Para muchas de nuestras familias, el Adviento es un reto.
Cada año nos hacemos el propósito de vivir el Adviento de una forma
significativa y coherente con nuestra fe.
Queremos vivirlo en paz, en actitud orante y con nuestros corazones
abiertos a la esperanza. La cultura que prevalece en nuestra sociedad no nos ayuda.
El calendario de la sociedad de consumo -con
todo y su contenido pagano- no se ajusta al ‘Kairós’ de este tiempo fuerte. Si nos remitimos a ese calendario, la
temporada navideña inicia a mediados de Septiembre, cuando muchos grandes
almacenes publican sus catálogos de Navidad y muchas tiendas ya exhiben en sus
estantes una selección de productos. Las
campañas empiezan desde entonces para seducir a una sociedad cuya obsesión por
la gratificación instantánea ya rebasa los planes estratégicos de negocios de
las grandes empresas.
Un
gerente regional de Wal-Mart lo expresó recientemente así: ‘La guerra de los
bytes de información inicia con anticipación, de tal manera que la
contra-ofensiva se despliegue antes de los bonos de Navidad’. Es decir, el consumidor ya toma decisiones
sobre Navidad desde Septiembre, sin haberse preparado aún para el Adviento, ni
haber reflexionado sobre la trascendencia de Jesús hecho hombre.
Podemos
perseverar en nuestros buenos propósitos, que deben ser transmitidos para ir
formando a las nuevas generaciones con una cultura cristiana, pero con
frecuencia, la transmisión de estos valores enfrenta una batalla campal en una
sociedad empeñada en robarle a Dios lo que es de Dios. Se niega la esencia de Cristo para reducir
este tiempo fuerte a ‘fiestas decembrinas’, como dicen los burócratas.
El
Adviento nos ofrece muchas gracias que necesitamos para la conversión, además
de lecciones muy importantes para la vida moral. Entre las cosas más importantes que nos
enseña es a renunciar a nosotros mismos, tener paciencia y saber esperar. Son
valores muy necesarios para contrarrestar el egoísmo, la obsesión por la
gratificación instantánea y la erosión de la caridad. La Iglesia busca
transmitirnos la verdad pero estamos ensordecidos por el mundanal ruido
materialista. Cada vez resulta más
difícil formar a los niños y a los jóvenes en la práctica de las virtudes. “La castidad no
puede existir como virtud sin la capacidad de renunciar a uno mismo, hacer
sacrificios y esperar” (Consejo Pontificio para la Familia. La
verdad y el significado de la sexualidad humana”. No. 5).
Cristo
no vino al mundo en Navidad como un bebé de probeta o producto de algún
experimento de biotecnología. Nació de
padres humildes que lo recibieron con rebosante amor, después de un período de
espera que culminó con la realización de las esperanzas de su pueblo. Negarle a Cristo este período de espera
equivale a negarle su plenitud.
La
voluntad de Dios es la salvación de todos. Es por eso que Jesús, hijo del
Padre, ha querido ser nuestro hermano, para ayudarnos a obtener las gracias
necesarias. ‘Sin esas gracias, no podríamos decir que su verdadera voluntad es
salvarnos a todos’, escribe San Alfonso María de Liguori. Santo Tomás Aquino
explica el efecto de la voluntad antecedente mediante la cual ‘Dios quiere la
salvación de todos, que es un orden natural, cuyo propósito es nuestra
salvación, y por lo tanto, todas esas cosas que nos conducen a ese fin, que se
nos ofrecen a todos, ya sea por naturaleza o por gracia’. Si Dios nos ha dado mandamientos que cumplir,
también nos ha dado la gracia para observarlos, además del recurso de la
oración, como mediación para obtener la gracia para salvarnos.
