¡Felices Pascuas de resurrección! Este es el grito jubiloso que brota del corazón de los creyentes y resuena en los templos, haciéndoles vibrar de entusiasmo.
Pero ¿qué significa concretamente esta Pascua en la vida cotidiana de los creyentes en particular, y de nuestro pueblo en general? Si alguien nos preguntará qué significa Pascua, quizá nuestra mejor respuesta sería “esperanza”. Pascua significa esperanza: de vida, de paz, de alegría, de justicia y santidad, de amor, en fin, de todos esos anhelos y proyectos que dan sentido al caminar cotidiano en la vida de las personas.
Pascua significa esperanza porque es la negación del desaliento y la superación del conformismo derrotista. Veámoslo en el Catecismo de la Iglesia católica: “La virtud de la esperanza responde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.” (Catic # 1818).
Vista así las cosas se entiende la siguiente afirmación: Urge experimentar la Pascua del Señor. Sí, porque urge a nuestro pueblo recuperar las razones para la esperanza. La semana santa (que no el Triduo Pascual) es una oportuna demostración de lo afirmado: ¡millones! son los que se han movilizado escapando de la rutina de la vida diaria, del insoportable calor, de lo gris del cielo y de sus ánimos abatidos por la falta de todo tipo de oportunidades y sin esperanza de superación. ¡Sin esperanzas! Cuántos de estos vacacionistas salen a “turistear” sin esperanzas que a la convivencia familiar, al descanso corporal o al desorden moral de esos días siga un retorno confiado, esperanzado, optimista, alegre, luminoso a sus hogares. Al contrario, las larguísimas colas de vehículos de todo tipo de los que el fin de semana regresan a sus hogares, rebosan de rostros cansados, mal humorados y de ánimos conformistas con la dura realidad de volver nuevamente a la rutina desalentada de la vida diaria.
¡Urge a nuestro pueblo motivos para la esperanza! ¿La Pascua del Señor puede ser una respuesta para ellos? No es que pueda, es que DEBE SER. Pero esto depende y es en verdad muy relativo. No por el mismo Señor en sí, cuya Pascua es verdadera, con todo el poder de gracia de su resurrección. Depende de los creyentes y de cuál haya sido su real y profunda vivencia de la Pascua del Señor en estos días del Triduo. Y el mejor examen de esa vivencia por parte de los cristianos es precisamente nuestra capacidad de llevar luz, de llenar de vida y de esperanza las realidades cotidianas del pueblo.
Que nuestras celebraciones del Triduo Pascual no se queden en meros ritualismos autocomplacientes, en los que al final nos sentimos satisfechos por lo bien y lo lindo que nos quedó todo (procesiones, monumentos, dramatizaciones, cantos, decoraciones y todo un largo etc), aunque al terminar todo no hacemos más que regresar nosotros también a la rutina descolorida de una religiosidad sin compromiso ni conversión, sino que nos han llevado a quienes celebramos religiosamente esos días a renovar en nosotros el poder, la gracia y el amor de la resurrección, quedará demostrado y en evidencia por los frutos que estas celebraciones pascuales traigan a nuestros pueblos.
El Domingo de Resurrección trae consigo dos voces que se complementan como dos coros: la de los ángeles, que anuncian la resurrección (“No está aquí, ha resucitado”) (Lc. 24.6) y la Pedro, que al frente de la Iglesia grita ante el mundo: “Nosotros somos testigos” (Hc. 10,39). Pues bien, eso es lo que necesita nuestra amada Honduras, testigos de la resurrección:
-- Testigos de paz y serenidad en nuestras calles, tan llenas de rostros amargos y ánimos violentos.
-- Testigos de diálogo y unidad en nuestros hogares, desintegrados en conflictos intrafamiliares.
-- Testigos de alegría y ánimo en el Señor en nuestros centros de trabajo, donde las pláticas girarán más
bien sobre los excesos y abusos consumistas y morales de muchos que solo agotando el cuerpo y el alma creen poder disfrutar.
-- Testigos del compromiso por el bien común y la justicia, en medio de una sociedad acostumbrada a
quejarse… y agachar la cabeza, para que otros, desde el Congreso, el Ejecutivo o cualquiera de los
fácticos que controlan este país hagan de nuestro presente y nuestro futuro lo que más les convenga a
sus intereses egoístas.
-- Testigos del derecho a la libertad de expresión que brota de la verdad del evangelio ante el abuso de muchos medios de comunicación que la manipulan y tergiversan según sus negocios, pero también ante una pretendida mordaza ante esta libertad por un proyecto del Ejecutivo a presentar en el Congreso Nacional.
-- Testigos de la integridad y la dignidad nacional ante quienes quieren repartirse el país en porciones que bajo el disfraz de “ciudades modelos” negarán la igualdad de todos a tener las mismas oportunidades de desarrollo, a la vez que entregan la patria a intereses foráneos.
-- Testigos de la justicia ante la impunidad con que galopa la corrupción pública y privada.
-- Testigos del derecho a la seguridad pública, empezando por la tan retrasada depuración de la policía nacional.
-- Testigos del derecho al trabajo, a la salud, a la vivienda, a la educación, en fin, a todo esto que contribuye a hacer digna la vida humana.
-- Testigos de la defensa del voto de cada ciudadano ante el próximo proceso electoral, tan expuesto al manoseo de los políticos de siempre.
En fin, testigos de santidad y justicia social. Los testigos son promotores, los promotores son comprometidos y perseverantes con la causa del evangelio. Esta es la Pascua que necesita nuestra Honduras, la Pascua de los testigos de la resurrección. No necesitamos más de lo mismo, necesitamos que esas mismas procesiones, celebraciones, dramatizaciones, cantos, flores y decoraciones, en fin, todo eso tan agotador que realizamos durante el Triduo Pascual tenga sabor a nueva evangelización, que empapa y da a las realidades temporales en las que cada día vivimos, sentido y sabor a Jesucristo resucitado.
¿Tendrá nuestra Honduras en aquellos que hemos celebrado la Pascua verdaderos testigos de la resurrección? A partir de hoy, el tiempo lo dirá.
¡Felices Pascuas de resurrección!
P. Rafael Alvarado.