Cuando nuestro amigo Benedicto fue elegido Papa, los medios anti cristianos ventilaron un supuesto pasado nazí del Cardenal Ratzinger. Como siempre hacen los maestros de la sospecha para difundir sus mentiras, parten de una verdad y apoyados en esa verdad te convencen de una mentira que si te la tragas es venenosa para ti.
La verdad de la que partían era que el joven Joseph Ratzinger militó en la Juventudes Hitlerianas y que participó en la 2º Guerra Mundial como soldado del Reich. Esto es un hecho cierto. La mentira que estos maestros sospechos de las masas quieren que te tragues es que, en consecuencia, el joven Ratzinger fue nazi. Si te la tragas, estás muerto: el Papa queda desautorizado moralmente y, entonces, te puedes creer cualquier cosa: que la autoridad moral la detentan los filosofos, los teólogos de no sé qué, los políticos, los periodistas, el Abat de Monserrat, el Dalai Lama, el Tarot de las Estrellas o, incluso Dan Brown y su Código Da Vinci. Muchos cristianos se han tragado la mentira y andan, pues como ovejas sin pastor, llevados por los vientos de las falsas doctrinas.
Lo que no cuentan estos medios es que la familia de Ratzinger era profudamente católica y que como tal aborrecían el nazismo, al que consideraban un neo-paganismo. Especialmente contrario al nazismo era el padre de Joseph, el cual fue degradado en su puesto de policia por su desafección al III Reich. No cuentan que los jóvenes alemanes, si querían ser escolarizados, debían pertenecer a las Juventudes Hitlerianas donde se les impartía una educación para la ciudadanía nazi. Tampoco cuentan que ya en el seminario, con apenas 14 años, todos los seminaristas de su promoción fueron llamados a filas y militarizados. Y , por su supuesto, no cuentan que al final de la guerra, cuando la derrota nazi era próxima, el joven Ratzinger desertó de su unidad con grave peligro para su vida. Pero dejemos que sea nuestro propio amigo quien nos lo cuente:
“Fueron implantadas la «Hitlerjugend» (Juventudes hitlerianas) y la «Bund deutscher Mädchen»(Liga de muchachas alemanas), asociadas a la escuela, de tal modo que mi hermano y mi hermana tuvieron que tomar parte en sus manifestaciones. Mi padre sufría mucho por el hecho de estar al servicio de un poder estatal a cuyos representantes consideraba unos criminales, si bien, gracias a Dios, en aquel tiempo su trabajo en el pueblo apenas se vio afectado. En los cuatro años que nosotros pasamos en Aschau, por lo que puedo recordar, el nuevo régimen se dedicó sólo a espiar y tener bajo control a los sacerdotes que tenían una conducta «hostil al Reich»; se comprende fácilmente que mi padre no sólo no colaboró en ello, sino que, por el contrario, protegió y ayudó a los sacerdotes que sabía que corrían peligro.”
“Al principio la guerra parecía casi irreal. Después de que Hitler había machacado brutalmente a Polonia, en colaboración con la Unión Soviética de Stalin, la situación pareció serenarse de modo imprevisto. Las potencias occidentales Joseph parecían indecisas y en el frente francés no sucedía prácticamente nada. El año 1940 fue el año de los grandes triunfos de Hitler: ocupación de Dinamarca y Noruega; Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia fueron sometidas en poco tiempo. Incluso personas que habían sido contrarias al nacionalsocialismo experimentaban una especie de satisfacción patriótica. Mi padre veía con incorruptible claridad que la victoria de Hitler no sería una victoria de Alemania, sino del Anticristo, y que era el comienzo de los tiempos apocalípticos para todos los creyentes. Y no sólo para ellos”.
