El sensus fidei. A algunos les sonará a chino. A la mayoría en latín, aunque no comprendan el significado, pues se trata de una expresión técnica usada por los teólogos. En parte, vendría a ser algo así como la "nariz católica" que tienen los creyentes para presentir la verdad revelada allí donde se encuentra. Se trata de una particular asistencia del Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia y anima a todos sus miembros.
En otros siglos, parecía que la recepción y transmisión de la verdad revelada -no olvidemos que la Revelación sobrenatural terminó con el último de los Apóstoles y consiste en un depósito que la Iglesia debe custodiar- era una competencia exclusiva de la jerarquía de la Iglesia. El depósito de la fe debería ser custodiado por el Colegio de los Obispos, sucesores de los Apóstoles, que tiene al Papa como cabeza visible. En un planteamiento así el sensus fidei era desconocido.
El Concilio Vaticano II ha querido que nos fijemos en la Iglesia como un Pueblo peregrino y sacerdotal, regio y profético, guiado ciertamente por los Obispos en comunión con el Papa, pero cuyos miembros son santificados por el Espíritu. Es la Iglesia entera la que trasmite la Revelación de generación en generación. Es también la Iglesia entera la que la recibe.
El sensus fidei puede significar, en parte, la nariz católica. Los fieles reciben la Revelación y en la medida que creen de verdad -es decir, en la medida en que su Fe es Católica- asienten a las verdades reveladas con facilidad y certeza y la disciernen de las propuestas falsas e ideológicas. Esta nariz católica no es infalible, lógicamente, como tampoco lo es el sentido del olfato de un individuo solo. Un resfriado, una alergia o unos conductos nasales estrechos pueden impedir que el mejor perfume sea gustado por una persona. Sin embargo, en presencia de una multitud la "nariz católica" es infalible al creer. Eso es lo que quiere decir este texto fundamental de la constitución dogmática Lumen Gentium n. 12:
"La totalidad de los fieles que tienen la unción que procede del Santo (cfr. 1 Jn 2, 20.27) no puede engañarse al creer, y expresa esta propiedad peculiar suya mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando 'desde los Obispos hasta el último de los fieles laicos' muestran cuál es su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres".
Esto es maravilloso. La Iglesia lo somos todos los bautizados. Y todos a la vez no podemos engañarnos al creer.
Pero la imagen de la nariz no nos sirve del todo. Porque la Iglesia no sólo recibe sino que también comunica. Y quienes comunican no son sólo los Obispos, sino que todos debemos comunicar la fe que profesamos, cada cual según su carisma. Porque creer y transmitir lo creído es casi la misma cosa. Creemos con el corazón y profesamos con los labios. Recibimos y transmitimos. Con ello no quiero quitarle la importancia al Magisterio de la Iglesia, como tantos teólogos libertarios que abundan en nuestros días. Lo que quiero decir es que cada uno en este Pueblo de Dios tiene su carisma y su responsabilidad: no es un pueblo de borregos, sino de reyes, profetas y sacerdotes.
Por medio de este sentido de la fe -continúa diciendo el texto ya citado de la Lumen Gentium- que el Espíritu de verdad despierta y sostiene, y bajo la dirección del sagrado magisterio -el cual, si se le sigue fielmente, hace que reciba no ya una palabra humana, sino verdaderamente la palabra de Dios-, el Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente a la fe que se entregó a los santos una vez para siempre, penetra en ella más profundamente con recto criterio y la pone en práctica en su vida de un modo más pleno".
Hemos subrayado -o más bien evidenciado en letra roja- un matiz importante: quien interpreta el buen sentir de la Iglesia es el sagrado magisterio. Y es lógico que lo hagamos. Blogueros con el Papa somos conscientes de ambos aspectos: en cuanto blogueros creemos y profesamos, en cuanto católicos estamos dichosamente bajo la guía del Papa y de los Obispos, con la convicción de que este seguimiento es bendecido por Dios e infalible.
Cada uno se puede equivocar, pero todos juntos, blogueros con el Papa, no diré que somos infalibles -pues la infalibilidad la tiene el consenso universal de los fieles- pero sí que nos convertimos en un altavoz y en un faro de luz, al difundir un mensaje de salvación.