28 de octubre de 2014

¿Quién fue el Papa numero 40?


Inocencio I De acuerdo al "Liber Pontificalis" fue nativo de Albano; su padre se llamaba Inocencio. Creció entre el clero romano y en el servicio de la Iglesia Romana. Después de la muerte de Anastasio (diciembre de 401) fue unánimemente elegido Obispo de Roma por el clero y el pueblo. No nos ha llegado mucho concerniente a sus actividades eclesiásticas en Roma. No obstante, hay buen testimonio de uno o dos ejemplos de su celo por la pureza de la fe católica y la disciplina eclesiástica: él le quitó varias iglesias en Roma a los novacianos (Sócrates, Hist. de la Iglesia VII.2) y logró que Marco, un seguidor de Fotino, fuera expulsado de la ciudad. Probablemente no fue sin su concurrencia que el emperador Flavio Honorio publicó desde Roma (22 de febrero de 407) un drástico decreto contra los maniqueos, los montanistas, y los priscilianos (Códice Teodosiano, XVI, 5, 40). A través de la munificencia de Vestina, una rica matrona romana, Inocencio pudo construir y dotar ricamente una iglesia dedicada a los Santos Gervasio y Protasio; esto fue el antiguo título Vestinoe, la que todavía se mantiene bajo el nombre de San Vitale. El asedio y captura de Roma por los ostrogodos bajo Alarico (408-10) ocurrió durante su pontificado. Cuando, en el tiempo del primer asedio, el líder bárbaro hubo declarado que se retiraría solo con la condición que los romanos acordaran una paz favorable a él, una embajada de los romanos fue donde Honorio, en Rávena, para tratar, de ser posible, lograr la paz entre él y los godos. El Papa Inocencio también se unió a esta embajada, pero todos sus esfuerzos para lograr la paz fallaron. Los godos entonces recomenzaron de nuevo el asedio de Roma, así que el Papa y los embajadores no pudieron retornar a la ciudad, la cual fue tomada y saqueada en el año 410. Desde el inicio de su pontificado, Inocencio a menudo actuó como cabeza de toda la Iglesia, ambas Oriente y Occidente.

En su carta al arzobispo Anisio de Tesalónica, en la cual informa la noticia de su propia elección a la Santa Sede, él también confirma los privilegios que habían sido otorgados al arzobispo por los Papas anteriores. Cuando Illyria oriental cayó ante el Imperio Oriental (379) el Papa San Dámaso I había afirmado y preservado los antiguos derechos del papado en aquellas partes, y su sucesor Siricio le había concedido al arzobispo de Tesalónica el privilegio de confirmar y consagrar a los obispos de Illyria Oriental. Estas prerrogativas fueron renovadas por Inocencio (Ep. I), y por una carta posterior (Ep. XIII, 17 de junio de 412) el Papa confió la administración suprema de la diócesis de Illyria Oriental al arzobispo Rufo de Tesalónica, como representante de la Santa Sede. Por este medio el vicariato papal de Illyria descansó sobre una base sólida, y los arzobispos de Tesalónica se convirtieron en vicarios de los Papas. El 15 de febrero de 404 Inocencio le envió un importante decreto al obispo Victricio de Rouen (Ep. II), quien había depositado ante el Papa una lista de asuntos disciplinarios para su decisión. Los puntos en discusión se referían a la consagración de obispos, admisión a los rangos del clero, las disputas entre clérigos, por medio de lo cual se llevaron importantes asuntos desde el tribunal episcopal a la Sede Apostólica, también las ordenaciones del clero, celibato, la recepción a la Iglesia de los conversos novacianos o donatistas, monjes y monjas. En general, el Papa indicó que la disciplina de la Iglesia Romana es la norma que deben seguir los otros obispos. Inocencio dirigió un decreto similar a los obispos españoles (Ep. III) entre los cuales habían surgido dificultades, especialmente respecto a los obispos priscilianos. El Papa reguló este asunto y al mismo tiempo afirmó otros asuntos de disciplina eclesiástica.
