Benedicto XVI: El recorrido bautismal de la Cuaresma
Hoy en la Audiencia General
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 9 de marzo de 2011 (ZENIT.org).-
Ofrecemos a continuación la catequesis que el Papa Benedicto XVI
pronunció hoy Miércoles de Ceniza, durante la Audiencia General
celebrada en el Aula Pablo VI.
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Queridos hermanos y hermanas,
Hoy, marcados por el austero símbolo de las Cenizas, entramos en el
Tiempo de Cuaresma, iniciando un itinerario espiritual que nos prepara a
celebrar dignamente los misterios pascuales. La ceniza bendecida
impuesta sobre nuestra cabeza es un signo que nos recuerda nuestra
condición de criaturas, nos invita a la penitencia y a intensificar el
empeño de conversión para seguir cada vez más al Señor.
La Cuaresma es un camino, es acompañar a Jesús que sube a Jerusalén,
lugar del cumplimiento de su misterio de pasión, muerte y resurrección;
nos recuerda que la vida cristiana es un “camino” que recorrer, que
consiste no tanto en una ley que observar, sino la persona misma de
Cristo, a la que hay que encontrar, acoger, seguir. Jesús, de hecho, nos
dice: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que
cargue con su cruz cada día y me siga" (Lc 9,23). Es decir, nos
dice que para llegar con Él a la luz y a la alegría de la resurrección, a
la victoria de la vida, del amor, del bien. También nosotros debemos
tomar la cruz de cada día, como nos exhorta una bella página de la Imitación de Cristo:
"Carga con tu cruz y sigue a Jesús; así irás hacia la vida eterna.
Él
fue delante, llevando su propia cruz y murió por ti en la cruz para que
tú lleves tu propia cruz y estés dispuesto a morir en ella. Porque si
mueres con Él con Él igualmente vivirás. Y si eres su socio en la pena
también lo serás en el triunfo” (L. 2, c. 12, n. 2). En la Santa Misa
del Primer Domingo de Cuaresma rezaremos: Oh Dios nuestro Padre, con la
celebración de esta Cuaresma, signo sacramental de nuestra conversión,
concede a tus fieles crecer en el conocimiento del misterio de Cristo y
de dar testimonio de él con una digna conducta de vida” (Colecta).
Es una invoación que dirigimos a Dios porque sabemos que sólo Él puede
convertir nuestro corazón. Y es sobre todo en la Liturgia, en la
participación en los santos misterios, donde somos llevados a recorrer
este camino con el Señor; es un ponernos a la escuela de Jesús, recorrer
los acontecimientos que nos han traido la salvación, pero no como una
simple conmemoración, un recuerdo de hechos pasados.
En las acciones
litúrgicas, Cristo se hace presente a través de la obra del Espíritu
Santo, esos acontecimientos salvíficos se vuelven actuales. Hay una
palabra-clave a la que se recurre a menudo en la Liturgia para indicar
esto: la palabra “hoy”; y esta debe entenderse en el sentido original,
no metafórico. Hoy Dios revela su ley y nos da a elegir hoy entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte (cfr Dt 30,19); hoy "el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15);hoy Cristo
ha muerto en el Calvario y ha resucitado de entre los muertos; ha
subido al cielo y se ha sentado a la derecha del Padre; hoy se nos da el Espíritu Santo; hoy es
el tiempo favorable. Participar en la Liturgia significa entonces
sumergir la propia vida en el misterio de Cristo, en su presencia
permanente, recorrer un camino en el que entramos en su muerte y
resurrección para tener la vida.
