Si María cumple la Voluntad del Padre,
María es Madre de Misericordia. Y es hasta lógico que María, al ser la Madre de
quien nos ha revelado la Misericordia de su Padre Dios, Jesús, nuestro Señor,
sea la Madre misericordiosa que el Hijo nos ofrece en los últimos momentos de
su vida aquí en la tierra. Porque una Madre de todos los hombres necesita ser
misericordiosa como el Padre.
Porque sólo se puede amar desde una
actitud de misericordia. Una misericordia corredentora como Madre del Redentor.
María, madre de salvación en la que su Hijo, el Señor, comienza su misión
salvífica desde su vientre bendito y lleno de la Gracia del Padre. No se puede
entender de otra manera. María es Madre de misericordia.
María, Madre de humildad y perfecta
docilidad al Espíritu de Dios, se une a su Hijo al pie de la Cruz para
proclamar la Misericordia del Padre. Misericordia que, este domingo desde Roma,
el Papa Francisco clausura el año misericordioso empezado el 20 de noviembre
del año pasado. Misericordia que nos sostiene y nos salva. Misericordia con la
confianza que una Madre nos acoge, nos arrulla, nos mima, nos comprende y nos
defiende.
Misericordia con la que, cogidos de sus
Manos, nos presentamos confiado ante el Padre, pues a ella ha sido confiada
nuestra custodia por el Hijo desde la Cruz. Madre, Madre buena y misericordiosa,
reza por nosotros todos los días, porque tú eres llena de Gracia, y bendito es
tu vientre donde moró el Señor Jesús, tu Hijo, antes de venir al mundo. Madre
de misericordia ruega por nosotros en la hora de nuestra hora cuando vayamos al
encuentro del Padre.
María, Madre el rosario y Madre misericordiosa, enséñanos a ser
misericordiosos como el Padre, porque a tu tutela y cuidados fuimos confiados
desde la Cruz. Intercede para que, como aquella agua de la boda de Caná fue transformada en
vino, sea también nuestro corazón endurecido y egoísta transformado en un corazón
misericordioso como el Padre.
Junto a ti, Madre de la misericordia, caminamos
hacia el encuentro con tu Hijo. Vamos alegre, esperanzados y, como tú, dóciles a
su Palabra y contagiados de tu humildad, de tu sencillez y de misericordia. Amén.