“Yo prometo a las almas que veneren mi imagen
que no perecerán……Los dos rayos denotan Sangre y agua. Los rayos pálidos denotan
agua, que conduce a las almas a la rectitud. Los rayos rojos denotan la Sangre,
que da vida a las almas”
Esta pregunta me hicieron recientemente dos mamás
de los niños de Primera Comunión, ya que se acerca la Solemnidad del Sagrado
Corazón y todavía traemos fresca en nuestra memoria la canonización de San Juan
Pablo Magno, precisamente el Domingo de la Divina Misericordia. Otros han
manifestado la misma inquietud con las imágenes, como si una excluyera a la
otra.
Para
empezar, debemos establecer lo obvio: Jesús sólo tiene un corazón, pero ambas
devociones son realmente inseparables. Del Sagrado Corazón de Jesús brota un
amor misericordioso para nosotros y ese mismo Amor debe brotar desde nuestro
corazón hacia los demás. No se trata de
un simple ícono. El Papa Pío XI enseñaba que la devoción al Sagrado Corazón de
Jesús era ‘el compendio de nuestra
religión’. El Papa Pío XII escribió en su encíclica sobre el Sagrado Corazón
‘Haurietis Acquas’, de 1956: “Por consiguiente, representa y pone ante los ojos todo
el amor que Él nos ha tenido y nos tiene aún. Y aquí está la razón de por qué
el culto al Sagrado Corazón se considera, en la práctica, como la más completa
profesión de la religión cristiana. Verdaderamente, la religión de Jesucristo
se funda toda en el Hombre-Dios Mediador; de manera que no se puede llegar al
Corazón de Dios sino pasando por el Corazón de Cristo, conforme a lo que El
mismo afirmó: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino
por mí»” [107].
La
devoción al Sagrado Corazón nos llama a hacer reparación por nuestros pecados.
Esa es la orientación que tienen sus prácticas específicas, como lo son: la
comunión, los primeros viernes de cada mes, la Adoración Eucarística y la Hora
Santa. Todo este conjunto de devociones nos deben conducir a una comprensión
más profunda de su infinito amor y su misericordia. El Diario de Santa Faustina
Kowalska, escrito entre 1931 y 1938, converge con el mensaje de Santa Margarita
María Alacoque, que vivió el siglo XVII. En dicho diario, en la entrada 1777,
podemos leer: “Mi hija, que sepas que Mi Corazón es
la misericordia misma. Desde este mar de misericordia, la gracia fluye hacia el
mundo entero. Ninguna alma que se haya acercado a mí, se ha retirado sin
consuelo”.
Los
mensajes comparten el mismo camino y hay cierta simetría entre las imágenes que
definen las dos devociones. Esta curiosa dualidad fue expresada en sus propios
términos por ambas santas:
- 1. En 1673, en su primera aparición, Nuestro Señor le pidió a Santa Margarita María que la imagen de su Sagrado Corazón fuera venerada por los fieles, le dijo: “Mi Divino Corazón está tan apasionadamente enamorado de la humanidad que ya no puede contener las flamas de ese amor ardiente”. Después de otra aparición, Santa Margarita María escribió: “Se le debe rendir honor bajo el símbolo de un corazón de carne, cuya imagen debe ser expuesta públicamente. En cualquier lugar que esta imagen sea expuesta para veneración pública, el Señor derramará sus gracias y bendiciones”. Santa Margarita María Alacoque pertenecía a la Orden religiosa de la Visitación, fundada por San Francisco de Sales.
- 2. El mensaje de la Divina Misericordia viene a nosotros, que vivimos en un mundo que ya ha sufrido la devastación de las guerras mundiales, el azote del ateísmo, regímenes políticos que niegan la trascendencia del hombre, genocidios, además de un materialismo y relativismo moral que han escalado la destrucción de la familia, divorcios, violencia, abusos, adicciones, abortos, pornografía, crimen organizado y mucho más. Somos como ovejas perdidas que nos sometemos voluntariamente a la explotación y rapacidad de una sociedad anti-cristiana. El Mensaje de la Divina Misericordia necesita ser interiorizado a la luz de los retos actuales para nuestra fe. Consiste en confiar plenamente en Dios, en perdonar, pedir perdón por los pecados de todos; además de contener la espiral del pecado y ser misericordiosos con los demás. Se trata del Amor, porque Dios es Amor. Si el amor habita en nosotros, entonces Dios habita en nosotros. Somos templos del Espíritu Santo y para manifestarlo, debemos realizar acciones que sean propias de Dios, con un corazón lleno de misericordia para compartir el Amor de Dios. Toquemos el corazón de Cristo, invitando también a Dios a que toque nuestros corazones. Hagámoslo con la humildad con que lo hicieron los leprosos que se presentaron ante Jesús con su carne desfigurada, pidiéndole que los sanara (Lc 16, 11-19). Santa Faustina, apóstol de la Divina Misericordia insiste en que dejemos el acceso a nuestro corazón abierto, que Dios se encargará del resto. También nosotros, podemos presentarle a su ‘sagrado dedo’ lo que necesita ser tocado por su gracia, muy especialmente en el sacramento de la Reconciliación. Jesús le reveló a Santa Faustina: “Las gracias de mi Misericordia sólo pueden ser acogidas por un solo medio, que es la confianza en Dios”.
