16 de noviembre de 2010

PEQUEÑOS DETALLES

Aunque estuve en Barcelona, la visita del Papa a la Sagrada Familia me cogió con una indigestión, así que no pude ir a verle ni a vitorearle como el resto de mis amigos y familiares. En casos como estos, agradezco con toda mi alma la invención de la televisión y la radio.
La visita del Papa comenzó con algo totalmente inesperado, que demuestra el cariño que nos tiene a todos. Hacia las nueve de la noche del sábado, el exterior del palacio arzobispal estaba lleno de fieles que, con velas encendidas, esperaban a que el Papa llegara del aeropuerto. Simplemente querían demostrarle su apoyo, pero consiguieron enternecerle, como siempre, y él hizo de nuevo algo que no esperaban. Así es como lo describió una amiga mía: "estábamos todos con las velas en la mano, a oscuras, y de pronto se oyó decir "¡es él!" y nos giramos, y vimos en el balcón a un hombre vestido de blanco..." Con esta simple evocación consiguió que sintiera ganas de retroceder en el tiempo e ir con ella, aunque me lo impidiera la peor fiebre del universo...
Fue aquel pequeño detalle el que salió en todos los periódicos de la mañana siguiente, porque son cosas como ésta las que hacen que una persona demuestre su afecto... ¿quién imaginaba que la máxima autoridad de la Iglesia, de 83 años, llegaría cansado y con solo ganas de irse a la cama, y al ver que habían salido a recibirle haría un último esfuerzo por ellos, gente a la que no conocía de nada? ¿Por qué? Eso es lo que demuestra que nos quiere, que se preocupa por nosotros, que reza cada día por cada una de las personas que hay en el mundo.
El Papa jamás despertó tanto afecto en Barcelona como aquella noche. Los que le vieron en el balcón, sencillo, humano, a su alcance, no creo que lo olviden nunca. Fue el pequeño detalle más grande que he visto hacer jamás a alguien.

(Publicado por Marta Araquistain)