Hasta la reforma litúrgica del Vaticano II la solemnidad que la Iglesia celebra en la fiesta del 2 de febrero era la de la Purificación de la Virgen María. Era una fiesta Mariana. A partir de esa reforma la fiesta se denomina Presentación del Niño Jesús en el templo y es una fiesta de Cristo. En la Iglesia oriental se la llamó Hipapante= encuentro con el Señor y se celebraba cuarenta días después de la Epifanía. La liturgia occidental respetó y conservo ese nombre por algún tiempo y solo a partir del siglo X y XI comenzó a llamarse La purificación de María.. Con la reforma del vaticano II ha recuperado su sentido original.
La fiesta del la Presentación de Jesús en el templo es su manifestación como Luz del mundo y Sol resplandeciente desde los brazos de José y de María que le llevan al templo, donde se manifiesta a su pueblo y al mundo entero.
¿Qué papel juega San José en la Presentación del Niño Jesús en el templo a los cuarenta días de su nacimiento? En primer término, tenemos la expresión que sus padres le llevaron a templo para presentarlo al Señor. La Presentación es un término litúrgico que significa poner delante del Señor al hijo para que le sirva de por vida. Y en esta Presentación Lucas afirma por dos veces que lo hacen para cumplir con lo mandado en la Ley de Dios en las Escrituras (Lc 2,22-23.27) para resaltar que José y María son fieles cumplidores de la ley del Señor en todo. La Presentación la hace San José, ya que era oficio propio del padre y la Virgen María se unió íntimamente a los gestos y sentimientos de José, ofreciendo a su hijo al servicio total de Dios.
Esta Presentación la hicieron en lugar del rescate que estaba prescrito en la Ley (Ex 13,13), por que en la Iglesia del tiempo de Lucas el rescate de los primogénitos no tenía ningún sentido, al igual que la circuncisión. Todo primogénito es pertenencia de Dios (Ex 13.12) y para que pudiese dedicarse la vida civil tenía que ser rescatado. Cinco siclos era el precio del rescate (Núm. 18,16). Pero José y María, inspirados por el Espíritu Santo del que estaban llenos, ateniéndose a las palabras que el ángel había dicho a María en la anunciación: Y lo que nacerá de ti será santo y será llamado Hijo de Dios (Lc 1,15), determinaron que esa consagración como hijo de Dios, esa pertenencia a Dios se continuase; en vez de rescatarle, le consagraron. Así había hecho Ana, la mujer de Elcana, en el A.T., consagrando a su primogénito al servicio de Dios en el templo de Silo, a Samuel, el gran profeta del Señor. (1Sam 1,24-28)
El Papa Pío IX, que declaró a San José patrono de la Iglesia universal el 8 de diciembre de 1870, siendo todavía sacerdote, predicó una novena a san José y, en un sermón sobre la Presentación del Niño Jesús en el templo, expone así el papel de San José en aquel acto: “Fue conducido allí a una con su esposa este ministro de nuestra salud (San José) para hacer ante el altar la presentación legal del niño salvador: Ofrece, José. dice san Bernardo, al Señor el sacrificio de alabanza, el sacrificio matutino…José, pronto y generoso en su obediencia, levantó en sus brazos la eterna hostia del sacrificio, y `he aquí, exclama, Padre eterno, he aquí este niño que vos me distéis en lugar de hijo, yo amo más que a mí mismo a este amable, a este querido hijo, yo le adoro profundamente y le reconozco con suma reverencia como a mi Dios; en él solo vivo y en él me muevo, en él únicamente existo en este momento; pero vos queréis que esta querida y adorada prenda sea sacrificada por la salud de los hombres. Vos le queréis muerto para satisfacer a vuestra justicia irritada; yo inclino, aunque con sumo dolor, inclino reverente mi frente y callo a dorado vuestros decretos´.) En Estudios josefinos, 27 (1973) p.21).
Al entrar en el templo José y Maria con el niño, el anciano Simeón, hombre justo y piadoso y lleno del Espíritu Santo, lo toma de sus brazos y bendice a Dios, diciendo que puede dejarle marchar en paz porque ha visto su salvación, Luz para la revelación de las naciones y gloria del pueblo de Israel. José y María se maravillaban de lo que decía del Niño. Algo parecido a cuando los pastores fueron al establo y decían del Niño lo que les habían dicho que era el Salvador del mundo (Lc 2,17-18).
A continuación se cambian las tornas, la admiración por lo que decían del Niño se cambia en dolor, por lo que también oyen del Niño. Simeón, dirigiéndose a María, le dice: Mira, este está puesto para la caída y puesta en pie de muchos en Israel, para ser un signo de contradicción, y en cuanto a ti: Una espada te traspasará el alma (Lc 2,31.35). Estas palabras no solo traspasan el alma de María sino también la de José, Sin duda estas palabras le traen a la memoria la profecía de Isaías sobre el Siervo de Yahvé en la que describe con detalles sorprendentes la pasión y muerte que ha de sufrir este Siervo para salvar muchedumbres y ve cumplida en su hijo esta profecía y a su madre sufriendo juntamente con el hijo y una espada traspasa su alma, porque ama a su hijo y a su esposa más que a su propia vida. Sufre anticipadamente el dolor de la pasión y muerte de su hijo y de su esposa y se une íntimamente a ellos, ofreciéndolo por la salvación del mundo. Y así en los albores mismos de la vida de Jesús aparece ya en lontananza su pasión y muerte. Todos los momentos de la vida de Cristo son redentores.
P. Román Llamas, ocd