Desde siempre el fuego se ha visto como un signo de la presencia de Dios. Ya en el Antiguo Testamento nos encontramos una serie de ejemplos: la zarza ardiendo en el Monte Sinaí, la columna de fuego en el desierto, las luces de las lámparas del tabernáculo, y el fuego sacrificial en el altar del templo de Jerusalén.
Los primeros cristianos, en Jerusalén, encendían velas todos los sábados al anochecer. A finales del siglo quinto, comienzos del sexto, esta costumbre se relaciona con la celebración de la Resurrección, y el cirio pascual encontró su camino de incorporación a la celebración litúrgica en la iglesia de occidente.
En la Edad Media se dio un significado distinto para cada aspecto del cirio pascual. Apagado, representaba al Cristo muerto y sepultado; encendido, representaba al Cristo resucitado y gloria. La mecha representaba la humanidad de Cristo, y la llama su divinidad. Las velas encendidas a partir del cirio pascual simbolizaban a Cristo entregando el Espíritu Santo a los discípulos.
En la liturgia el Cirio representa a Cristo resucitado que triunfa sobre las tinieblas del pecado y la muerte. Este simbolismo se hace palpable durante la celebración de la Vigilia pascual, cuando la iglesia, estando a oscuras, simbolizando las tinieblas del sepulcro que contenía al Cristo muerto, encendemos en el exterior un fuego del que toma su luz el cirio pascual, que simboliza a Cristo resucitado, luz del mundo, lo cual se refuerza con la procesión en la que llevamos el Cirio hacia el altar mientras cantamos “La Luz de Cristo”, con lo cual estamos expresando que Cristo, que se hace presente en medio de la comunidad, es el camino para ir al encuentro con Dios.
Antes de encender el cirio con el fuego nuevo, se realizaba una inscripción sobre él. La inscripción llevaba el signo de la cruz, el alfa y la omega, alusión al principio y al fin y a Cristo como Señor del tiempo, y la fecha del año actual. La inscripción tiene la finalidad de reforzar la idea de la presencia de Cristo resucitado en medio de su comunidad ahora y por toda la eternidad, lo cual se recalca con las palabras que el sacerdote pronuncia. “Cristo Ayer y Hoy, el principio y el fin, Alfa y Omega. Suyos son los tiempos y las edades, a Dios sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén”. Se suele insertar cinco granos de incienso en el signo de la cruz, alusivos a la cinco llagas de Cristo, mientras se dice lo siguiente: “Por sus llagas, santas y gloriosas, nos proteja u nos guarde Jesucristo nuestro Señor.
El Cirio Pascual, ubicado en el altar, permanece encendido durante todas las celebraciones litúrgicas que se realizan durante los cincuenta días de pascua, hasta la fiesta de Pentecostés. Después de Pentecostés. El resto del año el cirio es encendido en cada celebración de Bautismo, durante el cual una pequeña vela bautismal es encendida a partir del cirio para ser entregada al bautizado o sus padrinos. Esta acto es un recordatorio visual de la unión entre el Bautismo y la Pascua. Igualmente durante los funerales, el cirio pascual es encendido y puesto en la cabecera del féretro durante los ritos funerarios, con lo cual se trata de proclamar de forma visual la participación en la resurrección de Cristo.
Javier de la Cruz