No se trata de dejar de comer algunos días, de dar limosna otros o abrir los labios para mostrar una sonrisa más humana y generosa en otros. No, aunque todo eso es bueno y ayuda, lo importante es que eso sea consecuencia de una conversión profunda que nace desde nuestro corazón, y derive en una actitud constante y perseverante en compartir, repartir y dar de todo lo que tienes y te ha sido entregado para eso.
Gastar lo recibido en aquellos que no tienen y que quizás su actitud será pedirlo y saberlo recibir es también descubrir el ayuno que hoy la Iglesia nos pide. Porque todos no tienen pan, pero el de unos puede servir para sostener y alimentar a otros. Tan importante es dar como también saber recibir. Pero todo no consiste en dar, sino en darse compartiendo todo lo que se es y se tiene, como ocurre también en el mundo de la blogósfera.
Ayuna la madre cuando comparte la vida con el hijo que en esos momentos vive dentro de su vientre. No sólo la comparte, sino que la respeta y le da todo su aliento, alimento y cobijo para que esa vida "viva" y crezca para gloria de Dios su Creador. Y la reparte también el padre aceptándola y protegiéndola con todas las fuerzas que le han sido dadas para defenderla y cuidarla.
Ambos, padre y madre, dan limosna cuando se entregan generosamente a compartir y repartir, con esas vidas engendradas en el seno de la madre, sus bienes, sus trabajos y todo su amor. Y aceptándolos y queriendo tal y como vienen al mundo dan caridad y amor a esos hijos que tanto los necesitan.
Pidamos que las familias descubran el sacrificio, la generosidad y el amor que necesitan para que los hijos encuentren el calor que les ayuden a crecer en el verdadero amor.
Salvador Pérez Alayón