Señor, me llamas por mi nombre, porque me conoces, me conoces mejor que yo mismo.
Conoces mi capacidad de amar, de trabajar, de entregarme, de escuchar y compartir; esas capacidades que tú me diste y me ayudas a desarrollar, esas virtudes que alegran tu corazón.
Conoces también mis miserias, mis egoísmos, mi individualismo, el orgullo que me aparta de ti y los hermanos. Conoces mi pobreza ¿y me sigues llamando?
Sí. Me amas tal como soy y cuentas conmigo. Y me repites lo mismo que dijiste a San Pablo: tu fuerza se muestra perfecta en mi debilidad. A través de mi pobreza se hace presente la grandeza de tu amor.
Señor, ayúdame a conocerme y amarme. Dame fuerza para responder a tu llamada. Amén.