Una madre no se cansa de esperar. La imagen de una madre es la de aquella persona entregada al bien de su hijo. Sabemos que la realidad no es siempre así, porque las madres son también débiles y algunas son víctimas de esas debilidades. Pero, por regla general, una madre siempre está vigilante y expectante a las necesidades de sus hijos.
Y, es verdad, que, nuestras madres de la tierra no siempre están a la altura de lo que necesita el hijo. Sin darse cuenta no advierten la necesidad de cariño y acogida que necesita el hijo. Y en esas distracciones la sensibilidad de hijo y madre se distancia y hasta se deteriora. Muchos de nosotros, que somos padres y madres, quizás hemos pasado por esas experiencias. Y nos sentimos perdidos y confundidos, sin saber a quien acudir.
María, nuestra Madre del Cielo, ha vivido todas esas experiencias. Ella, quizás sin comprender muchas cosas de la Misión de su Hijo, supo perseverar, soportar con paciencia y, fortalecida en la fe, esos momentos de oscuridad o de confianza. Porque, el Espíritu Santo no se aparta de nosotros. Tenemos esa gran ventaja. Nos auxilia y nos asiste para capacitarnos y para que entendamos lo que el Señor quiere de cada uno de nosotros.
Pero, también tenemos un Madre. Una Madre que sabe de nuestras difícultades e impaciencia. Una Madre que entiende nuestros peligros y debilidades. Una Madre que es la oportunidad y referencia para que interceda por nosotros y nos ayude a confiar en su Hijo. Porque, Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida y en muchos momentos de ceguera, de tentaciones, de oscuridades, de pecado, la Madre nos puede acoger y darnos serenidad, paz y luz para el camino.
Madre, tú que diste testimonio de una fe fortalecida y apoyada en nuestro Padre Dios, y que entregaste todo tu ser para que fuese posible la Encarnación, aviva mi fe en todo momento para que yo también sepa confiar y seguir los pasos y ritmo de tu Hijo hasta la Cruz. Amén.