Inocencio I De acuerdo al "Liber
Pontificalis" fue nativo de Albano; su padre se llamaba Inocencio. Creció
entre el clero romano y en el servicio de la Iglesia Romana. Después de la
muerte de Anastasio (diciembre de 401) fue unánimemente elegido Obispo de Roma
por el clero y el pueblo. No nos ha llegado mucho concerniente a sus
actividades eclesiásticas en Roma. No obstante, hay buen testimonio de uno o
dos ejemplos de su celo por la pureza de la fe católica y la disciplina
eclesiástica: él le quitó varias iglesias en Roma a los novacianos (Sócrates,
Hist. de la Iglesia VII.2) y logró que Marco, un seguidor de Fotino, fuera
expulsado de la ciudad. Probablemente no fue sin su concurrencia que el
emperador Flavio Honorio publicó desde Roma (22 de febrero de 407) un drástico
decreto contra los maniqueos, los montanistas, y los priscilianos (Códice
Teodosiano, XVI, 5, 40). A través de la munificencia de Vestina, una rica
matrona romana, Inocencio pudo construir y dotar ricamente una iglesia dedicada
a los Santos Gervasio y Protasio; esto fue el antiguo título Vestinoe, la que todavía
se mantiene bajo el nombre de San Vitale. El asedio y captura de Roma por los
ostrogodos bajo Alarico (408-10) ocurrió durante su pontificado. Cuando, en el
tiempo del primer asedio, el líder bárbaro hubo declarado que se retiraría solo
con la condición que los romanos acordaran una paz favorable a él, una embajada
de los romanos fue donde Honorio, en Rávena, para tratar, de ser posible,
lograr la paz entre él y los godos. El Papa Inocencio también se unió a esta
embajada, pero todos sus esfuerzos para lograr la paz fallaron. Los godos
entonces recomenzaron de nuevo el asedio de Roma, así que el Papa y los
embajadores no pudieron retornar a la ciudad, la cual fue tomada y saqueada en
el año 410. Desde el inicio de su pontificado, Inocencio a menudo actuó como
cabeza de toda la Iglesia, ambas Oriente y Occidente.
En su carta al arzobispo Anisio de
Tesalónica, en la cual informa la noticia de su propia elección a la Santa
Sede, él también confirma los privilegios que habían sido otorgados al
arzobispo por los Papas anteriores. Cuando Illyria oriental cayó ante el
Imperio Oriental (379) el Papa San Dámaso I había afirmado y preservado los
antiguos derechos del papado en aquellas partes, y su sucesor Siricio le había
concedido al arzobispo de Tesalónica el privilegio de confirmar y consagrar a
los obispos de Illyria Oriental. Estas prerrogativas fueron renovadas por
Inocencio (Ep. I), y por una carta posterior (Ep. XIII, 17 de junio de 412) el
Papa confió la administración suprema de la diócesis de Illyria Oriental al
arzobispo Rufo de Tesalónica, como representante de la Santa Sede. Por este
medio el vicariato papal de Illyria descansó sobre una base sólida, y los
arzobispos de Tesalónica se convirtieron en vicarios de los Papas. El 15 de
febrero de 404 Inocencio le envió un importante decreto al obispo Victricio de
Rouen (Ep. II), quien había depositado ante el Papa una lista de asuntos
disciplinarios para su decisión. Los puntos en discusión se referían a la
consagración de obispos, admisión a los rangos del clero, las disputas entre
clérigos, por medio de lo cual se llevaron importantes asuntos desde el
tribunal episcopal a la Sede Apostólica, también las ordenaciones del clero,
celibato, la recepción a la Iglesia de los conversos novacianos o donatistas, monjes
y monjas. En general, el Papa indicó que la disciplina de la Iglesia Romana es
la norma que deben seguir los otros obispos. Inocencio dirigió un decreto
similar a los obispos españoles (Ep. III) entre los cuales habían surgido
dificultades, especialmente respecto a los obispos priscilianos. El Papa reguló
este asunto y al mismo tiempo afirmó otros asuntos de disciplina eclesiástica.
