Señor Crucificado y Resucitado, enséñanos a afrontar los hechos de la vida cotidiana, con el fin de que podamos vivir dentro de una mayor plenitud.
Tú acogiste humilde y pacientemente los fracasos de tu vida que te llevaron hasta los sufrimientos de tu crucifixión.
Ayúdanos a vivir las penas y las luchas que nos trae cada día como ocasión para crecer y para asemejarnos más a ti.
Haznos capaces de mirar esas pruebas con valentía y mansedumbre. Llenos de confianza, porque tú nos sostienes. Permítenos comprender que no llegaremos a la plenitud de la vida si no morimos sin cesar en nosotros mismos, en nuestros deseos egoístas. Porque solamente si morimos contigo, podremos resucitar contigo.
Que nada de ahora en adelante, nos haga sufrir o llorar hasta el punto de olvidar la alegría de tu Resurrección. Amén.
(Sta. M. Teresa de Calcuta).