dice la Carta a los Hebreos, “él es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser” (Hebreos 1, 3). |
Hoy he tenido este pensamiento. No es que me haya venido de repente, pues hace algún tiempo lo he pensado porque lo había oído. Todos somos católicos y creyentes, pero, ¿creemos en el mismo Dios? Y es que así ocurrió en tiempo de Jesús. Su propio pueblo esperaba otro Dios. Quizás un Dios con poder, con gloria y con muchas reglas. Un Dios que, de alguna manera, encajara con el que ellos se habían imaginado y de acuerdo con las leyes que ellos habían puesto al pueblo.
Según parece, Jesús no encajó con esa idea que ellos se habían imaginado ni con el Mesías que ellos esperaban, y ya sabemos lo que ocurrió. La pregunta es, ¿creemos nosotros en el mismo Dios o, quizás sin darnos cuenta mi Dios y el tuyo son diferentes?
Cuando somos pequeños nuestros padres se encargan de nuestro desarrollo y mantenimiento, pero, no sólo nos sustentan sino que nos educan y nos van enseñando lo que está bien, lo que no debemos hacer porque está mal...etc.
Nos ponen reglas que nos sirven para la vida y para nuestro bien y para la convivencia con los demás De igual forma, nuestro Padre Dios nos revela su Amor a través de su Hijo, predilecto, Jesús, nuestro Señor, y nos enseña como podemos llegar a Él, conocerle y vivir según sus mandamientos. Porque, como Padre, nos enseña y nos educa para que sepamos vivir de acuerdo con su Voluntad y salvar nuestras vidas.
Por eso, mucho cuidado con formarnos una idea de Dios según nuestros criterios, nuestros sentimientos o imaginación. ¡Mucho cuidado!, porque el diablo está al acecho y, a menos que nos descuidemos nos confunde.
Nos interesa conocer al Dios que nos revela Jesucristo, porque Él, Jesús, es la impronta de Dios, no el que nos imaginamos o nos formamos nosotros. Porque, también los judíos, el Sanedrín, fariseos y... se formaron el suyo y no aceptaron al que les presentó Jesús. El de ellos, según sus ideas era otro, el de la ley del sábado... Por eso mataron a Jesús.