María, necesito fijarme en ti, porque de tu forma de vivir y de creer aprendo mucho. María, Madre de la sencillez, enséñame a ser sencillo y a buscar a tu Hijo, el Señor, en lo sencillo y humilde. Porque, no se trata de quemar el tronco, sino prender la brizna que, por contagio y cercanía irá prendiendo lo cercano y próximo hasta llegar al tronco y avivar fuertemente la hoguera de cada corazón.
María, tú prendisteis la llama de tu corazón en lo pequeño. Anunciada tu maternidad divina, concebido en tu seno al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, marchaste rápidamente a casa de tu prima Isabel. Presta al servicio de lo más cercano y a lo que estabas vinculada. Prendiste esa pequeña brizna de tu fuego amoroso bañado ya por la Gracia de Dios. Sin grandes heroísmos ni pretensiones. Simplemente servicio humilde, silencioso y obediente.
Sí, María, tú sabías que servías en ese humilde servicio, valga la redundancia, a tu Dios, que prendió tu humilde corazón en ese fuego de amor que contagiaba y quemaba todo lo que tocaba. Y lo hacía con la llama del amor servicial, sencillo, dócil, disponible, callado, obediente, abierto, entregado, alegre y dispuesto a la fraternidad. Y, de esa manera, me evangelizabas, me dabas tu testimonio de Madre y me señalabas el camino a seguir. Un camino sencillo, humilde, silencioso, lleno de paz, confiado y esperanzado.
Porque, Dios no se encuentra en la heroicidad, ni en lo grandioso, ni tampoco en lo destacado y tormentoso. Menos en el ruido, en lo notable y lo exitoso. Dios se encuentra en la brisa suave de lo humilde, sencillo, disponible, entregado, servicial y amoroso. Y eso no está lejos, está a tu lado. Sólo tienes que mirarlo, tal y como hizo María. Se trata de descubrirlo y correr, con paso firme, sin prisa, pero sin pausas. Animado por el Espíritu Santo, y confiado en la presencia del Señor, que te acompaña, te fortalece y está a tu lado.
Gracias Madre por tus palabras. Quiero repetirlas ahora en alta voz para compartirlas con todos ustedes: "Anda, camina en donde Dios te ha puesto en este momento. Mira a tu derredor y abre tu corazón al que ves a tu lado. Sírvele, ayúdale, dadle alegría, háblale con tus obras de mi Hijo y confía y ten paciencia. Él está contigo, te cuida y protege. Y llénate de paz y sosiego, porque Dios no te pide otra cosa, sino que ames y ames y prendas el corazón que tienes a tu lado.