Benedicto XVI: Una santa actual, Margarita d'Oingt
Hoy en la audiencia general
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 3 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).-
Ofrecemos a continuación la catequesis que el Papa Benedicto XVI
pronunció hoy durante la audiencia general celebrada en el Aula Pablo VI
del Vaticano, con miles de peregrinos de todo el mundo.
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Queridos hermanos y hermanas
con
Margarita d'Oingt, de la que quisiera hablaros hoy, nos introducimos en
la espiritualidad cartujana, que se inspira en la síntesis evangélica
vivida y propuesta por san Bruno. No conocemos su fecha de nacimiento,
aunque alguno la coloca en torno a 1240. Margarita proviene de una
poderosa familia de nobleza antigua del Lyonnais, los Oingt.
Sabemos que la madre se llamaba también Margarita, que tenía dos
hermanos – Guiscardo y Luis – y tres hermanas: Catalina, Isabel e Inés.
Esta última la seguirá al monasterio, en la Cartuja, sucediéndole
después como priora.
No tenemos noticias sobre su infancia, pero
por sus escritos podemos intuir que transcurrió tranquila, en un
ambiente familiar afectuoso. De hecho, para expresar el amor sin límites
de Dios, ella valora mucho imágenes ligadas a la familia, con
particular referencia a las figuras del padre y de la madre. En una
meditación suya reza así: “Muy dulce Señor, cuando pienso en las
especiales gracias que me has hecho por tu solicitud: ante todo, cómo me
custodiaste desde mi infancia y cómo me sustrajiste del peligro y me
llamaste a dedicarme a tu santo servicio, y como proveíste en todas las
cosas que me eran necesarias para comer, beber, vestir y calzar, (y lo
hiciste) de tal forma que no tuve ocasión de pensar en todas estas cosas
sino en tu gran misericordia” (Margherita d’Oingt, Scritti spirituali, Meditazione V, 100, Cinisello Balsamo 1997, p. 74).
Siempre
en sus meditaciones, intuimos que entró en la Cartuja de Poleteins en
respuesta a la llamada del Señor, dejando todo y aceptando la severa
regla cartujana, para ser totalmente del Señor, para estar siempre con
Él. Ella escribe: “Dulce Señor, yo dejé a mi padre y a mi madre y a mis
hermanos y todas las cosas de este mundo por tu amor; pero esto es
poquísimo, porque las riquezas de este mundo no son sino espinas que
pinchan; y cuantas más se poseen más se es infortunado. Y por esto me
parece no haber dejado otra cosa que miseria y pobreza; pero tu sabes,
dulce Señor, que si yo poseyera mil mundos y pudiese disponer de ellos a
mi placer, lo abandonaría todo por amor tuyo; e incluso si tu me dieses
todo lo que posees en el cielo y en la tierra, no me consideraría
saciada hasta que no te tuviese a ti, porque tu eres la vida de mi alma,
no tengo ni quiero tener padre y madre fuera de ti” (ibid., Meditazione II, 32, p. 59).
También
de su vida en la Cartuja tenemos pocos datos. Sabemos que en 1288 se
convirtió en su cuarta priora, cargo que mantuvo hasta su muerte, que
tuvo lugar el 11 de febrero de 1310. De sus escritos, con todo, no se
desprenden giros particulares en su itinerario espiritual. Ella concibe
toda la vida como un camino de purificación hasta la configuración plena
a Cristo. Él es el libro que se escribe, que incide diariamente en el
propio corazón y en la propia vida, en particular su pasión salvadora.
En la obra Speculum, Margarita, refiriéndose a sí misma en
tercera persona, subraya que por gracia del Señor “había grabado en su
corazón la santa vida que Dios Jesucristo llevó en la tierra, sus buenos
ejemplos y su buena doctrina. Ella había puesto tan bien al dulce
Jesucristo en su corazón que le parecía incluso que éste le estuviese
presente y que tuviese un libro cerrado en su mano, para instruirla”
(ibid., I, 2-3, p. 81). “En este libro ella encontraba escrita la vida
que Jesucristo llevó en la tierra, desde su nacimiento hasta su
ascensión al cielo” (ibid., I, 12, p. 83).