Cartas similares, de contenido disciplinario,
o decisiones de casos importantes, se enviaron al obispo Exuperio de Tolosa
(Ep. VI), a los obispos de Macedonia (Ep. XVII), a Decencio, obispo de Gubbio
(Ep. XXV), a Félix, obispo de Nocera (Ep. XXVIII). Inocencio también remitió
cartas más cortas a varios otros obispos, entre ellos a dos obispos británicos,
Máximo y Severo, en los cuales él decidió que los sacerdotes que hubiesen
tenido hijos después de su ordenación debían ser removidos de su sacro oficio
(Ep. XXXIX). El Sínodo de Cartago (404) envió mensajeros al obispo de Roma, o
al obispo de la ciudad donde se encontraba el emperador, para tomar las medidas
necesarias para un tratamiento más severo a los montanistas. Los enviados
vinieron a Roma, y el Papa Inocencio obtuvo del emperador Honorio un fuerte
decreto contra aquellos sectarios africanos, por lo cual muchos adherentes del
montanismo fueron inducidos a reconciliarse con la Iglesia.
El Oriente cristiano también reclamó parte de
la energía del Papa. San Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, quien fue
perseguido por la emperatriz Eudoxia y el patriarca alejandrino Teófilo, se
puso bajo la protección de Inocencio. Teófilo ya le había informado al Papa de
la destitución de Juan, siguiendo el ilegal Sínodo del Roble (ad quercum). Pero
el Papa no reconoció la sentencia del sínodo, convocó a Teófilo a un nuevo
sínodo en Roma, consoló al exiliado patriarca de Bizancio, escribió una carta
al clero y al pueblo de Constantinopla en la cual les censuraba severamente su
conducta hacia su obispo (Juan), y anunciaba su intención de convocar un sínodo
general, en el cual el asunto sería examinado minuciosamente y decidido. Se
sugirió a Tesalónica como el lugar de la asamblea. El Papa le informó a
Honorio, emperador de Occidente, de estos procedimientos, tras lo cual el
último escribió tres cartas a su hermano, el emperador oriental Arcadio, y
urgió a Arcadio a citar a los obispos de Oriente a un sínodo en Tesalónica,
ante el cual comparecería el patriarca Teófilo. Los mensajeros que llevaron
estas tres cartas fueron mal recibidos, pues Arcadio favorecía a Teófilo. A
pesar de los esfuerzos del Papa y del emperador de Occidente, el sínodo nunca
se realizó. Inocencio permaneció en correspondencia con el exiliado Juan;
cuando, desde su lugar de destierro, el último le agradeció por su amable
cuidado, el Papa le respondió con otra carta reconfortante, la cual el exiliado
obispo recibió solamente poco tiempo antes de su muerte (407) (Epp. XI, XII).
El Papa no reconoció a Arsacio y Ático, quienes habían subido a la Sede de
Constantinopla en lugar del ilegalmente depuesto Juan.
Luego de la muerte de Juan, Inocencio deseaba
que el nombre del fallecido patriarca fuese restituido a los dípticos, pero
Ático no cedió hasta después de la muerte de Teófilo (412). El Papa obtuvo de
muchos obispos orientales un reconocimiento similar del daño hecho a San Juan
Crisóstomo. El cisma en Antioquia, que se remontaba a los conflictos arrianos,
fue finalmente resuelto en tiempos de Inocencio. Alejandro, patriarca de
Antioquia, logró (413-15) ganar para su causa a los adherentes del anterior
obispo Eustacio; también recibió dentro de los rangos de su clero a los
seguidores de Paulino, quien había escapado a Italia y había sido ordenado
allí. Inocencio informó a Alejandro de estas actuaciones, y como Alejandro
restauró el nombre de Juan Crisóstomo a los dípticos, el Papa entró en comunión
con el patriarca antioqueno, y le escribió dos cartas, una en nombre de un
sínodo romano de veinte obispos italianos, y otra en su propio nombre (Epp. XIX
y XX). Acacio, obispo de Beroea, uno de los más celosos oponentes de Crisóstomo,
había buscado obtener re-admisión a la comunión con la Iglesia Romana a través
del mencionado Alejandro de Antioquia. El Papa le informó a el, por medio de
Alejandro, las condiciones bajo las cuales reasumiría comunión con él (Ep.
