San José con su esposa
María ha llegado a Belén, obedeciendo la orden del Emperador romano de
que todos los ciudadanos de su imperio se empadronasen cada uno en su ciudad de
origen. José era descendiente de David.
Y estando en Belén le llegó a
María la hora e dar a luz al fruto que llevaba en su vientre. Se puso el bueno
de José a buscar casa, pro no había lugar para ellos en el alojamiento. Y
encuentra una pobre cueva en los entornos de Belén. La limpia, la adereza, la prepara –José era
carpintero- la asea, para que, aunque en lugar pobre, el Hijo de Dios nazca en
una casa limpia y reluciente. El que va
nacer el la Hermosura, la Belleza de Dios Padre
San José vive el misterio del
nacimiento de Jesús en una intimidad muy íntima con María, su esposa, y abundan
en los mismos sentimientos de pasmo y asombro y de alegría y gozo. Aunque el ángel
le ha dicho que imponga el nombre de Jesús al niño recién nacido de María,
porque salvará su pueblo de sus pecados, al tenerle delante de sí no puede menos
de pasmarse y maravillarse junto con María, y caer de rodillas en una actitud
gozosa de adoración y en un éxtasis de amor ante la Grandeza, la Belleza y la
Fuerza de aquel Niño, amor de sus amores, hijo suyo por serlo de su esposa María,
que absorbe totalmente todas las aspiraciones, deseos y sentimientos de su
corazón de padre.
Ha bajado al mundo en carne
humana la bondad, la benignidad, la ternura infinita de Dios, y él es su padre
por designio de Dios, que le casó con la
Virgen María antes que naciese el Niño. Caen en un silencio adorante y profundo,
lleno y largo que es la más bella alabanza, porque es la que se canta
eternamente en el seno de la beatísima Trinidad y vale más que mil palabras.
San José se sabe y se siente el padre más feliz del mundo.
Y en la pobreza de la cueva y la
ausencia de allegados y conocidos reina una alegría inmensa e indescriptible en
los corazones de José y de María. Ha nacido el Salvador del mundo y con su
nacimiento, como canta la Kalenda de Navidad,
el Padre bueno del cielo ha consagrado al mundo con su
misericordiosísima Natividad. Con el nacimiento de Jesús se ha borrado el
pecado del mundo. Ha nacido el AMOR Aquella noche oscura y fría queda calentada e iluminada por la Luz
eterna, que es aquel Hijo, más luminosa que mil soles. Y no importa que el Niño
llore. Sus lágrimas producen pasmo y maravilla en el corazón de ambos al ver el
trueque que se hacía: el llanto del hombre en Dios e y en el hombre, en ellos
mismos, la alegría desbordada.
José toma al Niño de manos de
María, se lo come a besos, se explaya con él. ¿Qué cosas le diría al Niño, hijo
suyo, con la certeza de que el Niño le entiende? Te quiero, amor mío…le besaría
y abrazaría tiernamente; no llores, cariño, que tu madre está durmiendo… me
gustaría que en lugar de un establo esto fuese un palacio, y rápidamente caed
en la cuenta de que en palacio es donde está el rey y este establo es un
palacio porque en él está el Rey
Jesús. Entre las muchas y hermosísimas
cosas que de San José describe José de Valdivieso, gran devoto del Santo, en su
Josefina, encontramos esta estrofa admirable: “Adora, reverencia, abraza,
besa,/ gorgea, requiebra, alegra y enamora,/ al Niño pobre que por Dios
confiesa,/y el rico Dios que entre pañales mora,/ Gózase la bellísima
Princesa,/ viendo a José que de contento llora,/ y tomando al infante
soberano,/ volvió a las pajas al precioso grano” (Canto 14).
De su corazón y de sus labios
sale el nombre de Jesús, nombre que tenía que imponerle, según la revelación
del ángel: Jesús mi vida, Jesús mi amor…y del corazón y los labios de María.
Escribe San Juan de Ávila; “Contó el uno al otro el dulce nombre de Jesús que
el ángel les había dicho que pusiesen al Niño después de nacido; y fue un
particular gozo entre ellos de oír nombre tan excelente y consolativo, como
Jesús, que quiere decir Salvador…Salvador de los pecados” (Sermón de San José). Y este nombre sobre todo nombre es al corazón
jubiloso de ambos más dulce que un panal de miel, más armonios que mil
melodías, más deleitable que todos los contentos del mundo.
¡Oh la Navidad de San José,
prolongada por muchos días, vivida toda interiormente en el corazón con un actitud de pasmo y
maravilla., de intensidad de alegría y gozo inefables y de adoración extática
en profundo silencio amoroso.
P. Román
Llamas, ocd