Cartas similares, de contenido disciplinario, o decisiones de casos importantes, se enviaron al obispo Exuperio de Tolosa (Ep. VI), a los obispos de Macedonia (Ep. XVII), a Decencio, obispo de Gubbio (Ep. XXV), a Félix, obispo de Nocera (Ep. XXVIII). Inocencio también remitió cartas más cortas a varios otros obispos, entre ellos a dos obispos británicos, Máximo y Severo, en los cuales él decidió que los sacerdotes que hubiesen tenido hijos después de su ordenación debían ser removidos de su sacro oficio (Ep. XXXIX). El Sínodo de Cartago (404) envió mensajeros al obispo de Roma, o al obispo de la ciudad donde se encontraba el emperador, para tomar las medidas necesarias para un tratamiento más severo a los montanistas. Los enviados vinieron a Roma, y el Papa Inocencio obtuvo del emperador Honorio un fuerte decreto contra aquellos sectarios africanos, por lo cual muchos adherentes del montanismo fueron inducidos a reconciliarse con la Iglesia.
El Oriente cristiano también reclamó parte de la energía del Papa. San Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, quien fue perseguido por la emperatriz Eudoxia y el patriarca alejandrino Teófilo, se puso bajo la protección de Inocencio. Teófilo ya le había informado al Papa de la destitución de Juan, siguiendo el ilegal Sínodo del Roble (ad quercum). Pero el Papa no reconoció la sentencia del sínodo, convocó a Teófilo a un nuevo sínodo en Roma, consoló al exiliado patriarca de Bizancio, escribió una carta al clero y al pueblo de Constantinopla en la cual les censuraba severamente su conducta hacia su obispo (Juan), y anunciaba su intención de convocar un sínodo general, en el cual el asunto sería examinado minuciosamente y decidido. Se sugirió a Tesalónica como el lugar de la asamblea. El Papa le informó a Honorio, emperador de Occidente, de estos procedimientos, tras lo cual el último escribió tres cartas a su hermano, el emperador oriental Arcadio, y urgió a Arcadio a citar a los obispos de Oriente a un sínodo en Tesalónica, ante el cual comparecería el patriarca Teófilo. Los mensajeros que llevaron estas tres cartas fueron mal recibidos, pues Arcadio favorecía a Teófilo. A pesar de los esfuerzos del Papa y del emperador de Occidente, el sínodo nunca se realizó. Inocencio permaneció en correspondencia con el exiliado Juan; cuando, desde su lugar de destierro, el último le agradeció por su amable cuidado, el Papa le respondió con otra carta reconfortante, la cual el exiliado obispo recibió solamente poco tiempo antes de su muerte (407) (Epp. XI, XII). El Papa no reconoció a Arsacio y Ático, quienes habían subido a la Sede de Constantinopla en lugar del ilegalmente depuesto Juan.
Luego de la muerte de Juan, Inocencio deseaba que el nombre del fallecido patriarca fuese restituido a los dípticos, pero Ático no cedió hasta después de la muerte de Teófilo (412). El Papa obtuvo de muchos obispos orientales un reconocimiento similar del daño hecho a San Juan Crisóstomo. El cisma en Antioquia, que se remontaba a los conflictos arrianos, fue finalmente resuelto en tiempos de Inocencio. Alejandro, patriarca de Antioquia, logró (413-15) ganar para su causa a los adherentes del anterior obispo Eustacio; también recibió dentro de los rangos de su clero a los seguidores de Paulino, quien había escapado a Italia y había sido ordenado allí. Inocencio informó a Alejandro de estas actuaciones, y como Alejandro restauró el nombre de Juan Crisóstomo a los dípticos, el Papa entró en comunión con el patriarca antioqueno, y le escribió dos cartas, una en nombre de un sínodo romano de veinte obispos italianos, y otra en su propio nombre (Epp. XIX y XX). Acacio, obispo de Beroea, uno de los más celosos oponentes de Crisóstomo, había buscado obtener re-admisión a la comunión con la Iglesia Romana a través del mencionado Alejandro de Antioquia. El Papa le informó a el, por medio de Alejandro, las condiciones bajo las cuales reasumiría comunión con él (Ep. XXI). En una posterior carta Inocencio resolvió varios asuntos sobre disciplina eclesiástica (Ep. XXIV).