Recemos
para que la voluntad de Dios se realice en nosotros, que el Señor nos ilumine
para ver y sentir como una necesidad apremiante la promesa de salvación aquí y
hoy mismo. Profundicemos en la Palabra de Dios, tomando en cuenta que estamos llamados
a convertirnos en reflejo de la luz de Cristo. No es fácil ser reflejo de la
luz de Cristo, ya que eso implica reflejar al mismo Cristo. Nos hemos acostumbrado a vivir nuestras vidas
sin luz, conformándonos con la mediocridad y el vacío. El Adviento nos llama a
ir al encuentro del Señor en cada momento de nuestras vidas. Es como una
llamada del despertador que nos alerta del riesgo de sedar nuestra fe viviendo
dormidos cuando deberíamos velar: “Velen y estén preparados, porque no saben
cuándo llegará el momento”. (Mc 13, 33).
El
Adviento nos ofrece una maravillosa oportunidad para realizar las promesas y
compromisos de nuestro Bautismo. El Papa
Benedicto XVI, escribió en su obra ‘The Spirit of the Liturgy’: “el objetivo
del año litúrgico consiste en recordar sin cesar la memoria de su gran
historia, despertar la memoria del corazón para poder discernir la estrella de
la esperanza. Esta es la hermosa tarea del Adviento: despertar en nosotros los
recuerdos de la bondad, abriendo de este modo las puertas de la esperanza”.
¿Qué
podemos aprender de las figuras claves en la Liturgia de Adviento? Sin ellos,
no podríamos configurar la Navidad, ni las tradiciones que nos unen, ni la
alegría de apropiar la venida del Niño Jesús en nuestros corazones.
1.
Isaías. Los evangelios no
relatan nada sobre la personalidad del profeta pero lo citan. Se nota que el
profeta estuvo presente en los pensamientos de Jesús. Es el profeta del tiempo
de espera, por excelencia. Lo es por su deseo de liberación, su deseo de lo absoluto
de Dios; lo es en la lógica bravura de toda su vida que es lucha y combate; lo
es hasta en su arte literario, en el que nuestro siglo vuelve a encontrar su
gusto por la imagen desnuda pero fuerte hasta la crudeza. Emocionado por el
futuro esplendor del Reino de Dios que se inaugura con la venida de un Príncipe
de paz y justicia. En Isaías, se nota ese poder tranquilo e inquebrantable del
que está poseído por el Espíritu que anuncia, sin otra alternativa lo que le dicta el Señor, su cercanía. Vivió
en el siglo VIII A.C., en una época de esplendor y prosperidad para Judá y
Samaria. Isaías veía su religiosidad vinculada a su fortuna política. En medio
de este frágil paraíso, Isaías va a erguirse valerosamente y a cumplir con su
misión: mostrar a su pueblo la ruina que le espera por su negligencia. Pero
Isaías no se aislará en el papel de predicador moralizante. Se convierte para
siempre en el gran anunciador de la Parusía, de la venida de Yahvé. Es así, que
los dos significados del Adviento dejan constancia de ese fenómeno propiamente
bíblico en el que una doble realidad se manifiesta por un mismo y único
acontecimiento. El reino de Judá va a pasar por la devastación y la ruina. El
nacimiento de Emmanuel, "Dios con nosotros", reconfortará a un reino
dividido por el cisma de las diez tribus. El anuncio de este nacimiento promete
a los contemporáneos de Isaías y a los oyentes de su oráculo, la supervivencia
del reino, a pesar del cisma y la devastación. Príncipe y profeta, ese niño
salvará por sí mismo a su país.
2.
Zacarías. Padre de San Juan
Bautista y esposo de Santa Isabel, prima de María. Fue sacerdote. Con su
cántico de Acción de Gracias, que el Cántico de Zacarías que se reza a diario
en las Laudes, resalta el carácter excepcional de su hijo Juan, señalando su
misión. Es el ‘Benedictus que San Lucas atribuye al padre de Juan, en Lc 1, 68-79.
