16 de julio de 2016

MARÍA, VIRGEN DEL CARMEN



La primera palabra que los hijos tienen en la boca a la hora de una emoción o peligro es: ¡Ay mi madre! El nombre de la madre está siempre en lo más profundo del corazón y aflora en momentos tensos, emocionales y de peligro. Es una expresión de ruego, de súplica, de alegría o auxilio que invoca a la coparticipación o protección de la madre que lo tuvo en su seno el tiempo necesario para ver la luz del mundo.

Es, también, la llamada a esa Madre, ahora la Madre del cielo, que sabemos que no se va nunca, que siempre está y que no se cansa de esperar y de permanecer con su Hijo, nuestro Señor, a nuestro lado. María, en su advocación del Carmelo, es la Madre que cumple la Voluntad de Dios. Voluntad que se concreta en amar a sus hijos por mandato Divino y por amor. María es la Madre que sabe esperar y estar pendiente de las necesidades de sus hijos, especialmente, en esta fecha y solemnidad del Carmen, marineros y hombres del mar que trabajan y se ganan la vida faenando en la mar.

María, que nos enseña a perseverar también en ese inmenso mundo marinero que surca esos horizontes sin fronteras y que parecen inalcanzables; María, que es paciente y confía en la protección del Padre Dios que, encomendada a su Hijo, permanece fiel a su Palabra y su Camino. María, que recoge y guarda en su corazón todas las súplicas, alegrías y llantos de sus hijos marinos, que navegan por las aguas para ganarse sus sustentos y el de sus familias. María, que es intercesora de las peticiones de sus hijos del mar para presentarlas a su Hijo e interceder para que puedan sostenerse a flote, como pidió Pedro al Señor en el mar de Galilea.

María, Madre de Dios, Virgen del Carmen y patrona de todos los hombres, pero especialmente de los hombres relacionados con el mar. María, que no sólo sostiene la vida del mar, sino también de todas las familias que aguardan en tierra el regreso de sus seres queridos que vienen de la faena del mar.

María, Virgen del Carmen, Patrona de los marineros, Luz y Vigilia de los barcos que cruzan los mares, danos, la luz, no sólo de, protegidos por tu manto, navegar por y con los peligros de los mares, sino para sabernos siempre que estando contigo estamos también en la presencia de tu Hijo, nuestro Señor, verdadero Camino, verdadera Verdad y verdadera Vida.