Estamos todos unidos en y por el Amor. Por el Amor de Dios Padre, y unidos en Xto. Jesús. En Él gozamos de la fraternidad amorosa y misericordiosa de todos los santos, que unidos a la Cabeza - Cristo - fortalecemos nuestros lazos de amor y misericordia que nos viene del Señor.
Por eso, como nos dice el Santo Padre, cada vez que pedimos intercesión para cualquier problema o necesidad, ya sea material o espiritual, la Gracia de Dios, que nos une y nos da la Vida, se derrama en nosotros. Porque, es el Amor quien nos une y quien nos salva. Estamos en comunión de santidad en la unidad de todos en Xto. Jesús y formamos la Iglesia, como nos dice el Papa, comunidad de pecadores salvados por la Infinita Misericordia de Dios.
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 2 de febrero de 2022
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Catequesis sobre san José 10. San José y la comunión de los santos
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estas semanas hemos podido profundizar en la figura de San José
dejándonos guiar por las pocas, pero importantes noticias que dan los
Evangelios, y también por los aspectos de su personalidad que la Iglesia
a lo largo de los siglos ha podido evidenciar a través de la oración y
la devoción. A partir precisamente de este “sentir común” que en
la historia de la Iglesia ha acompañado la figura de san José, hoy
quisiera detenerme sobre un importante artículo de fe que puede
enriquecer nuestra vida cristiana y puede también enfocar de la mejor
forma nuestra relación con los santos y con nuestros seres queridos
difuntos: hablo de la comunión de los santos.
Muchas veces decimos, en el Credo, “creo en la comunión de los
santos”. Pero si se pregunta qué es la comunión de los santos, yo
recuerdo que de niño respondía enseguida: “Ah, los santos hacen la
comunión”. Es una cosa que… no entendemos qué decimos. ¿Qué es la
comunión de los santos? No es que los Santos hagan la comunión, no es
esto: es otra cosa.
A veces también el cristianismo puede caer en formas de devoción que
parecen reflejar una mentalidad más pagana que cristiana. La diferencia
fundamental está en el hecho de que nuestra oración y nuestra devoción
del pueblo fiel no se basa, en esos casos, en la confianza en un ser
humano, o en una imagen o en un objeto, incluso cuando sabemos que son
sagrados. Nos recuerda el profeta Jeremías: «Maldito sea aquel que fía
en hombre […]. Bendito sea aquel que fía en Yahveh» (17,5-7). Incluso
cuando nos encomendamos plenamente a la intercesión de un santo, o más
aún de la Virgen María, nuestra confianza tiene valor solamente en
relación con Cristo. Como si el camino hacia este santo o la Virgen no
terminara ahí: no. Va ahí, pero en relación con Cristo. Cristo es el
vínculo que nos une a Él y entre nosotros que tiene un nombre
específico: esta unión que nos une a todos, entre nosotros y nosotros
con Cristo, es la “comunión de los santos”. No son los santos los que
realizan los milagros, ¡no! “Este santo es muy milagroso…”: no, detente:
los santos no realizan milagros, sino solamente la gracia de Dios que
actúa a través de ellos. Los milagros han sido hechos por Dios, por la
gracia de Dios que actúa a través de una persona santa, una persona
justa. Esto es necesario tenerlo claro. Hay gente que dice: “Yo no creo
en Dios, pero creo en este santo”. No, está equivocado. El santo es un
intercesor, uno que reza por nosotros y nosotros le rezamos, y reza por
nosotros y el Señor nos da la gracia: el Señor actúa a través del Santo.
¿Qué es la “comunión de los santos”? El Catecismo de la Iglesia Católica
afirma: «La comunión de los santos es precisamente la Iglesia» (n.
946). ¡Pero mira qué bonita definición! “La comunión de los santos es
precisamente la Iglesia”. ¿Qué significa esto? ¿Qué la Iglesia está
reservada a los perfectos? No. Significa que es la comunidad de los pecadores salvados.
La Iglesia es la comunidad de los pecadores salvados. Es bonita esta
definición. Nadie puede excluirse de la Iglesia, todos somos pecadores
salvados. Nuestra santidad es el fruto del amor de Dios que se ha
manifestado en Cristo, el cual nos santifica amándonos en nuestra
miseria y salvándonos de ella. Siempre gracias a Él nosotros formamos un
solo cuerpo, dice san Pablo, en el que Jesús es la cabeza y nosotros
los miembros (cf. 1 Cor 12,12). Esta imagen del cuerpo de Cristo y
la imagen del cuerpo nos hace entender enseguida qué significa estar
unidos los unos a los otros en comunión: «Si sufre un miembro
—escribe San Pablo— todos los demás sufren con él. Si un miembro es
honrado, todos los demás toman parte de su gozo. Ahora bien, vosotros
sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte» (1 Cor
12,26-27). Esto dice Pablo: todos somos un cuerpo, todos unidos por la
fe, por el bautismo, todos en comunión: unidos en comunión con
Jesucristo. Y esta es la comunión de los santos.
