las Revelaciones de Santa Brígida”, con su modelo místico de María, publicado
en 1361; San Bernardino de Siena, absorbido en sus contemplaciones en el
corazón virginal, en 1444; San Francisco de Sales habla de las perfecciones de
este corazón, modelo del amor de Dios y le dedicó su “Theotimus”; este modelo
influyó más tarde, en el siglo XIX, en San Juan Bosco para formular su modelo
educativo, estableciendo que la educación es cosa del corazón.
San Juan Eudes
Fue
en la segunda mitad del siglo XVI y la primera mitad del XVII, precisamente
cuando San Francisco de Sales publicaba extensamente sus obras, que también se
extendió esta devoción con más fuerza. San Juan Eudes, en 1681, se dio la tarea de propagar esta devoción y hacerla
pública, además de proponer una fiesta en honor del Corazón de María, primero
en Autun, en 1648 y después en varias diócesis francesas. Estableció varias
sociedades para promover la devoción, habiendo publicado su obra “Coeur
Admirable” (Corazón admirable) en 1681.
El Sagrado
Corazón de Jesús unido con el Inmaculado Corazón de María comparte su Triple
Amor: Como símbolo de Amor Divino que comparte con el Padre y el Espíritu
Santo; como símbolo de Amor Ardiente dentro de su alma, que enriquece la
voluntad de Cristo, iluminando y gobernando sus actos mediante su conocimiento
perfecto; en una manera más directa y natural, es el símbolo del Amor Sensible,
ya que el cuerpo de Cristo fue formado por el Espíritu Santo en el vientre de
la Virgen María, posee poderes absolutos de sentimientos y percepción, de hecho
más intensos que los de cualquier cuerpo humano.
San Juan Pablo Magno plantea esta
devoción con una radicalidad evangélica en su Carta Apostólica ‘Rosarium Virginis Mariae’: “El Rosario
nos transporta místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento
humano de Cristo en la casa de Nazaret. Eso le permite educarnos y modelarnos
con la misma diligencia, hasta que Cristo «sea formado» plenamente en nosotros
(cf. Ga 4, 19). Esta acción de María, basada totalmente en la de Cristo y
subordinada radicalmente a ella, «favorece, y de ninguna manera impide, la
unión inmediata de los creyentes con Cristo».[20] Es el principio iluminador
expresado por el Concilio Vaticano II, que tan intensamente he experimentado en
mi vida, haciendo de él la base de mi lema episcopal: Totus tuus. Un lema, como es
sabido, inspirado en la doctrina de san Luis María Grignion de Montfort, que
explicó así el papel de María en el proceso de configuración de cada uno de
nosotros con Cristo: «Como quiera que toda nuestra perfección consiste en el
ser conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, la más perfecta de la
devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, nos une y nos consagra lo
más perfectamente posible a Jesucristo”.
-Yvette Camou-
Bibliografía:
Biblia de Jerusalén. Desclée
de Brouwer. 2008. Bilbao, España.
Bilton,
William G. ‘Devotion to the Immaculate Heart of Mary’. Entry at the Catholic
Encyclopaedia/New Advent.
Robert Appleton Co. Updated. 2014.
Papa Juan Pablo II, ‘Rosarium
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de Octubre del 2002. Roma.
Papa Pío XII. ‘Haurietis
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Peyton,
Patrick. ‘Father Peyton’s Rosary Prayer Book’. Ignatius Press. 2003. Page 94.
Schaff,
Philip (Editor); Dods, Marcus;
Cleveland, Rose Elizabeth; Shaw, J.F. Rev. “The Complete Works of Saint Augustine: The
Confessions, On Grace and Free Will, The City of God, On Christian Doctrine,
Expositions on the Book Of Psalms, . [Kindle Edition]. Amazon Digital
Services. August 3rd, 2011.
Von
Speyr, Adrienne. ‘Handmaid of the Lord’. Ignatius Press. 1985. Pages 12, 163,
164.