En los domingos de Cuaresma, de
forma muy particular en este año litúrgico del ciclo A, somos
introducidos a vivir un itinerario bautismal, casi a recorrer el camino
de los catecúmenos, de quellos que se preparan a recibir el Bautosmo,
para reavivar en nosotros este don y para hacer de modo que nuestra vida
recupere las exigencias y los compromisos de este Sacramento, que está
en la base de nuestra vida cristiana. En el mensaje que he enviado para
esta Cuaresma, que querido recordar el nexo particular que liga el
Tiempo cuaresmal al Bautismo. Desde siempre la Iglesia asocia la Vigilia
Pascual a la celebración del Bautismo, paso a paso: en él se realiza
ese gran misterio por el que el hombre, muerto al pecado, es hecho
partícipe de la vida nueva en Cristo Resucitado y recibe el Espíritu de
Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cfr Rm 8,11).
Las
Lecturas que escucharemos en los próximos domingos y a las que os
invito a prestar especial atención, se toman precisamente de la
tradición antigua, que acompañaba al catecúmeno en el descubrimiento del
Bautismo: son el gran anuncio de lo que Dios obra en este Sacramento,
una estupenda catequesis bautismal dirigida a cada uno de nosotros. El
Primer Domingo, llamado Domingo de la tentación, porque presenta las
tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a renovar nuestra
decisión definitiva por Dios y a afrontar con valor la lucha que nos
espera para permanecerle fieles.
Siempre está de nuevo esta necesidad de
la decisión, de resistir al mal, de seguir a Jesús. En este Domingo la
Iglesia, tras haber oído el testimonio de los padrinos y catequistas,
celebra la elección de aquellos que son admitidos a los Sacramentos
Pascuales. El Segundo Domingo es llamado de Abraham y de la
Transfiguración. El Bautismo es el sacramento de la fe y de la filiación
divina; como Abraham, padre de los creyentes, también nosotros somos
invitados a partir, a salir de nuestra tierra, a dejar las seguridades
que nos hemos construido, para volver a poner nuestra confianza en Dios;
la meta se entrevé en la transfiguración de Cristo, el Hijo amado, en
el que también nosotros nos convertimos en “hijos de Dios”. En los
domingos sucesivos se presenta el Bautismo en las imágenes del agua, de
la luz y de la vida. El Tercer Domingo nos hace encontrar a la
Samaritana (cfr Jn 4,5-42). Como Israel en el Éxodo, también nosotros en
el Bautismo hemos recibido el agua que salva; Jesús, como dice a la
Samaritana, tiene un agua de vida, que extingue toda sed; y este agua es
su mismo Espíritu.
La Iglesia en este Domingo celebra el primer
escrutinio de los catecúmenos y durante la semana les entrega el
Símbolo: la Profesión de la fe, el Credo. El Cuarto Domingo nos hace
reflexionar sobre la experiencia del “ciego de nacimiento" (cfr Jn 9,1-41).
En el Bautismo somos liberados de las tinieblas del mal y recibimos la
luz de Cristo para vivir como hijos de la luz. También nosotros debemos
aprender a ver la presencia de Dios en el rostro de Cristo y así la luz.
En el camino de los catecúmenos se celebra el segundo escrutinio.
Finalmente, el Quinto Domingo nos presenta la resurrección de Lázaro
(cfr Jn 11,1-45). En el Bautismo hemos pasado de la muerte a la vida y
somos hechos capaces de gustar a Dios, de hacer morir el hombre viejo
para vivir del Espíritu del Resucitado. Para los catecúmenos, se celebra
el tercer escrutinio y durante la semana se les entrega la oración del
Señor, el Padrenuestro.
Este itinerario cuaresmal que somos
invitados a recorrer en Cuaresma se caracteriza, en la tradición de la
Iglesia, por algunas prácticas: el ayuno, la limosna y la oración. El
ayuno significa la abstinencia de la comida pero comprende otras formas
de privación en aras de una vida más sobria. Todo esto no constituye
todavía la realidad plena del ayuno: es el signo externo de una realidad
interior, de nuestro compromiso, con la ayuda de Dios, de abstenernos
del mal y de vivir el Evangelio. No ayuna de verdad quien no sabe
nutrirse de la Palabra de Dios.