Queridos hermanos y queridas hermanas, la alegría y el dolor que
tocan mi vida concierne a todos, así como la alegría y el dolor que
tocan la vida del hermano y de la hermana junto a nosotros me concierne a
mí. Yo no puedo ser indiferente a los otros, porque todos somos parte
de un cuerpo, en comunión. En este sentido, también el pecado de una
única persona concierne siempre a todos, y el amor de cada persona
concierne a todos. En virtud de la comunión de los santos, de esta
unión, cada miembro de la Iglesia está unido a mí de forma profunda
—pero no digo a mí porque soy el Papa— estamos unidos recíprocamente y
de forma profunda, y esta unión es tan fuerte que no puede romperse ni
siquiera por la muerte. De hecho, la comunión de los santos no concierne
solo a los hermanos y las hermanas que están junto a mí en este momento
histórico, sino que concierne también a los que han concluido su
peregrinación terrena y han cruzado el umbral de la muerte. También
ellos están en comunión con nosotros. Pensemos, queridos hermanos y
hermanas: en Cristo nadie puede nunca separarnos verdaderamente de
aquellos que amamos porque la unión es una unión existencial, una unión
fuerte que está en nuestra misma naturaleza; cambia solo la forma de
estar junto a cada uno de ellos, pero nada ni nadie puede romper esta
unión. “Padre, pensemos en aquellos que han renegado de la fe, que son
apóstatas, que son los perseguidores de la Iglesia, que han renegado su
bautismo: ¿también estos están en casa?”. Sí, también estos, también los
blasfemos, todos. Somos hermanos: esta es la comunión de los santos. La
comunión de los santos mantiene unida la comunidad de los creyentes en
la tierra y en el Cielo.
En este sentido, la relación de amistad que puedo construir con un
hermano o una hermana junto a mí, puedo establecerla también con un
hermano o una hermana que están en el Cielo. Los santos son amigos con
los que muy a menudo tejemos relaciones de amistad. Lo que nosotros
llamamos devoción —yo soy muy devoto a este santo, a esta santa— es en
realidad una forma de expresar el amor a partir precisamente de este
vínculo que nos une. También en la vida de todos los días se puede
decir: “Pero, esta persona tiene mucha devoción por sus ancianos
padres”: no, es una forma de amor, una expresión de amor. Y todos
nosotros sabemos que a un amigo podemos dirigirnos siempre, sobre todo
cuando estamos en dificultad y necesitamos ayuda. Y nosotros tenemos
amigos en el cielo. Todos necesitamos amigos; todos necesitamos
relaciones significativas que nos ayuden a afrontar la vida. También
Jesús tenía a sus amigos, y a ellos se ha dirigido en los momentos más
decisivos de su experiencia humana. En la historia de la Iglesia hay
constantes que acompañan a la comunidad creyente: ante todo el gran
afecto y el vínculo fortísimo que la Iglesia siempre ha sentido en
relación con María, Madre de Dios y Madre nuestra. Pero también el
especial honor y afecto que ha rendido a san José. En el fondo, Dios le
confía a él lo más valioso que tiene: su Hijo Jesús y la Virgen María.
Es siempre gracias a la comunión de los santos que sentimos cerca de
nosotros a los santos y a las santas que son nuestros patronos, por el
nombre que tenemos, por ejemplo, por la Iglesia a la que pertenecemos,
por el lugar donde vivimos, etc., también por una devoción personal. Y
esta es la confianza que debe animarnos siempre al dirigirnos a ellos en
los momentos decisivos de nuestra vida. No es algo mágico, no es una
superstición, la devoción a los santos; es simplemente hablar con un
hermano, una hermana que está delante de Dios, que ha recorrido una vida
justa, una vida santa, una vida ejemplar, y ahora está delante de Dios.
Y yo hablo con este hermano, con esta hermana y pido su intercesión por
mis necesidades.
Precisamente por esto me gusta concluir esta catequesis con una
oración a san José a la que estoy particularmente unido y que recito
cada día desde hace más de 40 años. Es una oración que encontré en un
libro de oraciones de las Hermanas de Jesús y María, del 1700, finales
del siglo XVIII. Es muy bonita, pero más que una oración es un desafío a
este amigo, a este padre, a este custodio nuestro que es san José.
Sería bonito que vosotros aprendierais esta oración y pudierais
repetirla. La leeré: “Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer
posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de
angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan
graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi
amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te
haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María,
muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder”. Y termina con un
desafío, esto es desafiar a San José: “porque tú puedes hacer todo con
Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder”. Yo
me encomiendo todos los días a san José, con esta oración, desde hace
más de 40 años: es una vieja oración.