Cada día, desde la
mañana, Margarita se dedica al estudio de este libro. Y, cuando lo ha
mirado bien, comienza a leer el libro en su propia conciencia, que
muestra las falsedades y las mentiras de su propia vida (cfr ibid., I,
6-7, p. 82); escribe de sí misma para ayudar a los demás y para fijar
más profundamente en su propio corazón la gracia de la presencia de
Dios, es decir, para hacer que cada día su existencia esté marcada por
la confrontación con las palabras y las acciones de Jesús, con el Libro
de la vida de Él. Y esto para que a vida de Cristo sea impresa en su
alma de forma estable y profunda, hasta poder ver el Libro en su
interior, es decir, hasta contemplar el misterio de Dios Trinidad (cfr
ibid., II, 14-22; III, 23-40, p. 84-90).
A través de sus
escritos, Margarita nos ofrece algunos resquicios sobre su
espiritualidad, permitiéndonos captar algunos rasgos de su personalidad y
de sus dotes de gobierno. Es una mujer muy culta; escribe habitualmente
en latín, la lengua de los eruditos, pero escribe también en
franco-provenzal y también esto es una rareza: sus escritos son, así,
los primeros, de los que se tiene memoria, redactados en esta lengua.
Vive una existencia rica en experiencias místicas, descritas con
sencillez, dejando intuir el inefable misterio de Dios, subrayando los
límites de la mente para aprehenderlo y la inadecuación de la lengua
humana para expresarlo. Tiene una personalidad lineal, sencilla,
abierta, de dulce carga afectiva, de gran equilibrio y agudo
discernimiento, capaz de entrar en las profundidades del espíritu
humano, de descubrir sus límites, sus ambigüedades, pero también sus
aspiraciones, la tensión del alma hacia Dios. Muestra una destacada
aptitud para el gobierno, conjugando su profunda vida espiritual mística
con el servicio a las hermanas y a la comunidad. En este sentido, es
significativo un pasaje de una carta a su padre. Escribe: “Mi dulce
padre, os comunico que me encuentro tan ocupada a causa de las
necesidades de nuestra casa, que no me es posible aplicar el espíritu en
buenos pensamientos; de hecho, tengo tanto que hacer que no sé de qué
lado volverme. No hemos recogido trigo en el séptimo mes del año y
nuestras viñas han sido destruidas por la tempestad. Además, nuestra
iglesia se encuentra en tan malas condiciones que nos vemos obligados a
reconstruirla en parte” (ibid., Lettere, III, 14, p. 127).
Una
monja cartuja dibuja así la figura de Margarita: “A través de su obra
se revela una personalidad fascinante, de inteligencia viva, orientada
hacia la especulación y, al mismo tiempo, favorecida por gracias
místicas: en una palabra, una mujer santa y sabia que sabe expresar con
un cierto humorismo una afectividad del todo espiritual” (Una Monaca Certosina, Certosine, en Dizionario degli Istituti di Perfezione,
Roma 1975, col. 777). En el dinamismo de la vida mística, Margarita
valora la experiencia de los afectos naturales, purificados por la
gracia, como medio privilegiado para comprender más profundamente y
secundar con más prontitud y ardor la acción divina. L motivo reside en
el hecho de que la persona humana es creada a imagen de Dios, y por ello
es llamada a construir con Dios una maravillosa historia de amor,
dejándose implicar totalmente por su iniciativa.
El Dios
Trinidad, el Dios amor que se revela en Cristo le fascina, y Margarita
vive una relación de amor profundo hacia el Señor y, por contraste, ve
la ingratitud humana hasta la vileza, hasta la paradoja de la cruz. Ella
afirma que la cruz de Cristo es parecida a la mesa del parto. El dolor
de Jesús es comparado con el de una madre. Escribe: “La madre que me
llevó en el seno sufrió fuertemente, al darme a luz, durante un día o
una noche, pero tu, dulcísimo Señor, por mi fuiste atormentado no una
noche o un día, sino durante más de treinta años […]; ¡cuán amargamente
sufriste por causa mía durante toda la vida! Y cuando llegó el momento
del parto, tu trabajo fue tan doloroso que tu santo sudor se convirtió
como en gotas de sangre que se derramaban por todo tu cuerpo hasta el
suelo” (ibid., Meditazione I, 33, p. 59). Margarita, evocando los
relatos de la pasión, contempla estos dolores con profunda compasión.
