Cuando la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud pasó por Córdoba, una madre de familia dio este impresionante testimonio que me ha hecho llegar un amigo mío.
Hoy, aquí delante de la Cruz de la Juventud y de Nuestra Madre, la Virgen, vengo a dar mi testimonio de Fe, de que Dios está de nosotros y se manifiesta a diario en nuestras vidas, aunque a veces no nos demos cuenta.
La Fe, según la Biblia, es la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de aquellas que no se ven.
Por eso las dificultades que se nos presentan a lo largo de la vida nos hacen revelarnos a veces contra Dios, pero es precisamente en los momentos difíciles cuando más lo necesitamos y cuando más tenemos que pedirle que se quede a nuestro lado, que no nos abandone, aunque Él nunca lo hace.
Paso a contaros los testimonios en los que he visto claramente la presencia de Dios.
Hace nueve años el día 23 de marzo de 2002 moría mi hijo mayor con 29 años víctima de un desgraciado accidente. Para mi marido, para mi hijo Nacho y para mí fue un mazazo del que creíamos nunca íbamos a salir, nuestra casa quedó vacía sin él, ya que era muy alegre, simpático y ocurrente y nos alegraba a todos.
A los tres meses de su muerte le detectaron a mi marido un cáncer de pulmón, la entereza con la que lo aceptó fue la primera manifestación de que Dios estaba con nosotros.
La enfermedad nos tuvo muy ocupados durante los tres años que la padeció, quimio-radio-operación, se nos fue pasando el tiempo y así se hizo más llevadera la ausencia de Paco-Pepe aunque nunca lo olvidábamos. Mi marido, al final estaba muy inquieto, había algo que no lo dejaba en paz. Un día vino a visitarnos el capellán de la Cruz Roja por supuesto mandado por Dios ya que al administrarle la Unción de Enfermos mi marido quedó en paz hasta que murió el día 4 de enero de 2005.
El día 24 de febrero mi hijo Nacho sufrió un accidente de coche, no murió en el acto. Los médicos y él lucharon cuanto pudieron, pero sus lesiones eran muy graves y las noticias que nos daban a diario no eran nada alentadoras. Ya se pueden imaginar como me encontraba, era lo único que me quedaba de la familia que yo había formado.
Mi hermana y yo rezábamos sin parar y a todos los santos que nos decían, con decirles que teníamos, además rezando con nosotras gente de toda España incluso conventos enteros.
Un día vino a vernos un sobrino mío y me dijo que le había dicho al padre Fernando que viniera, y así fue, el padre Fernando vino, Dios lo puso en nuestro camino al igual que , en su día, al capellán de la Cruz Roja. Le administró a mi hijo la Unción de Enfermos, y rezaba por él y a mí me dio aliento y ánimo con sus palabras.
El estado de salud de mi hijo era cada día peor, un día nos dijeron que había que amputarle una pierna. Yo me derrumbé, pero seguía rezando, aunque ya siempre rogaba a Dios que fuera lo mejor para él.
A los dos días lo volvieron a bajar a quirófano, y cuando salieron los traumatólogos, otra mala noticia, la otra pierna estaba muy mal y posiblemente, también había que amputar, yo gritaba ¡Señor no, por ahí no puedo pasar! ¿Qué ha hecho mi hijo para esto? Aquella noche me enfadé bastante con Él, lo confieso, pero cuando me calmé y reaccioné seguía pidiéndole lo mejor para él. La otra pierna no llegaron a amputarla, pero a las 7:15 de la mañana del día 24 de marzo falleció. Cuando entramos a verlo su cara reflejaba una sonrisa, la última sonrisa que quiso Dios que me regalara.
Como dijo el padre Fernando en una de sus homilías, a veces, esperamos un milagro, y el milagro no es el que esperamos pero se produce.
A pesar de todo lo que me ha sucedido vivo con la esperanza de que Dios y la Virgen no me han abandonado y tengo plena confianza de que algún día, cuando Dios quiera, me reuniré con ellos.
Por supuesto, también sé que la confianza no nos hace invulnerables a la desgracia, pero esta confianza nos proporciona un apoyo muy importante cuando la vida nos azota de alguna manera, sobre todo si el azote ha consistido en arrebatarte lo que más quieres en este mundo, tus hijos y tu marido.
Pero os aseguro que el no creer en Dios o no tener Fe es mucho peor, pues encontrarnos con Él es lo mejor que nos puede pasar. Necesitamos de Dios y todo se lo debemos a Él.
Y desde aquí y ante esta Cruz digo:
- Te doy gracias, Señor, por los años que los disfruté y viví junto a ellos.
- Por haber podido comprobar que tanto mis familiares como mis amigos y amigas me quieren, me apoyan y se preocupan por mí.
Cuando el padre Fernando me invitó a dar mi testimonio de Fe aquí ante la Cruz de la Juventud creí que no iba a ser capaz, ya que nunca había hablado en público, sólo a mi público infantil en mi escuela o a sus padres cuando había reunión, ahora me siento muy contenta por haber podido hacerlo y deseo y pido a Dios que la Fe siempre permanezca en nuestras vidas, no nos arrepentiremos y espero que yo de alguna manera, os haya transmitido algo con mi testimonio.
¡ Adelante, no os rindáis ¡