Hoy por hoy ya conocemos un poco la afirmación
del Papa Francisco, pero siempre es bueno recordarla textualmente:
“La Iglesia está llamada a salir de sí misma e
ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias
existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la
injusticia, las de la ignorancia, las del pensamiento, las de toda miseria (…).
Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial
y entonces se enferma”.
Don Joan Carreras ha iniciado una serie de
reflexiones en sucesivos post que me han parecido muy acertadas y de gran
importancia acerca de este tema de las periferias. Deseo de veras que no se
detenga y nos acompañe mucho más en esta profundización del mensaje de nuestro
querido Papa. Quisiera hoy aportar mi granito de arena en este camino.
Estuve reflexionando y orando y me di cuenta
de algo muy importante: las periferias siempre son vergonzantes. Quienes las padecen se ven obligados, además de sufrirlas,
a ocultar que las padecen, incluso a veces ocultárselo a sí mismos. El
inmigrante sin papeles ha de disimularlo para no ser detenido o deportado. En
“La misión del pueblo que sufre”, Carlo Carretto explica cómo una joven madre
cuyo bebé muere en sus brazos en el autobús se ve obligada a disimularlo por
razones parecidas. Quien no tiene la buena fortuna que los demás tienen, en
general, debe esconderlo para no verse además de esa desgracia, aquejado de
otra: ser marginado por ello. Y, no nos engañemos, todos tenemos nuestras
periferias, más grandes o más pequeñas. Solemos esconderlas bien, que no se
noten, no tanto por pudor como por soberbia. Ni siquiera nosotros queremos
sabernos necesitados y miserables. Un poco por miedo, otro poco por arrogancia y
mucho por pelagianismo. Pelagianismo aplicado: en el fondo creemos que lo bueno
que nos sucede, lo merecemos por nuestro esfuerzo, lo hemos ganado solitos o casi y, si damos gracias a
Dios, muchas veces es sólo de modo superficial y de boquilla. Recíprocamente, vivimos en una inadmitida convicción
de que lo malo que ocurre a otros, es por su culpa. Deshacernos de la parte de
esa contaminación que viva en nosotros es esencial para poder salir a las
periferias para llevar el Evangelio, la Buena Noticia.
Si las periferias se ocultan habitualmente,
¿cómo las descubriremos, para poder llegar a ellas? Ahí está otro de los
factores que influyen: solemos estar demasiado ensimismados, encerrados en
nuestro pequeño mundo. Vamos con mil problemas, cosas pendientes, quejas…en un
interminable monólogo interno. Es necesario abrirse a la voz del otro, más bien
a la voz del Otro, Dios, que nos habla y que muchas veces lo hace también a
través del otro. Allí donde hay un hermano nuestro, Jesús vive en Él
crucificado de alguna manera. Incluso en mí mismo. Él murió para redimirnos en
una periferia, extramuros de la ciudad y de la buena imagen social. Lo hizo
para rescatarnos. ¡Ha resucitado! Vayamos con los ojos y, sobre todo, las manos
y el corazón bien abiertos para descubrir esas periferias en la que gritar:
“Cristo ha resucitado verdaderamente, aleluya”.
Todos tenemos algo que contar, algo que
desahogar, una ayuda que pedir. En general bastan una sonrisa, un semblante
afable, un corazón que no es altanero, ni chismoso, ni juzga, para que los
muros de las periferias comiencen a
derribarse. El buen pastor no espera sentado a la oveja perdida, sale en su
busca.