El dolor no es querido por nadie, pero, inevitablemente nos acerca a nuestra propia realidad. La muerte está presente en nuestra vida y con ella el dolor propio y por los seres queridos. Pero, también el sufrimiento nos afecta. El propio y el de los demás, y eso nos acerca al Padre que nos sostiene en la esperanza de vivir en su Palabra y Verdad, arrepintiéndonos, tal y como nos enseña el Papa Francisco, por nuestros pecados y no correspondencia al amor de Dios.
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 12 de febrero de 2020
Miércoles, 12 de febrero de 2020
En nuestra reflexión sobre las bienaventuranzas, hoy consideramos la segunda: «Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados», que nos indica una actitud fundamental en la espiritualidad cristiana: el dolor interior que nos abre a una relación nueva con el Señor y con el prójimo.
Según las Sagradas Escrituras, este llanto tiene dos aspectos. El primero es la aflicción causada por la muerte o el sufrimiento de alguien a quien amamos. El segundo es un llanto por el dolor de nuestros pecados, provocado por haber ofendido a Dios y al prójimo.
El primer significado se refiere al luto, que siempre es amargo, doloroso, y que paradójicamente puede ayudarnos a tomar conciencia de la vida, del valor sagrado e insustituible de toda persona y de la brevedad del tiempo. El segundo sentido indica el llanto por el mal que hemos ocasionado, por el mal que yo hice, por el bien que no hice y por la deslealtad a la relación con Dios y con los demás; es un llanto por no haber correspondido al amor incondicional del Señor hacia nosotros, por no haber correspondido al bien que no quisimos hacer, por no haber querido a los demás. El dolor por haber ofendido y herido a quien amamos es lo que llamamos el sentido del pecado, que es don Dios y obra del Espíritu Santo.
Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y de Latinoamérica —chilenos, peruanos, mexicanos, argentinos—. Pidamos al Señor que nos conceda el don de las lágrimas por nuestra falta de amor a Dios y al prójimo, y que por su compasión y misericordia nos permita amar a nuestros hermanos y dejar que entren en nuestro corazón. Que Dios los bendiga.