Y
en este silencio, prolongado por años, vemos algo especial de la persona de San
José: “Pero es un silencio que redescubre de modo especial el perfil interior
de su figura. Los evangelios hablan exclusivamente de lo que José hizo, sin
embargo permiten descubrir en sus acciones -ocultas por el silencio- un clima de profunda contemplación” (RC 25)..
El silencio de san José es un
silencio eminentemente contemplativo, es una subidísima contemplación, nos dice
el Papa San Juan Pablo II, es decir, un
silencio en el que Dios le enseña, dice san Juan de la Cruz, “la ciencia
sabrosa que es la ciencia secreta de Dios muy sabrosa, porque es ciencia por
amor, el cual es el maestro de ella y el que todo lo hace sabroso” (CE 27,5).
Le enseña la ciencia del amor, la única que quería santa Teresita. En el
contacto y trato silencioso y diario con Jesús y María Dios Padre le esta
enseñando esta ciencia. La abundancia de amor que el Espíritu Santo derrama en el corazón de san José no es fácil
comprenderlo. Abismos de amor se van desarrollando en él. Por eso su vida es
sabrosísima en cada momento, aún en medio de los trabajos y sufrimientos que
tuvo que pasar en su vida que no fueron pocos y livianos, sino bien duros,
porque los vive con abismos de callado amor que hay en su corazón, que el amor es
el que lo hace todo sabroso.
Las
altas comunicaciones místicas, como las que experimentó santa Teresa de Jesús,
y con cuánto sabor espiritual, como ella cuenta, se experimentan en el más
profundo y amoroso silencio... Escribe santa Teresa: “Pasa con tanta quietud y
tan sin ruido todo lo que el Señor aprovecha aquí al alma y la enseña, que me
parece que es como en la edificación del templo de Salomón adonde no se había
de oír ningún ruido(1Rey 6,1), así es en este templo de Dios, en esta morada
suya, solo él y el alma se gozan con grandísimo silencio” (7M 3,11)… Con grandísimo
silencio se gozan san José y el Espíritu Santo en la comunicación y enseñanza
de esta ciencia de amor que este le va enseñando día tras día.
San
Juan de la Cruz afirma su vez: “porque lo que Dios obra en este tiempo no lo
alcanza el sentido, porque es en silencio, que como dice el sabio, las
palabras de la sabiduría oyense en
silencio (Eclo 9,17) (Llama, 3.67).
San
José está en una actitud de adoración, en una actitud de éxtasis de amor ante
la belleza, la fuerza y la grandeza del Maestro que le está enseñando esta
ciencia de amor, que le hace caer en un profundo silencio interior que es la
alabanza de Dios.
Nadie
piense que san José no habló. La vida en la casa de Nazaret se desenvuelve con toda normalidad;
los que la habitan son seres lo más normales y humanos, a pesar de estar
divinizados y precisamente por eso, es una familia que dialoga, comparte con la
mayor naturalidad entre sí y con las demás gentes con quienes conviven. Pero
sus palabras, no solo las de san José, sino también y en un grado más elevado
las de Jesús y de María, como sus
hechos están llenos de profundidad de
callado amor que les imprime su silencio
que es intimidad amorosa con Dios Amor. De este profundo silencio, de este
profundo callado amor nacen las palabras pletóricas de vida y sabor –las
palabras de Cristo son espíritu y vida-
y las obras admirables y elocuentes más que las palabras.
San
José no habló, pero hizo; su hacer desde los abismos de amor que envuelven su
corazón es la mayor y mejor alabanza de su silencio interior, de esa intimidad
intimísima con Dios Amor.
El
contemplativo verdadero, que es san José, todo lo que hace lo hace desde el
callado amor que le llena y desborda el corazón. Su vida es purísimo amor a
Dios Padre a su amadísimo Hijo Jesucristo y a su amantísima esposa la Virgen
María y a todos los hombres. Aprendamos a dejarnos llenar de la ciencia del
amor, cultivando un silencio de intimidad con Dios Padre y Amor.
P.
RománLlamas,ocd