No trates de seguir al Señor simplemente adecuando tu vida a su Voluntad. No es que sea malo, al contrario es bueno, pero no es el camino correcto. El Señor sabe de antemano tus fuerzas, tus cualidades y talentos, y no necesita de ellos. Solo quiere tu confianza y tu disponibilidad.
Mira
en María, sencilla, pobre y humilde. Y el Padre hizo maravillas en ellas. Lo
mismo hará en ti. ¿Qué tienes que hacer? Ponerte en sus manos y dejarte llevar
por el Espíritu Santo. Para ello, lo mejor, acércate al Sacramento de la
Eucaristía y Reconciliación y, humildemente, reconociendo que no somos dignos
de que el Señor entre en nuestro corazón y que nos basta una Palabra suya,
alimentémonos de su Cuerpo y Sangre. Amén.