El ayuno, en la tradición
cristiana, está ligado estrechamente a la limosna. San León Magno
enseñaba en uno de sus discursos sobre la Cuaresma: “Cuanto todo
cristiano hace siempre, tiene ahora que practicarlo con mayor dedicación
y devoción, para cumplir la norma apostólica del ayuno cuaresmal
consistente en la abstinencia no sólo de la comida, sino que sobre todo
abstinencia de los pecados. A este obligado y santo ayuno, no se le
puede añadir obra más útil que la limosna, la que bajo el nombre único
de 'misericordia' comprende muchas obras buenas. Inmenso es el campo de
las obras de misericordia. No sólo los ricos y pudientes pueden
beneficiar a otros con la limosna, también los de modesta o pobre
condición. De esta manera, aunque desiguales en los bienes, todos pueden
ser iguales en los sentimientos de piedad del alma” (Discurso 6 sobre la Cuaresma, 2: PL 54, 286). San Gregorio Magno recordaba en su Regla Pastoral,
que el ayuno es santo por las virtudes que lo acompañan, sobre todo por
la caridad, por cada gesto de generosidad que da a los pobres y
necesitados el fruto de nuestra privación (cfr 19,10-11).
La
Cuaresma, además, es un tiempo privilegiado para la oración. San Agustín
dice que el ayuno y la limosna son “las dos alas de la oración”, que le
permiten alcanzar mayor impulso y llegar a Dios. Este afirma: “De tal
modo nuestra oración, hecha con humildad y caridad, en el ayuno y la
limosna, en la templanza y el perdón de las ofensas, dando cosas buenas y
no devolviendo las malas, alejándose del mal y haciendo el bien, busca
la paz y la consigue. Con las alas de estas virtudes nuestra oración
vuela segura y es llevada con más seguridad hasta el cielo, donde
Cristo, nuestra paz, nos ha precedido” (Sermón 206, 3 sobre la Cuaresma: PL 38,1042).
La Iglesia sabe que, por nuestra debilidad, es muy fatigoso hacer
silencio para ponerse delante de Dios, y tomar conciencia de nuestra
condición de criaturas que dependen de Él y de pecadores necesitados de
su amor; por esto en Cuaresma, nos invita a una oración más fiel e
intensa y a una meditación prolongada sobre la Palabra de Dios. San Juan
Crisóstomo nos exhorta: “Embellece tu casa con modestia y humildad a
través de la práctica de la oración . Vuelve espléndida tu casa con la
luz de la justicia; adorna sus paredes con las obras buenas como si
fuesen una pátina de oro puro y en lugar de muros y de piedras preciosas
coloca la fe y la sobrenatural magnanimidad, poniendo sobre todas las
cosas, en alto del frontón, la oración como decoración de todo el
complejo. Así preparas al Señor una morada digna, así lo acoges en un
espléndido palacio. Él te concederá transformar tu alma en templo de su
presencia” (Homilía 6 sobre la Oración: PG64,466).
Queridos amigos, en este camino cuaresmal estemos atentos a acoger la
invitación de Cristo a seguirlo de un modo más decidido y coherente,
renovando la gracia y los compromisos de nuestro Bautismo, para
abandonar el hombre viejo que está en nosotros y revestirnos de Cristo,
para, renovados, alcanzar la Pascua y poder decir con san Pablo “no vivo
yo, es Cristo que vive en mí” (Gal 2,20). ¡Buen camino cuaresmal a todos vosotros!¡Gracias!
[En español dijo]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a
los grupos provenientes de España, México, Chile y otros países
latinoamericanos. Queridos amigos, en este camino cuaresmal, os invito a
acoger la invitación de Cristo a seguirlo de un modo más decidido y
coherente, renovando la gracia y los compromisos bautismales, para que
revistiéndoos de Cristo, podáis llegar renovados a la Pascua y decir con
san Pablo "vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20). Deseo a todos un santa Cuaresma.