CURSO SOBRE EL MINISTERIO PETRINO
TEMA 2
LA AUTORIDAD EN LA BIBLIA
Ya desde la Catequesis de la Creación, en los primeros capítulos del Libro del Génesis, encontramos señales certeras e inequívocas de cómo Dios se manifiesta respecto de su autoridad.
Es más que evidente que si Dios quisiera, omnipotente como es, hubiera podido hacer uso de su infinito e ilimitado poder, de tal manera que podríamos asegurar, sin lugar a dudas, que le hubiese resultado imposible al ser humano desobedecerle.
Pero la Biblia no nos enseña que esa sea la manera de actuar de Dios...
Dios, pudiendo hacer uso del poder absoluto, es decir, dicho en palabras bien humanas, pudiéndose mostrar como un caudillo o jerarca absolutista... no lo hace. Pero, ¿por qué? ¿por qué no lo hace?
a) Dios no usa un poder absolutista porque ello sería lo mismo que negar al ser humano el gran regalo de la libertad. Dios nos ha creado libres. Nuestra alma está impregnada de libertad.
Bien es verdad que esa libertad ha de escoger el bien para ser verdaderamente libre, pero es imprescindible que ese bien se escoja, no que se imponga. Si se nos impone el bien y no lo podemos escoger, entonces dejamos de ser libres e, incluso, un bien que se impone puede parecer que también deja de ser el bien.
Por eso Dios permite que Adán y Eva, pudiendo escoger el bien, acaben eligiendo el mal, la desobediencia, la rebeldía contra su Creador.
b) Dios tampoco usa su poder de forma absolutista porque no está tratando con esclavos, ni tan siquiera con súbditos. Dios nos trata como hijos, pues lo somos. Y a los hijos se les trata no con normas de obligado cumplimiento sin más, sino con amor, mucho amor.
Pero el amor sin libertad no es amor. Si se obliga a alguien a “amar”, esa acción deja de ser amor, por mucha apariencia que de ello tenga. El amor requiere de manera imprescindible de libertad.
c) Por todo ello, la manera de actuar de Dios no es haciendo uso de un poder absolutista sino con una decidida autoridad, que presenta sin engaños ni ambigüedades el plan de felicidad para el hombre. Se lo presenta, se lo propone, pero no se lo impone.
Dios Padre y Creador nos habla con autoridad, con una autoridad generosa, con una autoridad paciente, con una autoridad que perdona. Y es que el verdadero poder, aquel que se ejerce desde la autoridad es siempre generoso porque su poder, su ejercicio legislativo, incluso desde un sentido punitivo, siempre busca nuestro bien, está pensado para rescatarnos y no para hundirnos. La autoridad de Dios no ve fantasmas que menoscaban su poder y, por tanto, no necesita ser “duro” para afianzar su autoridad.
Así pues, Dios no es “autoritario” ni tampoco responde con simplezas como “esto es así porque yo lo mando”. Dios hace el uso más inteligente del poder: aquel que muestra que goza de por sí de una autoridad moral que no necesita vencer a nadie porque pretende convencer a todos.
Para ello nos ilumina con su Espíritu y nos envía a sus profetas. Primero fueron Isaías, Jeremías, Ezequiel... después Juan el Bautista, su mismo Hijo Jesucristo y apóstoles como Pedro y Pablo. Y así hasta nuestros días: Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II... Monseñor Romero, Madre Teresa de Calcuta... y hoy el Papa Francisco.
QUIQUE FERNÁNDEZ