Partiendo de la escena de la Visitación podemos vincular dos dramas muy
similares, excepto en el clímax: el de María y el de Zacarías. El Arcángel
Gabriel se les había aparecido a ambos. A Zacarías se le apareció en el templo,
revelándole que Isabel concebiría un hijo. Zacarías preguntó: “¿Cómo sabré que
así sucederá? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en años” (Lc 1, 18). A
María se le apareció el mismo arcángel estando en su casa orando. Le reveló que
iba a concebir un hijo. María preguntó: “¿Cómo será esto, pues no tengo
relaciones con ningún hombre?” (Lc 1, 34). Ambos escenarios y revelaciones son similares, aún las preguntas, pero con
una gran diferencia: Zacarías fue incrédulo, mientras que María tuvo una fe
absoluta. Con su pregunta, Zacarías se rehusaba a creer; mientras que María
deseaba comprender. Este Adviento podemos plantear nuestras preguntas sobre las
enseñanzas de la Iglesia y los misterios d la fe, con la actitud humilde de
María, para confirmar nuestra fe.
3.
La Virgen María. María es
figura de la espera por excelencia. Las celebraciones eucarísticas nos inducen
a alabar y recordar a María. Pero, sobre todo la Liturgia de las Horas contiene
numerosos textos de alabanza a la Virgen. La celebración de la Inmaculada
Concepción del 8 de Diciembre se inserta fácilmente en el tema de la Natividad,
va en línea con las perspectivas del Antiguo Testamento. El fin del pueblo de Dios bajo
la Antigua Alianza, mientras que María es, del mismo modo, el principio del
pueblo de Dios bajo la economía de la Nueva y Eterna Alianza. Celebremos la
fiesta de la Inmaculada Concepción vinculando su relación a la Liturgia del
Tiempo. No es una fiesta cerrada en sí misma. María anuncia, prefigura y
realiza con antelación, toda la santidad que será realizada al final de los
tiempos. La Virgen "sin mancha, ni arruga" (Ef 5, 27) que debe
presentarse al final de los tiempos, es la Iglesia.
4.
San José. La Anunciación fue
un misterio gozoso para María, pero San José no supo nada de la visita del
ángel ni de la acción del Espíritu Santo. Él sólo percibía la santidad de María
y leía en los ojos de su amada paz e inocencia, ya que la propia María era su
misterio gozoso, pero sabía que estaba esperando un hijo. No podía decir nada y
estaba soportando una tormenta de perplejidad, hasta que un ángel disipó sus
dudas y le confirmó que había concebido por obra del Espíritu Santo. (Mt. 1,
20). San José cargó con la cruz del
Cristo niño, con una paciencia confiada y silenciosa, hasta el destierro en
Egipto. San José nos muestra que la puerta de la santidad tiene dos cerraduras:
el cumplimiento de los deberes y las leyes,
y la otra que es la piedad. Los fariseos tenían acceso a la primera, que
es la llave externa, pero la piedad es la llave interior, que consiste en
cumplir nuestro deber para Dios: orar, trabajar, dormir, comer, haciendo todo
para agradar a Dios, que todo lo ve.
5.
San Juan Bautista. Las
coincidencias entre Isaías y Juan el Bautista van más allá de lo literario. Los
dos coinciden en pensamiento y mensaje, son dos personalidades inseparables,
cuyos papeles son prolongación uno de otro. Isaías está presente en Juan
Bautista, como Juan Bautista está presente en aquél al que ha preparado el
camino y que dirá de él: "No ha surgido entre los nacidos de mujer uno
mayor que Juan el Bautista". El nacimiento de Juan es motivo de un
admirable poema que, a la vez, es acción de gracias y descripción del futuro
papel del niño. Este poema lo canta la Iglesia cada día al final de los Laudes
reavivando su acción de gracias por la salvación que Dios le ha dado y en
reconocimiento porque Juan sigue mostrándole "el camino de la paz". Juan
deberá, pues, anunciar un bautismo en el Espíritu para remisión de los pecados.
Pero este bautismo no tendrá sólo este efecto negativo. Será iluminación. La
misericordiosa ternura de Dios enviará al Mesías que, según dos pasajes de
Isaías (9, 1 y 42, 7), recogidos por Cristo (Jn 8, 12), "iluminará a los
que se hallan sentados en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1, 79). Juan
está siempre presente durante la liturgia de Adviento. En realidad, su ejemplo
debe permanecer constantemente ante los ojos de la Iglesia. La Iglesia, y cada
uno de nosotros, tenemos como misión preparar los caminos del Señor, anunciar la
Buena Noticia. Pero recibir esta misión exige la conversión.
