En una famosa lectio divina que impartió Benedicto XVI el pasado 12 de junio en san Juan de Letrán, el Papa formuló esta pregunta con la que titulamos este post. Y la respuesta que él ofrece proviene de la razón, no tanto de las fuentes de la Revelación.
Benedicto XVI señala que quien se formula esta pregunta ya no ve en el Bautismo la realidad de un nuevo nacimiento. En el momento en que se establece esta relación entre la vida humana y la sobrenatural, entonces la respuesta -como se suele decir- está cantada. Nadie elige vivir. La vida se nos da y por tanto no se nos pide el consentimiento.
Cabría preguntarse con el Papa:
"¿Es justo dar vida en este mundo sin haber obtenido el consentimiento: quieres vivir o no? ¿Se puede realmente anticipar la vida, dar la vida sin que el sujeto haya tenido la posibilidad de decidir?"Y la respuesta no tiene desperdicio, sobre todo por las consecuencias que de ella se derivan:
"Yo diría: sólo es posible y es justo si, con la vida, podemos dar también la garantía de que la vida, con todos los problemas del mundo, es buena, que es un bien vivir, que hay una garantía de esta vida es buena, que está protegida por Dios y que es un verdadero don. Sólo la anticipación del sentido justifica la anticipación de la vida".Impresionante. Porque si formulamos esta frase en negativo, entonces cabe decir que cuando falta radicalmente la esperanza, cuando se carece totalmente de un sentido de vida, cuando se vive en el convencimiento de que el mal tiene la última palabra, entonces lo justo sería no dar la vida a nadie. Aquí tenemos una radiografía de la cultura de la muerte. Y una justificación psicológica de esa actitud tan propia del maniqueísmo y del catarismo de todos los tiempos. ¿Les suena? El matrimonio es una institución que perpetuaría el mal en el mundo. El peor pecado consistiría en procrear. A los esposos todo les resultaría lícito salvo la procreación que parece un mal menor: lo mejor sería que no hubiera más niños, pero se tolera que algunos sean tan egoístas que prefieran tenerlos, a pesar de que trayéndolos al mundo se les obliga a vivir una vida sin sentido y sin esperanza... truncada ineluctablemente por la muerte. Sin esperanza de salvación, por tanto, habría que dar la razón a todas estas manifestaciones de la cultura de la muerte que proliferan en la sociedad contemporánea.
El mismo Benedicto XVI sostenía que la muerte no es un castigo con el que Dios condenó a la humanidad como consecuencia del pecado de nuestros primeros padres, sino más bien un acto de misericordia respecto a los descendientes de Adán y Eva, los cuales arrastrarían una existencia miserable e inmortal en un mundo hostil: "la eliminación de la muerte, como también su aplazamiento casi ilimitado, pondría a la tierra y a la humanidad en una condición imposible y no comportaría beneficio alguno para el individuo mismo" (Spes Salvi, 11). Porque no debemos olvidar que "la muerte entró en el mundo por envidia del diablo" (Sab 2, 24). Con el pecado entró la muerte en el mundo: ciertamente podría ser una pena infligida a la humanidad pecadora, pero más bien me inclino a considerarla un don de Dios, una medicina sana, que nos permite reaccionar con humildad. En todo caso, lo que el Papa Benedicto XVI ha querido enseñarnos es que la esperanza de la salvación es clave de la existencia humana. Si no hubiera esa esperanza, sería mejor la muerte que la miserable pervivencia -no se le podría llamar vida- en este mundo.
Porque hay esperanza, los hombres y mujeres siguen casándose, procreando hijos y educándolos para que sean ciudadanos de provecho y personas de principios. Ese dar la vida no es injusto, precisamente porque se espera que haya un final feliz. Es ciertamente una esperanza humana. No se trata de la virtud teologal de la esperanza cristiana, pero es suficiente para que la procreación pueda ser justificada.
En cambio, los cristianos que bautizan a sus hijos incluso cuando no tienen uso de razón, no sólo tienen esa esperanza humana, sino que en ellos actúa la Esperanza teologal. Así lo explica el Papa en el texto citado más arriba:
"Por lo tanto, el Bautismo de los niños no va contra la libertad; y es necesario darlo, para justificar también el don -de lo contrario discutible- de la vida. Sólo la vida que está en las manos de Dios, en las manos de Cristo, inmersa en el nombre del Dios trinitario, es ciertamente un bien que se puede dar sin escrúpulos".
Joan Carreras del Rincón