XXI). En una posterior carta Inocencio resolvió varios asuntos sobre disciplina
eclesiástica (Ep. XXIV).
El Papa también le informó al obispo
macedonio Maximiano y el sacerdote Bonifacio, quien había intercedido ante él
por el reconocimiento de Ático, patriarca de Constantinopla, de las
condiciones, las cuales fueron similares a aquellas requeridas del antedicho
patriarca de Antioquia (Epp. XXII y XXIII). En las controversias origenistas y
pelagianas, también se invocó la autoridad del Papa desde varias sedes. San
Jerónimo y las monjas de Belén fueron atacados en sus conventos por los
brutales seguidores de Pelagio, un diácono fue asesinado, y una parte de los
edificios fue incendiada. Juan, obispo de Jerusalén, quien estaba en malos
términos con Jerónimo debido a la controversia origenista, no hizo nada para
prevenir estos ultrajes. A través de Aurelio, obispo de Cartago, Inocencio le
envió a San Jerónimo una carta de condolencia, en la cual le informa que
emplearía la influencia de la Santa Sede para reprimir tales crímenes; y si
Jerónimo daba los nombres de los culpables, el procedería ulteriormente sobre
el asunto. El Papa enseguida escribió una sincera carta de exhortación al
obispo de Jerusalén, y le reprochó su negligencia en su deber pastoral.
Inocencio también se vio forzado a tomar
parte en la controversia pelagiana. En el 415, sobre la propuesta de Paulo
Orosio, el sínodo de Jerusalén trató el asunto de la ortodoxia de Pelagio ante
la Santa Sede. El sínodo de obispos orientales celebrado en Dióspolis
(diciembre de 415) que absolvió a Pelagio, al cual este último engañó con
respecto a sus enseñanzas reales, acercó a Inocencio a favor del hereje. En el
informe de Orosio respecto a los procedimientos en Dióspolis, los obispos
africanos se reunieron en sínodo en Cartago (416) y confirmaron la condenación
pronunciada en el 411 contra Celestio, quien compartía las opiniones de
Pelagio. Los obispos de Numidia hicieron lo mismo en el mismo año en el Sinodo
de Mileve. Ambos sínodos informaron al Papa sobre sus trabajos y le pidieron
confirmar sus decisiones. Poco después de esto, cinco obispos africanos, entre
los que se encontraban San Agustín, escribieron una carta personal a Inocencio
respecto a sus propias posiciones en el asunto del pelagianismo. Inocencio en
su respuesta alabó a los obispos africanos, porque, conscientes de la autoridad
de la Sede Apostólica, habían apelado a la Cátedra de Pedro; el rechazó las
enseñanzas de Pelagio y confirmó las decisiones redactadas por los Concilios de
África (Ep. XXVII-XXXIII); además rechazó las decisiones de los sínodos de
Dióspolis. Pelagio ahora envió una confesión de fe a Inocencio, la cual, sin
embargo, fue solamente entregada a su sucesor (Papa San Zósimo), pues Inocencio
falleció antes de que el documento llegara a la Santa Sede. Fue enterrado en
una basílica sobre las catacumbas de Ponciano, y fue venerado como un santo. El
fue un hombre muy enérgico y activo, y un gobernante altamente talentoso, quien
cumplió admirablemente los deberes de su cargo.
Bibliografía: Epistola elig; Pontificum
Romanorum, ed. COUSTANT, I
(Paris, 1721); JAFFÉ, Regesta Rom. Pont., I (2nd ed.), 44-49; Liber
Pontificalis, ed. DUCHESNE, I, 220-224; LANGEN, Geschichte der römischen
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sqq., 284 Sqq.; WITTIG, Studien zur Geschichte des Papstes Innocenz I. und der
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GEBHARDT, Die Bedeutung Innocenz I. für die Entwicklung der päpstlichen Gewalt
(Leipzig, 1901).