6.
Santa Isabel. El Arcángel
anticipó a María desde la Anunciación: “Mira, tu pariente Isabel también ha
concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por
estéril, porque para Dios no hay nada imposible” (Lc 1, 36, 37). María recibe
una buena noticia con gozosa anticipación por designio divino. María escuchó
con su corazón ‘entre líneas’. Isabel recibió la visita de la Madre de su Señor
que se quedó con ella hasta el nacimiento de su hijo, ayudándole en los
quehaceres domésticos. Ella no le pidió a María esa ayuda, fue María quien
anticipó la necesidad. Isabel recibió a
María y al recibir su saludo, el niño saltó en su seno. Llena del Espíritu
Santo exclamó: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…¡Dichosa
tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1, 42,
45). Sus palabras siguen presentes en nuestros días, a través de; rezo del Ave
María. María le respondió con su
exquisito cántico del Magnificat.
7.
El Niño Jesús. Nos recuerda
que el amor de Dios por nosotros es infinito, que Dios envió a Jesús para
hacerlo nuestro hermano. Su encarnación se dio tras una espera en el marco de
la eternidad. El Verbo se hizo carne, Alfa y Omega de la redención.
8.
Pastores y Ángeles. Los pastores
y los ángeles se dieron el tiempo para centrarse en lo esencial: la
contemplación del hijo de Dios que habita entre nosotros, Emmanuel. Los
pastores dejaron sus ganados, los ángeles dejaron el cielo; todos se unieron
para adorar a Dios en los brazos de María. Adoremos al Niño Jesús siguiendo su
ejemplo. Él vino a nosotros por amor, pero la pregunta de San Pablo en Efesios
2, 4 sigue en pie en nuestros días: ‘¿es acogido?’. San Juan, en su Evangelio,
lo plantea con estas palabras: "Vino a los suyos, pero los suyos no le
recibieron" (Jn 1,11).
También las tradiciones de
Adviento son importantes. Tanto las tradiciones occidentales como las
orientales han sido fuentes de inspiración para el Arte y la Literatura a lo
largo de los siglos. Los pueblos indígenas de las Américas también han generado
sus propias manifestaciones artísticas. México tiene una identidad cultural que
no puede disociarse de Nuestra Señora de Guadalupe, que es una advocación que
ha enriquecido las tradiciones de Adviento, ya que la virgen está en espera.
Las tradicionales ‘posadas’ son fiestas que se celebran desde la época
colonial. En el terreno del Arte, la
escena de la Visitación ha tenido muchas representaciones pictóricas: Goya, Leonardo da Vinci, Judith Weir, El
Adviento también ha tenido impacto en la Literatura, entre ellos los clásicos de Charles Dickens; música clásica, entre estos, las cantatas de Bach, etc.
-Yvette Camou-
Referencias Bibliográficas:
Biblia
de América. 8ª. Edición. Editorial Verbo Divino. 2000. Aprobada por las
Conferencias Episcopales de México y Chile.
Casey, Michael. “Toward God: The
Ancient Wisdom of Western Prayer”. Liguori/Triumph. 1996. Pág. 62
Liguori, St. Alphonsus de. “The
Complete Works of St. Alphonsus de Liguori: The Great Means of Salvation &
Perfection”. Volume III. Redemptorist
Fathers. Brooklyn. Edited by Reverend Eugene Grimm, CSSR. 1988. Págs. 114-115.
Nocent,
Adrien. “El Año Litúrgico. Introducción y Adviento”. Sal Terrae. Santander
1979/Encuentra.com./2009.
Peyton, Patrick. Fr. “Father
Peyton’s Rosary Prayer Book”. Ignatius Press, San Francisco. 2003. Págs. 55, 155,
217.
Ratzinger, Joseph. (Pope Benedict
XVI). “The Spirit of the Liturgy”. Ignatius
Press. 2003. Pág. 34.
Rosica,
Thomas. “Adviento es un período para abrir los ojos”. Catholic.net. 2010.