Una madre nunca está lejos, porque siempre está en nuestros labios. Ante cualquier queja o dolor lo primero que viene al pensamiento es el cobijo y el refugio en los brazos de una madre. Y hay una Madre, a la que todos recurrimos siempre, porque sabemos que está ahí y que nos abre sus brazos. Siempre, incluso los que nos sabemos alejados, al menos de las prácticas, recurrimos a nuestra Madre en los momentos de apuros.
María, Madre de Dios y Madre nuestra. Madre nuestra para interceder por nosotros. Madre Inmaculada Concepción. Madre sin mancha. Madre Pura e Inmaculada. Porque siendo Madre de Dios no puede ser de otra manera. Y porque para interceder por todos sus hijos tiene que estar libre de pecado. Nadie, tenía que ser ella, se atreve a interceder en su Hijo para que interviniese en la boda de Caná. Y nadie, sino ella, puede intervenir misericordiosamente en favor de sus hijos de la tierra.
María, Madre nuestra que siempre estás cerca de tus hijos. María que recurrimos a ti cuando la vida se nos pone cuesta arriba y difícil de subir. María, Madre intercesora, que medias para que tus hijos permanezcan unidos y en el camino de tu Hijo. María, Madre que nos da esperanza y consuelo para perseverar confiados y pacientes, junto a Ti, en la firmeza y fidelidad de tu Hijo.
María, Madre de Dios, pero también Madre nuestra. Nos das esperanza, consuelo y confianza, porque saber que la Madre de Dios es también Madre nuestra es el mayor privilegio que un hombre puede aspirar. Porque la Madre Dios, del Dios hecho Hombre que pasó por la tierra hará por sus hijos terrenales todo lo necesario para que lleguen a conocer y a alcanzar la misericordia de su Hijo Jesús, Dios y Hombre Verdadero.