El Papa hacia dentro es un hombre complicado, de muchas facetas, pero hacia fuera es un Papa sencillo, comparable en sencillez a Juan XXIII, por ejemplo. Por eso puede ser amigo nuestro y de todos los cristianos, sean de la edad que sean.
Si hubiera que definir el rasgo de su pontificado, quizás fuera este, la sencillez personal y la sencillez doctrinal.
Cuando se habla de los intelectuales alemanes se piensa en enormes volúmenes escritos y en grandes cantidades de café para no dormirse leyéndolos; se piensa en Hegel, en Kant, en Heidegger...., en razones puras, imperativos categóricos, en ser-ahí...
Y Benedicto podría ser como ellos; se ha leído todos esos libros, los ha asimilado completamente y podría mostrarse a los demás tan ininteligible como ellos, pero no ha querido ser complicado sino sencillo.
La misma férrea voluntad que ha puesto en sus estudios, la ha puesto luego en hacer accesible al pensamiento común ese saber que atesora, en hacer comprensible a todos el deposito de la fe que custodia.
Sencillez no quiere decir, falta de profundidad, al contrario, sino ir a lo esencial, al núcleo.
Recientemente, con motivo de la publicación de su biografía de Cristo, “Jesús de Nazaret”, el Papa citaba en el prefacio a un autor desconocido, olvidado por los estudiosos, Franz Michel Willam, sacerdote y teólogo autor de una vida de Cristo allá por los años 30. Los especialistas se extrañaron de que Benedicto citara a tal autor, pero uno de ellos, fue más allá e investigó la relación de Ratzinger con Franz Michel Wilam y descubrió algo sorprendente: ambos, aunque se llevaban 30 años de diferencia, tuvieron amistad y se habían carteado y de la correspondencia se deducía una sintonía espiritual que consistía en que los dos tenían en común la convicción de que el secreto de la gran teología cristiana – la que sabe hablar no sólo a los doctos – es “la simplicidad”, y “la mirada clara de lo esencial”. Dicho en palabras de Ratzinger: “existe la simplicidad de la comodidad, que es la simplicidad de la imprecisión, una falta de riqueza, de vida y de plenitud. Y existe la simplicidad del origen, que es la verdadera riqueza. Renovación es simplicidad, no en el sentido de una selección o reducción, sino de una simplificación en el sentido de un hacerse-simple, del moverse hacia la verdadera simplicidad que es el misterio de lo existente”.
Ambos, Wiliam y Ratzinger, en sus libros y en sus vidas, eran ejemplo de esta simplicidad que es capaz de renovar la Iglesia.
William no era un mero teórico que elabora su pensamiento independientemente de los acontecimientos concretos alejándose por ello progresivamente de la realidad. No escribe sólo para un círculo de especialistas. Su urgencia es la formación religiosa del pueblo. Esta urgencia deriva de su particular amor y de su particular cercanía al hombre simple; le resultó unir un espíritu lúcido a un lenguaje lineal y comprensible.
Un biógrafo del Papa Benedicto XVI ha escrito: “La simplicidad le pertenece. Una indiferencia altiva no ha sido jamás su característica, por más que los problemas teológicos afrontados fueran complejos”.
El fruto de la simplicidad es la mirada clara sobre lo esencial. Y precisamente William compartía esto con Ratzinger, quien citándolo en el prefacio de “Jesús de Nazaret” con justicia lo salva del olvido. Porque la sencillez puede ser ocultada por espesas capas de complejidad, pero al final siempre sale a la luz.
Gracias Santo Padre por acercarte cada vez más a nosotros con tu doctrina y con tu persona. Ojalá sepamos ser, como tú, simples de espíritu para ser siempre bienaventurados entre nuestros hermanos.