“En vista de la creciente carencia de personal militar, los hombres del régimen idearon en 1943 una solución. Dado que los estudiantes de los internados debían vivir juntos en comunidad, lejos de casa, no había ningún obstáculo para trasladar de lugar sus colegios, colocándolos próximos a las baterías antiaéreas. Por otro lado, como evidentemente no podían estudiar todo el día, parecía del todo normal que utilizasen su tiempo libre en servicios de defensa de los ataques aéreos enemigos. De hecho, yo no estaba en el internado desde hacía mucho tiempo, pero desde el punto de vista jurídico sí formaba parte todavía del seminario de Traunstein. Así, el pequeño grupo de seminaristas de mi clase -de los nacidos entre 1926 y 1927- fue llamado a los servicios antiaéreos de Munich. A los dieciséis años tuve que aceptar un tipo muy particular de «internado». Habitábamos en barracones como los soldados regulares, que eran obviamente una minoría, usábamos los mismos uniformes y. en lo esencial, debíamos llevar a cabo los mismos servicios, con la sola diferencia que a nosotros se nos permitía asistir a un número reducido de clases, impartidas por los profesores”
Hago un inciso en la narración de nuestro buen amigo Joseph para hacer notar a los blogueros por el Papa y a todo el que tenga un mínimo de honradez intelectual que los maestros de la mentira desacreditan a Benedicto por unos hechos que sucedieron cuando el protagonista tenía 16 años. A un tio abuelo mío con esta misma edad le obligaron a subir a un camión y se lo llevaron a matar rojos a un pueblo vecino. A miles de niños africanos se los llevan los señores de la guerra para convertirlos en prematuros soldados, prematuros alcohólicos, prematuros drogadictos, prematuros violadores y prematuros asesinos. ¿Son estos niños y jóvenes secuestrados responsables...?
“Es casi superfluo señalar que el período transcurrido en la base antiaérea trajo consigo situaciones embarazosas, sobre todo para una persona tan poco inclinada a la vida militar como soy yo.... Pero, desde luego, las circunstancias históricas generales no eran lo que se dice alentadoras. A comienzos de año; nuestra batería fue atacada con el resultado de un muerto y varios heridos.... En esta situación, la mayor parte de nosotros veía como una esperanza la invasión de Francia por parte de los aliados, que había comenzado finalmente en julio: había en el fondo una gran confianza en las potencias occidentales y la esperanza de que su sentido de la justicia ayudaría también a Alemania a una nueva
existencia pacífica. Pero ¿quién de nosotros viviría todo esto? Nadie podía estar seguro de salir vivo de aquel infierno.”
Una noche nos sacaron de la cama y nos hicieron formar filas, medio dormidos, vestidos de chandal. Un oficial de las SS nos llamó uno a uno fuera de la fila y trató de inducirnos a enrolarnos como «voluntarios» en el cuerpo de las SS, aprovechándose de nuestro cansancio y comprometiéndonos delante del grupo reunido. Un gran número de camaradas de carácter bondadoso fueron enrolados de este modo en este cuerpo criminal. Junto con algunos otros, yo tuve la fortuna de decir que tenía la intención de ser sacerdote católico. Fuimos cubiertos de escarnio e insultos, pero aquellas humillaciones nos supieron a gloria, porque sabíamos que nos librábamos de la amenaza de este enrolamiento falsamente «voluntario» y de todas sus consecuencias.”
Sorprendentemente no fuimos llamados al frente, cada vez más cercano. Recibimos, no obstante, nuevos uniformes y teníamos que marchar por Traunstein cantando canciones de guerra, quizás para mostrar a la población civil que el Führer disponía todavía de soldados jóvenes y recién instruidos. La muerte de Hitler reforzó la esperanza que el fin estuviese próximo, pero la lentitud con la que los americanos procedían en su avance hacía que el día de la liberación se retrasara. A fines de abril o primeros de mayo -no recuerdo con toda precisión- tomé la decisión de marcharme a casa. Sabía que la ciudad estaba rodeada de soldados que tenían la orden de fusilar en el acto a los desertores. Por eso tomé, para salir de la ciudad, un camino secundario, con la esperanza de pasar desapercibido. Pero a la salida de un túnel estaban apostados dos soldados y, por un momento, la situación pareció sumamente crítica para mí. Por fortuna, eran de aquellos que estaban hartos de guerra y no querían transformarse en asesinos. Obviamente debían buscar una excusa para dejarme pasar. Debido a una lesión, llevaba el brazo vendado y enlazado al cuello. Entonces dijeron: «Camarada, estás herido. ¡Pasa pues!» De este modo conseguí llegar a casa incólume.”
