Cada día estamos más cerca del encuentro con el Señor. Ese es el pensamiento, al menos debería ser, desde la fe de los mayores o ancianos. Porque, el encuentro con el Señor, tras la muerte en este mundo, es más próximo. Por ello, la ancianidad, de la que nos habla hoy el Papa, es un momento glorioso para vivirlo en la ardiente fe de la promesa del Señor y en la esperanza de alcanzar esa morada gloriosa que Jesús nos promete.
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis contemplamos a Jesús que se despide de sus discípulos con palabras de consuelo. Les dice: “No se inquieten, voy a prepararles un lugar en la Casa de mi Padre”. Después de la Ascensión del Maestro a los cielos, los discípulos experimentan, por un lado, la fragilidad del testimonio y los desafíos de la fraternidad, y por otro, la fortaleza que radica en las promesas y bendiciones del Señor.
También nosotros, en el seguimiento de Jesús, recorremos el camino de la vida como aprendices, experimentando dificultades y fatigas. En este camino se nos invita, con la gracia de Dios, a salir de nosotros mismos y a ir siempre más allá, hasta llegar a la meta definitiva, que es el encuentro con Cristo. La ancianidad es el tiempo propicio para dar testimonio de la espera anhelante de este encuentro definitivo. Por eso, sería interesante que las Iglesias locales, acompañando a las personas ancianas, les ayuden a reavivar el ministerio de la espera del Señor.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española; chilenos, mexicanos, argentinos, hay de todo hoy. Quiero expresar mi cercanía de modo especial a los afectados en la tragedia causada por las explosiones y el incendio en la Base petrolera de Matanzas, en Cuba. Pidámosle a nuestra Madre, Reina del cielo, que vele por las víctimas de esta tragedia y sus familias. Y que interceda por todos nosotros ante el Señor, para que sepamos dar testimonio de la fe y la esperanza en la “vida del mundo futuro”. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.