Ayer durante la proclamación del Evangelio lanzaron al vuelo las campanas de la parroquia y aunque me encontraba en un pequeño monasterio cercano, no dejaban casi oír la Palabra de Dios. Tan insistente y fuerte sonaban que el sacerdote no se entendía ni él mismo. Su fuerte sonido era un canto a la esperanza. Y así era y así lo pensamos los 15 asistentes a la celebración.
Pero el sacerdote, mayor, siguió leyendo y predicando después como si tal cosa...; y en verdad era como contra viento y marea. Las Carmelitas Mensajeras del Espíritu Santo que atendían desde el presbiterio, como si el templo estuviese a rebosar y no cupiesen en ningún otro lugar, se regocijaron desde sus asientos humildes y entre micrófonos y guitarras y movimientos juveniles demostraban que sabían lo que pasaba.
La superiora se levantó y se supone que consultaría con los medios actuales de adivinación -véase radio, tv o internet- y volvió con la más grande sonrisa que monja alguna haya regalado en plena Misa a la asamblea reunida. Mientras, el sacerdote seguía luchando contra los elementos y ni dando gritos llegábamos a entenderle. Y ya íbamos a orar cuando dejaron, modosas, de sonar.
Para las preces una de las monjitas se levantó y, como había pactado entre sonrisas con su también joven superiora, pidió, con desparpajo y con su dejo brasileño, por el nuevo Papa elegido. En el pequeño templo se respiraba la alegría: todos nos congratulábamos, estoy segura. Y el sacerdote finalizó, ya no sé cómo ni con qué petición, las preces y empezó a protestar diciendo que si las campanas las tuviesen que mover los campaneros a mano y no la electricidad, otro gallo nos cantara. Y pretendía el buen hombre que le diésemos la razón.
Los 15 a media voz le decíamos: "¡es el Papa, el Papa... !" Y entonces y después de comprobar que todos pensábamos lo mismo, cayó del guindo el pobre y se fue satisfecho hasta el altar donde empezó el rito de la consagración. No he visto consagración más alegre. Yo creo que al Señor no le molestó, sobre todo porque de corazón le pedíamos, estoy segura, por el nuevo y desconocido Papa, para que fuese un hombre según Su Corazón.
Al finalizar sonrisas y parabienes, alguna que otra persona llegada de la calle se encaraba al sagrario para seguir pidiendo por el recién escogido, y nos fuimos con prisa contenta a nuestras casas a seguir sabiendo. La calle me pareció también feliz, a eso de las 7.30 de esa tarde invernal, pues me pareció que todos sonreían; serían figuraciones...
Ya en casa vi las llamadas perdidas de mis hijos que me querían avisar de que ellos lo sabían, y la de mi marido... No se imaginaban que a mí me lo habían dicho las campanas y en plena Misa... Nos hablamos con alegría y me puse frente a internet, exactamente en 13 tv. Pero no me acababa de agradar pues era tal el gallinero que a mí no, no me va; los comentaristas en cuentagotas... y caí por la tv del Vaticano y allí me quedé. Y esperé. Y llegó mi marido que se aposentó a mi lado sin casi mediar palabra. Y conectó la radio, la Cope.
Y vimos al Papa. Sorpresa como siempre. Y era argentino, sorpresa, como con el polaco y el alemán. Y bastante mayor, otra sorpresa. Y jesuita, otra sorpresa más. Y se pone de nombre el del santo de Asís, más sorpresas aún...: Francisco, por primera vez alguien se pone este nombre como sucesor de Pedro...
Parece buena persona... Querrá ser muy pobre, como el poverello... Seguiremos pidiendo por Pedro para que no desfallezca... Y también para que se acuerde no solo de la ciudad sino también del mundo.
«Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo.»
Del Evangelio del día: Jn 5, 17-30
Y la lectura de Is 49, 8-15, tampoco tiene desperdicio.
Mj bo.
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