- 3. Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca, falleció en 1938, antes de que Hitler invadiera Polonia y empezara la Segunda Guerra Mundial en 1939. Su diario y mensajes fueron fuentes de consolación para Europa, abatida por la destrucción de la guerra. En la entrada 1535 de su diario escribe: “Oh, Jesús, me encierro en tu misericordiosísimo corazón, como en una fortaleza, impregnable contra los misiles de mis enemigos”, quizás vaticinando la fuerza del mal, tanto en las guerras externas como internas. En la entrada 258, nos advierte contra nuestros enemigos internos, con las palabras de Jesús: “No temas, Yo no te abandonaré a ti misma”.
Para Cristo, el
dolor más grande es la ingratitud en nuestros corazones. Se lo dijo a Santa
Margarita María. Sigue teniendo sed de almas, como en la cruz. En vez de
ofrecerle más ingratitud, ofrezcámosle oraciones, sacrificios y actividad
apostólica para entrar en contacto con su corazón. Sólo así podremos tener una relación personal
con Dios.
En su Divina
Misericordia, Dios no se conforma con fijarse en nuestras limitaciones y
pecados, más bien se fija en nuestro potencial, en lo que nos podemos
transformar por medio de su gracia. Si
Cristo confía en nuestro potencial, con más razón debemos responderle confiando
en su Misericordia. El mensaje de la Divina Misericordia se celebra con la
Pascua. Cristo Resucitado nos llama durante la Octava de Pascua a abrir
nuestros corazones a la fuente de su Divina Misericordia, su Sagrado Corazón
del que brota cada gracia en un acto de Amor perfecto, que ha sufrido y ha
conquistado la muerte para traernos a la vida eterna.
En la imagen de la
Divina Misericordia, podemos ver ilustrada una enseñanza de San Agustín, que
desde el siglo IV proclamaba a los fieles que el agua viva que brotaba del
corazón de Jesús no es otra que el agua de la Iglesia que nace en el sacramento
del Bautismo. La Iglesia nace precisamente al momento en que el centurión
romano lanza la espada que hiere el sagrado corazón de Nuestro Señor. Las aguas
purificantes del Bautismo, junto con el agua de la Sagrada Eucaristía fluyen
sacramentalmente desde el corazón de Cristo para regar las almas del Pueblo de
Dios y asegurar la intimidad de nuestro encuentro y relación personal con Dios.
San Juan Pablo Magno consideraba la predicación sobre el
amor y la misericordia de Dios la misión central de su pontificado, como lo
manifiesta en su gran encíclica ‘Dives in
Misericordia’. Sus palabras harán
eco en las futuras generaciones: “El hombre
contemporáneo se interroga con frecuencia, con ansia profunda, sobre la
solución de las terribles tensiones que se han acumulado sobre el mundo y que
se entrelazan en medio de los hombres. Y si tal vez no tiene la valentía de
pronunciar la palabra «misericordia», o en su conciencia privada de todo
contenido religioso no encuentra su equivalente, tanto más se hace necesario
que la Iglesia pronuncie esta palabra, no sólo en nombre propio sino también en
nombre de todos los hombres contemporáneos.”. El Papa Benedicto XVI, en
su mensaje de Regina Caeli del 6 de Abril del 2008, al concluir el Congreso
Apostólico Mundial de la Misericordia, fue más allá al anunciar que hay un mandato de
la Divina Misericordia que debe cumplirse: “Mi
cordial saludo se convierte ahora en un mandato: Vayan por todo el mundo, como
testigos de la Divina Misericordia, fuente de esperanza. Que el Señor
Resucitado esté con ustedes siempre”.
En su último mensaje
de la Divina Misericordia, preparado para el 3 de Abril del 2005 y leído
después de su fallecimiento, San Juan Pablo Magno, compartía con el mundo estas
últimas palabras: “Como un regalo para la
humanidad, que muchas veces se ve alarmada y abrumada por el poder del mal, el
egoísmo y el temor; tenemos al Señor Resucitado, Amor que perdona, reconcilia y
reabre las puertas del Amor. ¡Cómo tiene el mundo necesidad de comprender y
aceptar la Divina Misericordia!”.
