Benedicto XVI: Y Judas entró en la noche
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 16 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Presentamos un pasaje del libro del Papa "Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección",
adelantado por la "Libreria Editrice Vaticana", de acuerdo con
"Ediciones Encuentro", encargada de la edición de la obra en lengua
española.
El texto está tomado del cuarto punto -"El
misterio del traidor"- del tercer capítulo, titulado "El lavatorio
de los pies".
La
perícopa del lavatorio de los pies nos pone ante dos formas
diferentes de reaccionar a este don por parte del hombre: Judas y
Pedro. Inmediatamente después de haberse referido al ejemplo que da a
los suyos, Jesús comienza a hablar del caso de Judas. Juan nos dice
a este respecto que Jesús, profundamente conmovido, declaró: «Os
aseguro que uno de vosotros me va a entregar» (13,21).
Son
momentos en los que Jesús se encuentra con la majestad de la
muerte y es tocado por el poder de las tinieblas, un poder que él
tiene la misión de combatir y vencer. Volveremos sobre esta
«conmoción» del alma de Jesús cuando reflexionemos sobre la noche en
el Monte de los Olivos.
Inicialmente se
alcanza a entender únicamente que quien traicionará a Jesús es uno de
los comensales; pero posteriormente se va clarificando que el Señor
tiene que padecer hasta el final y seguir hasta en los más mínimos
detalles el destino de sufrimiento del justo, un destino que aparece
de muchas maneras sobre todo en los Salmos.
Así,
la palabra del Salmo proyecta anticipadamente su sombra sobre la
Iglesia que celebra la Eucaristía, tanto en el tiempo del evangelista
como en todos los tiempos: con la traición de Judas, el sufrimiento
por la deslealtad no se ha terminado. «Incluso mi amigo, de quien yo
me fiaba, el que compartía mi pan, me ha traicionado» (Sal 41,10).
La ruptura de la amistad llega hasta la fraternidad de comunión
de la Iglesia, donde una y otra vez se encuentran personas que toman
«su pan» y lo traicionan.
Lo que sucedió con Judas, para Juan, ya no es explicable
psicológicamente. Ha caído bajo el dominio de otro: quien rompe la
amistad con Jesús, quien se sacude de encima su «yugo ligero», no
alcanza la libertad, no se hace libre, sino que, por el contrario, se
convierte en esclavo de otros poderes; o más bien: el hecho de que
traicione esta amistad proviene ya de la intervención de otro poder,
al que ha abierto sus puertas. Y, sin embargo, la luz que se había
proyectado desde Jesús en el alma de Judas no se oscureció
completamente. Hay un primer paso hacia la conversión: «He pecado»,
dice a sus mandantes. Trata de salvar a Jesús y devuelve el dinero
(cf. Mt 27,3ss).
Todo lo puro y grande que había recibido
de Jesús seguía grabado en su alma, no podía olvidarlo. Su segunda
tragedia, después de la traición, es que ya no logra creer en el
perdón. Su arrepentimiento se convierte en desesperación. Ya no ve
más que a sí mismo y sus tinieblas, ya no ve la luz de Jesús, esa
luz que puede iluminar y superar incluso las tinieblas. De este modo,
nos hace ver el modo equivocado del arrepentimiento: un
arrepentimiento que ya no es capaz de esperar, sino queve únicamente
la propia oscuridad, es destructivo y no es un verdadero
arrepentimiento. La certeza de la esperanza forma parte del verdadero
arrepentimiento, una certeza que nace de la fe en que la Luz tiene
mayor poder y se ha hecho carne en Jesús.
Juan
concluye el pasaje sobre Judas de una manera dramática con las
palabras: «En cuanto Judas tomó el bocado, salió. Era de noche»
(13,30). Judas sale fuera, y en un sentido más profundo: sale para
entrar en la noche, se marchade la luz hacia la oscuridad; el «poder
de las tinieblas» se ha apoderado de él (cf. Jn 3,19; Lc 22,53).