Dice: “Tu fuiste depositado en el duro lecho de la cruz, de forma que no
podías moverte o girarte o agitar tus miembros como suele hacer un
hombre que sufre un gran dolor, porque fuiste completamente extendido y
te fueron clavados los clavos […] y […] fueron lacerados todos tus
músculos y tus venas. […] Pero todos estos dolores […] aún no te
bastaban, tanto que quisiste que tu costado fuese abierto por la lanza
tan cruelmente que tu dócil cuerpo fuese totalmente arado y desgarrado; y
tu sangra brotaba con tanta violencia que formaba un largo camino, casi
como si fuese una gran corriente”. Refiriéndose a María afirma: “No era
de maravillarse que la espada que te deshizo el cuerpo penetrara
también en el corazón de tu gloriosa madre que tanto quería sostenerte
[…] porque tu amor fue superior a todos los demás amores” (ibid., Meditazione II, 36-39.42, p 60s).
Queridos
amigos, Margarita d’Oingt nos invita a meditar diariamente la vida de
dolor y de amor de Jesús y de su Madre, María. Aquí está nuestra
esperanza, el sentido de nuestro existir. De la contemplación del amor
de Cristo por nosotros nacen la fuerza y la alegría de responder con el
mismo amor, poniendo nuestra vida al servicio de Dios y d los demás. Con
Margarita decimos también nosotros: “Dulce Señor, todo lo que
realizaste, por amor mío y de todo el género humano, me lleva a amarte,
pero el recuerdo de tu santísima pasión da un vigor sin igual a mi
potencia de afecto para amarte. Por eso me parece […] haber encontrado
lo que tanto he deseado: no amar otra cosa que a ti o en ti o por amor a
ti” (ibid., Meditazione II, 46, p. 62).
A primera vista
esta figura de cartuja medieval, como toda su vida, su pensamiento,
parecen muy lejanos de nosotros, de nuestra vida, de nuestra forma de
pensar y actuar. Pero se miramos a lo esencial de esta vida, vemos que
nos afecta también a nosotros y que debería ser esencial también en
nuestra propia existencia.
Hemos escuchado que Margarita
consideró al Señor como un libro, fijó la mirada en el Señor, lo
consideró como un espejo en el que aparece también su propia conciencia.
Y de este espejo entró luz en su alma: dejó entrar a la palabra, la
vida de Cristo en su propio ser y así fue transformada; su conciencia
fue iluminada, encontró criterios, luz y fue limpiada. Precisamente de
esto necesitamos también nosotros: dejar entrar las palabras, la vida,
la luz de Cristo en nuestra conciencia para que sea iluminada, comprenda
lo que es verdadero y bueno y lo que está mal; que sea iluminada y
limpiada nuestra conciencia. La basura no está sólo en distintas calles
del mundo. Hay basura también en nuestras conciencias y en nuestras
almas. Sólo la luz del Señor, su fuerza y su amor es el que nos limpia,
nos purifica y nos da el camino recto. Por tanto sigamos a santa
Margarita en esta mirada hacia Jesús. Leamos en el libro de su vida,
dejémonos iluminar y limpiar, para aprender la vida verdadera. Gracias.
[En español dijo]
Saludo
a los grupos de lengua española, en particular a los peregrinos de
Alcobendas, así como a los demás fieles provenientes de España, México y
otros países latinoamericanos. Os invito a que me acompañéis con
vuestra ferviente oración durante el próximo fin de semana, en el que
realizaré una visita pastoral a Santiago de Compostela, uniéndome así a
los peregrinos que llegan hasta los pies del Apóstol en este Año Santo.
Iré también a Barcelona, donde tendré la alegría de dedicar el
maravilloso templo de la Sagrada Familia, obra del genial arquitecto
Antoni Gaudí. Voy como testigo de Cristo Resucitado, con el deseo de
llevar a todos su Palabra, en la que pueden encontrar luz para vivir con
dignidad y esperanza para construir un mundo mejor.