En el Evangelio del Domingo de la Divina
Misericordia también escuchamos a Jesús que les trae la paz e infunde el
Espíritu en sus discípulos (Jn 20, 19-23).
En el momento de su muerte en la cruz, Jesús, lleno del Espíritu Santo, derrama
su Misericordia y Amor sobre el mundo, en cierto sentido, pasivamente, ya que
murió en la cruz como el Hijo del Hombre. Al mismo tiempo, Jesús, como el Hijo Eterno
de Dios, en el momento en que fue traspasado por la lanza del centurión romano,
permite que su herida derrame su Amor y
su Misericordia a través de todos los tiempos, anticipando el flujo del
Espíritu Santo como fuente infinita de
Vida Eterna, agua viva capaz de colmar la sed de nuestras almas.
Abramos nuestros corazones a
la Divina Misericordia para que el Sagrado Corazón de Jesús derrame su Santo
Espíritu en nuestros corazones de piedra y los transforme en corazones de carne
(Ezequiel 36, 26-27). Es así como Él
nos da su Amor y nos permite amar con el mismo Amor que nos dio.
No temamos compartir estas devociones con
los jóvenes, aunque a muchos les parezca absurdo. El Papa Benedicto XVI
consagró la juventud del mundo al Sagrado Corazón durante la Jornada Mundial de
la Juventud del 2011, en Madrid, en presencia de más de 4 millones de ellos,
además de la audiencia televisiva. Les
llevó su mensaje directamente al corazón: Cuando entramos en las profundidades
del corazón, siempre encontramos un deseo muy profundo: ansiamos la felicidad.
Nos preguntamos dónde y cómo podemos encontrar la felicidad. Nuestra
experiencia nos señala que esta sed es apagada cuando se realiza nuestro deseo
de conocer el infinito. El Papa
Benedicto XVI dijo en su mensaje: “Los hombres y
las mujeres fueron creados para algo grande, para lo infinito”. Este deseo de infinidad no es otro que el de
ser amados por un Amor infinito. Dios es la fuente de la Vida y del Amor.
Cuando excluimos a Dios de la fuente de nuestra vida, inevitablemente nos
privamos de la alegría y la satisfacción: “Sin el
Creador, la creatura se desvanece hacia la nada”. (Gaudium et Spes, 36). Tristemente, vemos en nuestra
sociedad muchos intentos por construir un paraíso terrenal, excluyendo a Dios. Esa
no es la respuesta. La búsqueda del corazón del hombre termina cuando uno
descubre el corazón de Dios.
Escribió San Agustín: “Tú nos hiciste, oh Dios, para ti y nuestro corazón no
descansará hasta que descanse en ti”. San
Agustín se refiere a la dificultad de obtener el Amor verdadero a raíz de
nuestra naturaleza de creaturas; ya que somos
seres finitos y pecadores. Hay un conflicto con nuestro egoísmo, el caos de nuestras pasiones
y todo lo que nos aleja del verdadero Amor. El corazón del hombre necesita un
corazón que esté ‘a su altura’, que pueda entrar en su historia y que sea todopoderoso
para que lo rescate de sus limitaciones y pecados. En Cristo Jesús, nos dice el
Papa Benedicto XVI, “Dios ha venido al encuentro de
la humanidad con un ‘corazón humano’. En el encuentro del corazón del
hombre con el Sagrado Corazón de Jesús, el misterio de la salvación se hace
real. Partiendo del infinito horizonte de su amor, Dios ha deseado entrar a los
límites de la historia humana. Él tomó para sí un cuerpo y un corazón. Por lo
tanto, podemos contemplar un encuentro entre lo finito y lo infinito, lo invisible
y el inefable Misterio del corazón humano de Jesús, el Nazareno”. (Benedicto XVI, Ángelus, 01/06/2008).
El Papa Benedicto XVI nos ofrece
otra hermosa reflexión que podemos tomar de su homilía en la Beatificación del
Cardenal John Henry Newman, en Londres: “La
santidad es una inmersión en el flujo del amor que brota del Sagrado Corazón de
Jesús. El Cardenal Newman con su frase: ‘El
Corazón habla al corazón’ quería instruirnos sobre el sentido de la vida
cristiana como un llamado a la santidad, vivida con el profundo deseo de que el
corazón humano entre en íntima comunión con el Corazón de Dios”.
-Yvette
Camou-
Referencias Bibliográficas:
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Aprobada por las Conferencias Episcopales de México y Chile.
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No. 107
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Schaff, Philip (Editor); Dods, Marcus; Cleveland, Rose Elizabeth; Shaw, J.F.
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