Vamos a la casa del Señor. Es Jesús, nuestro amigo, pero
también es nuestro Rey, nuestro Señor. La iglesia es su casa y entramos con
mucho respeto. Su presencia real en la Eucaristía es un misterio y no podemos
dejar de admirarnos.
Transmitamos a nuestros hijos este respeto. Con nuestras
ropas (¡no vamos a saludar al rey con un chandal o con ropa de playa!) Ya no
corremos, hablamos bajito, sólo si es necesario. Jesús nos habla bajito y si
nosotros estamos conversando no le oiremos.
Al lado de la puerta encontramos la pila de agua bendita.
Como llegamos un poco antes de que empiece la misa podemos explicarles que el
agua del bautismo es la puerta del cielo, nos limpia del pecado original. Pero,
como nos equivocamos muchas veces, cuando tomamos agua bendita y hacemos la
señal de la cruz al entrar en la iglesia, esta nos purifica de nuestros pecados
veniales -si nos arrepentimos de ellos- y nos ayuda a preparar nuestro corazón
para asistir al Gran Milagro.
Es un buen momento para enseñar a hacer la señal de la cruz
y asegurarnos de que no hacen un garabato.
Ya estamos dentro. Miramos al Sagrario y les explicamos que
allí está Jesús vivo y que le saludamos, como Señor nuestro, haciendo una
genuflexión. La rodilla derecha toca al suelo y la hacemos despacio, sin
prisas, saludando a Jesús también con nuestro corazón.
Es bueno que nos situemos en las primeras filas donde ellos
puedan ver lo que sucede en el altar. Aunque parezca mentira se portan mejor y
si son muy pequeños se les puede llevar una bolsa con juguetes que no hagan
ruido o unos cuentos.
Estas son las tres cosas que enseñaré y recordaré a mis
hijos esté domingo
Por: Eva Carreras