Deja por unos momentos lo que tienes entre manos. Silencia tu mente de los mil pensamientos y ruidos que circulan en ella. Acércate confiado/a a Dios, que te invita a descubrir el tesoro del reino que llevas en tu corazón.
“En el nombre del Padre que ofrece el reino. En el nombre del Hijo que anuncia el reino. En el nombre del Espíritu que hace crecer el reino”.
Acoge la invitación que te hace Dios para descubrir tu tesoro. No te coloques al margen de la vida. No dejes que tu vida se muera sin abrir el cofre de tu interioridad donde está Dios. Dile: “Tú pones paz en mis fronteras. Tú me sacias con flor de harina. Tú llenas de agua mi desierto. Tú haces brotar ríos en mi soledad. Te alabo y te bendigo con todo mi ser”. Amén.