El Papa también le informó al obispo macedonio Maximiano y el sacerdote Bonifacio, quien había intercedido ante él por el reconocimiento de Ático, patriarca de Constantinopla, de las condiciones, las cuales fueron similares a aquellas requeridas del antedicho patriarca de Antioquia (Epp. XXII y XXIII). En las controversias origenistas y pelagianas, también se invocó la autoridad del Papa desde varias sedes. San Jerónimo y las monjas de Belén fueron atacados en sus conventos por los brutales seguidores de Pelagio, un diácono fue asesinado, y una parte de los edificios fue incendiada. Juan, obispo de Jerusalén, quien estaba en malos términos con Jerónimo debido a la controversia origenista, no hizo nada para prevenir estos ultrajes. A través de Aurelio, obispo de Cartago, Inocencio le envió a San Jerónimo una carta de condolencia, en la cual le informa que emplearía la influencia de la Santa Sede para reprimir tales crímenes; y si Jerónimo daba los nombres de los culpables, el procedería ulteriormente sobre el asunto. El Papa enseguida escribió una sincera carta de exhortación al obispo de Jerusalén, y le reprochó su negligencia en su deber pastoral.
Inocencio también se vio forzado a tomar parte en la controversia pelagiana. En el 415, sobre la propuesta de Paulo Orosio, el sínodo de Jerusalén trató el asunto de la ortodoxia de Pelagio ante la Santa Sede. El sínodo de obispos orientales celebrado en Dióspolis (diciembre de 415) que absolvió a Pelagio, al cual este último engañó con respecto a sus enseñanzas reales, acercó a Inocencio a favor del hereje. En el informe de Orosio respecto a los procedimientos en Dióspolis, los obispos africanos se reunieron en sínodo en Cartago (416) y confirmaron la condenación pronunciada en el 411 contra Celestio, quien compartía las opiniones de Pelagio. Los obispos de Numidia hicieron lo mismo en el mismo año en el Sinodo de Mileve. Ambos sínodos informaron al Papa sobre sus trabajos y le pidieron confirmar sus decisiones. Poco después de esto, cinco obispos africanos, entre los que se encontraban San Agustín, escribieron una carta personal a Inocencio respecto a sus propias posiciones en el asunto del pelagianismo. Inocencio en su respuesta alabó a los obispos africanos, porque, conscientes de la autoridad de la Sede Apostólica, habían apelado a la Cátedra de Pedro; el rechazó las enseñanzas de Pelagio y confirmó las decisiones redactadas por los Concilios de África (Ep. XXVII-XXXIII); además rechazó las decisiones de los sínodos de Dióspolis. Pelagio ahora envió una confesión de fe a Inocencio, la cual, sin embargo, fue solamente entregada a su sucesor (Papa San Zósimo), pues Inocencio falleció antes de que el documento llegara a la Santa Sede. Fue enterrado en una basílica sobre las catacumbas de Ponciano, y fue venerado como un santo. El fue un hombre muy enérgico y activo, y un gobernante altamente talentoso, quien cumplió admirablemente los deberes de su cargo.


Bibliografía: Epistola elig; Pontificum Romanorum, ed. COUSTANT, I (Paris, 1721); JAFFÉ, Regesta Rom. Pont., I (2nd ed.), 44-49; Liber Pontificalis, ed. DUCHESNE, I, 220-224; LANGEN, Geschichte der römischen Kirche, I, 665-741; GRISAR, Geschichte Roms und der Päpste im Mittelalter, I, 59 sqq., 284 Sqq.; WITTIG, Studien zur Geschichte des Papstes Innocenz I. und der Papstwahlen des V. Jahrh. in Tübinger Theol. Quartalschrift (1902), 388-439; GEBHARDT, Die Bedeutung Innocenz I. für die Entwicklung der päpstlichen Gewalt (Leipzig, 1901).