Nos resulta muy difícil comprender la actitud de María e imaginarnos como se enfrentó y sufrió ese tiempo de gestación hasta llegar el nacimiento de su Hijo Jesús. Para empezar, el anuncio tuvo que ser una experiencia impactante y sorprendente, pero a su vez llena de temor e inseguridad. ¿Qué iba a suceder? ¿Cómo presentarme así, con esta noticia a José? ¿Acaso me iba a creer?
¿Podemos imaginar por un momento esa situación y tratar de ponernos en su lugar? ¿Puede haber sucedido en nuestra vida algo parecido, no en la dimensión tan alta de María, sino en pequeñas cosas en nuestra vida? ¿Hemos sentido algo que nos sintamos movido por la acción del Espíritu Santo? O, simplemente, ¿estaríamos atentos y dispuesto a escuchar y dejarnos llevar por Él?
Son preguntas e interrogantes que también podemos encontrar en el testimonio y vida de María. La Madre de Dios puede ayudarnos a confiar en su Hijo y a dejarnos conducir por la acción del Espíritu Santo. Fijémonos: María aceptó la tarea que se le encomendaba sin dudar por un momento. Se sometió a la Voluntad de Dios porque creía profundamente en Él y se fiaba de sus cuidados y protección. Su respuesta no da lugar a ninguna duda.
Ser la Madre de Dios era tal privilegio que eso le bastaba para disipar toda duda y temor. ¡Dios mío!, ¿estamos nosotros ansiosos de recibir cualquier encargo del Señor para entregarnos a cumplirlo? Sólo el pensarlo descubre mi poca fe y todos mis miedos. ¿Y puedo imaginar cómo pudo María soportar la decisión de José al saber por María de lo que le había ocurrido? ¿Y lo doloroso que tuvo que ser para ambos? ¿Y la alegría, alivio y satisfacción al conocer la noticia del ángel?
¡Dios mío, Madre!, danos la fortaleza y la voluntad de saber digerir y soportar todos las dificultades y vicisitudes que la vida nos depara y, mirándonos en Ti, ayúdanos a descubrir la Voluntad de Dios que, tanto tu Hijo como Tú han sabido descubrir y cumplir. ¡Madre en ti nos apoyamos!