Testimonio de Joseph Ratzinger tomado de su libro de memorías “Mi Vida – Recuerdos 1927- 1977”. Ediciones Encuentro. Madrid, 1997. ISBN: 9788474907667
Un testimonio dramático personificado en nuestro amigo Joseph Ratzinger pero que, sin embargo no es excepcional, sino uno de tantos como pueden contar millones de coetáneos y que demuestra que a sus 16 años, Benedicto ni fue nazi por militar obligatoriamente en el ejercito del III Reich, ni fue cobarde o menos alemán por desertar del ejercito poco antes del fin de la guerra.
Y una curiosidad, su Santidad no es el único santo desertor. Tiene el honor de compartir este adjetivo con dos santos de la categoría de San Francisco de Asís y de San Juan Bautista María Vianney (Cura de Ars). No son una mala compañía.
En efecto, “San Francisco cubierto con el escudo blasonado, pertrechado de yelmo, espada y lanza, mil sueños de gloria bailándole en el alma, rodeado de la juventud más dorada de Asís, iba hacia los campos de batalla de Appulia, para combatir a favor de los ejércitos del Papa, cuando al pasar por Espoleto oyó en sueños estas palabras: «Vuelve a Asís y allí se te dirá lo que tienes que hacer»; y al día siguiente regresó a Asís, así le calificaran de cobarde y desertor sus compañeros, sin importarle los comentarios de la ciudadanía o el ridículo en que quedaban él y sus padres.”
A San Juan Bautista María Vianney , “por un error no le alcanza la liberación del servicio militar que el cardenal Fesch había conseguido de su sobrino el emperador Napoleón para los seminaristas de Lyón. Juan María es llamado al servicio militar. Cae enfermo, ingresa en el hospital militar de Lyón, pasa luego al hospital de Ruán, y por fin, sin atender a su debilidad, pues está aún convaleciente, es destinado a combatir en España. No puede seguir a sus compañeros, que marchan a Bayona para incorporarse. Solo, enfermo, desalentado, le sale al encuentro un joven que le invita a seguirle. De esta manera, sin habérselo propuesto, Juan María será desertor. Oculto en las montañas de Noés, pasará desde 1809 a 1811 una vida de continuo peligro, por las frecuentes incursiones de los gendarmes, pero de altísima ejemplaridad, pues también en este pueblecillo dejó huella imperecedera por su virtud y su caridad.”
Al escribir estas blogolineas me he acordado de mi abuelo Santiago, a quien Dios tenga en Gloria. Era socialista hasta la médula, hijo de un maestro socialista de la primera hora, de la de Pablo Iglesias, y un republicano convencido. Cuando empezó la Guerra Civil española mi abuelo estaba recien casado. Le pilló en bando republicano, en su bando, y fue llamado a filas pues era reservista (había hecho el servicio militar en el año 34 en el Protectorado de Marruecos). Pues el sabio de mi abuelo, se metió los principios en el bolsillo y no acudió al llamamiento de su Gobierno. Fue declarado prófugo en búsqueda (para fusilarlo, se entiende).
Al año, mi abuela María se quedo embarazada. En el pueblo la gente hablaba mal de ella, pues su marido estaba huído, pero ella callaba a todas las indirectas y bien directas acusaciones de sus vecinos. Al minuto de acabar la guerra, mi abuelo reapareció milagrosamente en el pueblo. Resultó que nunca había salido de su casa. Se pasó los 3 años de la guerra escondido en la gavillera y ese hijo vergonzante era suyo legítimo y yo su legítimo nieto que, tal vez, vine al mundo y ahora escribo esto, gracias a su deserción.