Adelante, ánimo, en esta comunión de todos los santos que tenemos en el cielo y en la tierra: el Señor no nos abandona.
Concluida la catequesis el Santo Padre pronunció estas palabras:
Hemos oído, hace algunos minutos, a una persona que gritaba, gritaba,
que tenía algún problema, no sé si físico, psíquico, espiritual: pero
es un hermano nuestro con un problema. Yo quisiera terminar rezando por
él, nuestro hermano que sufre, pobrecillo: si gritaba es porque sufre,
tiene alguna necesidad. No debemos estar sordos a la necesidad de este
hermano. Rezamos juntos a la Virgen por él: Dios te salve María…
Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos la
intercesión de san José, Patriarca Glorioso, para que venga en nuestro
auxilio y tome bajo su protección las situaciones dolorosas de nuestra
vida. Que Dios los bendiga.
LLAMAMIENTOS
Desde hace ya un año, asistimos con dolor a la violencia que
ensangrienta Myanmar. Hago mío el llamamiento de los obispos birmanos
para que la comunidad internacional trabaje por la reconciliación entre
las partes interesadas. No podemos mirar hacia otro lado ante los
sufrimientos de tantos hermanos y hermanas. Pidamos a Dios, en oración,
el consuelo para esa población atormentada; a Él encomendamos los
esfuerzos por la paz.
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Pasado mañana, 4 de febrero, se celebrará la Segunda Jornada
Internacional de la Fraternidad Humana. Es motivo de satisfacción que
las Naciones de mundo entero se unan en esta celebración, dirigida a
promover el diálogo interreligioso e intercultural, como deseado también
en el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
firmado el 4 de febrero de 2019 en Abu Dabi por el Gran Imán de
Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyib y por mí. Fraternidad quiere decir tender la
mano a los otros, respetarles y escucharlos con corazón abierto. Deseo
que se cumplan pasos concretos, junto a los creyentes de otras
religiones y a las personas de buena voluntad, para afirmar que hoy es
tiempo de fraternidad, evitando alimentar enfrentamientos, divisiones y
cierres. Recemos y trabajemos cada día para que todos puedan vivir en
paz como hermanos y hermanas.
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Están a punto de inaugurarse en Pekín los Juegos Olímpicos y
Paralímpicos de Invierno, respectivamente el 4 de febrero y el 4 de
marzo. Dirijo de corazón mi saludo a todos los participantes; deseo a
los organizadores el mejor éxito y a los atletas dar lo mejor de sí. El
deporte, con su lenguaje universal, puede construir puentes de amistad y
de solidaridad entre personas y pueblos de cualquier cultura y
religión. He apreciado, por tanto, que al histórico lema olímpico Citius, Altius, Fortius —Más rápido, más alto, más fuerte— el Comité Olímpico Internacional haya añadido la palabra Communiter, es decir Juntos, para que los Juegos Olímpicos hagan crecer un mundo más fraterno.
Con un pensamiento particular abrazo a todo el mundo paralímpico. La
medalla más importante la venceremos juntos si el ejemplo de los atletas
con discapacidad ayudará a todos a superar prejuicios y temores y hacer
que nuestras comunidades se vuelvan más acogedoras e inclusivas. ¡Esta
es la verdadera medalla de oro! Además, sigo con atención y emoción las
historias personales de atletas refugiados. Que sus testimonios
contribuyan a animar a las sociedades civiles a abrirse cada vez con más
confianza en todos, sin dejar a nadie atrás. A la gran familia olímpica
y paralímpica deseo vivir una experiencia única de fraternidad humana y
de paz. ¡Bienaventurados los que trabajan por la paz! (Mt 5,9).
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy en la catequesis reflexionamos sobre la comunión de los santos.
Esto nos evoca las veces en que les pedimos su ayuda en nuestras
necesidades. Pero incluso cuando nos encomendamos a su intercesión,
nuestra oración y nuestras devociones sólo encuentran valor si están
unidas a Jesús. San Pablo nos ayuda a entender qué significa estar
unidos los unos a los otros, unidos en comunión con la imagen del
cuerpo: Cristo es la cabeza y nosotros los miembros. «La comunión de
los santos es precisamente la Iglesia», que no es una comunidad de
perfectos sino de pecadores salvados. Esta es nuestra definición.
Nuestra alegría y dolor tocan también la vida de los demás, y
esto pasa no sólo con quienes coinciden con nosotros en este momento
histórico, sino también con la comunidad de creyentes que ya está en el
Cielo, con quienes entablamos una amistad que nos une a ellos a través
de la “devoción”. Ellos nos acompañan, sobre todo en los momentos de
dificultad y sufrimiento.