Hoy, el Evangelio, nos habla de la humildad. Y es bueno y necesario mirar para la Madre de Dios, donde destaca esa gran virtud de la humildad. Ella es ejemplo y figura de sencillez y humildad. Y no la proclama, sino que la vive, y al hacerla vida ilumina y testimonia con sus actos y obras. Nada heroico, sino sencillo, humilde y lleno de amor. Una vida autentica, sincera, con buenas intenciones y llena de amor.
María, la Madre de Dios, es icono de sencillez y humildad. Su vida es un regalo, por la Gracia de Dios, que nos acompaña y nos lleva a su Hijo, meta y referencia de humildad y compromiso por amor, que entrega voluntariamete su Vida a una muerte de Cruz, liberándonos así de nuestros pecados y salvándonos.
Ella canta su propia humillación proclamando la grandeza del Señor, porque, dice, el Señor ha mirado la humillación de su esclava. Y se alegra su espíritu en Dios, su Salvador. Vivamos también nosotros, junto a María, nuestro esfuerzo sincero en humillarnos como esclavos y siervos ante el Señor y proclamemos la grandeza del Señor, nuestro Dios.
María siempre sostuvo su mirada hacia lo alto. Ella entregada en cuerpo y alma a la Voluntad de Dios, dedicó toda su vida a cumplirla, y a ser la Madre del Hijo, sirviéndole y acompañándole hasta el pie de la Cruz. María con su humildad se abre a la Gracia de Dios, y se llena de Gracia. Porque, Dios se resiste a los soberbios y da a los humildes.
Pidamos a María que nos enseñe a ser humildes. Una humildad que pasa por ser obedientes, a levantar la mirada de las cosas de este mundo, a buscar la alegría y el gozo en servir por amor y a esperar una vida en plenitud junto al Padre Dios, que nos colmará de gozo y eternidad. Amén.