Martirologio: En Roma, en la vía Apia, en la
cripta de Lucina del cementerio de Calixto, sepultura de san Cornelio, papa y
mártir, que se opuso seriamente a la escisión de Novaciano y, con gran espíritu
de caridad, recuperó a la plena comunión con la Iglesia a muchos cristianos
caídos en la herejía. Padeció al final el destierro a Civitavecchia, en la
Toscana, por parte del emperador Galo, sufriendo lo indecible en palabras de
san Cipriano. Su memoria se celebra pasado mañana (252).
Memoria de los santos Cornelio, papa, y
Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de septiembre se
relata la sepultura del primero y la pasión del segundo. Juntos son celebrados
en esta memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de
persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo (252,
258).
El catolicismo no es laxitud, pero tampoco es
rigidez inhumana. Cuenta con las debilidades de los hombres, como contó con
ellas su Divino Fundador, Jesús, que no quebraba la caña cascada, ni apagaba el
leño todavía humeante. Es curioso observar cómo la Iglesia condenó con idéntico
celo la depravación de las costumbres que el rigorismo moral: las ideas
desorbitantes como las demasiado alicortas. Ya desde los primeros siglos de la
era cristiana fueron fulminadas con el anatema todas las doctrinas que suponían
al hombre fuera del quicio de su debilidad. Estúdiense las condenaciones de
encratitas, novacianos, jansenistas, etc., y se verá que los rostros ceñudos y
demasiado alargados por la rigidez no caben en la Iglesia. Y es que ésta se
sitúa siempre en el fiel de la balanza: entre el ángel y la bestia: entre los
hombres. Yerran, por tanto, quienes intentan deshumanizar al hombre con el
pretexto de elevarlo hacia las altas cimas de Dios, ¿Condescendencia de la
Iglesia? En cuanto que aprueba el mal, no; pero sí en cuanto que lo supone.
Bien considerado todo esto, queda bien claro que no hay por qué rasgarse las
vestiduras cuando la Iglesia —Esposa purísima de Cristo— rechaza palabras como
reforma, puritano, cátaro (= puro), pietista, etc. (todas ellas con un evidente
significado de pureza), por estar marcadas de herejía. El refrán latino dice
que in medio, consistitvirtas (en el medio está la virtud), y la Iglesia se
mantiene en ese medio humano evitando los extremos de rigorismo o laxitud.
Y todo esto, a propósito de San Cornelio.
Porque este Santo fue uno de los que —desde el timón de la nave de San Pedro—
supieron sortear los escollos del más y del menos, quedando en el justo medio.
En efecto, el nombre del papa Cornelio va
asociado en la historia eclesiástica al del cisma o herejía de los novacianos.
Frente a la intransigencia de éstos, San Cornelio vio que el leño todavía
humeaba... ¿Por qué, pues, apagarlo? En la célebre cuestión de los lapsi (o caídos
en la apostasía) veremos que San Cornelio representa la auténtica mentalidad de
la Iglesia.
No es demasiado lo que se sabe sobre este
Papa, pero es suficiente e históricamente válido.
A la muerte. Del papa Fabián, martirizado en
el comienzo de la persecución de Decio (20 de enero del 250), la sede romana
quedó vacante durante dieciséis meses. En este largo período gobernaron la
Iglesia romana los sacerdotes de la ciudad, entre los cuales se significó en
todo momento un tal Novaciano, autor de diversas obras y hombre rigorista, Y
éste, parecía ser el candidato para ocupar la cátedra de San Pedro, cuando, al
amainar la persecución, se trató de elegir nuevo Papa. Sin embargo, la mayoría
de los votos designó al sacerdote Cornelio (abril del 251), que fue reconocido
como Romano Pontífice, frente a un grupo de presbíteros que apoyaban a
Novaciano. La ambición de éste hizo que pronto surgiera un cisma en Roma. De
hecho, Novaciano se hizo consagrar como obispo de Roma y envió cartas a las
demás iglesias para que le reconocieran como Papa. Pero prevaleció pronto el
buen sentido, y Cornelio vio que su designación era aceptada como válida, no
sólo por la mejor parte del clero y del pueblo de Roma, sino también por las
grandes lumbreras de la época, Dionisio de Alejandría, Cipriano de Cartago, así
como por el resto de la cristiandad.
La actividad de este Pontífice se centró
principalmente en la condenación del rigorismo de Novaciano en la cuestión de
los lapsi. Ya desde muchos años atrás se venía discutiendo si los cristianos
que habían apostatado de la fe (=lapsi) podían ser admitidos en el seno de la
Iglesia, previa una sincera conversión. Esto, en definitiva, no era sino un
caso particular de la gran cuestión que había agitado a los pontificados de
Ceferino (198-217) y de Calixto (217-222) sobre la admisión en la Iglesia o la
exclusión perpetua de la misma de los grandes pecadores. Los obispos de Oriente
se inclinaban más bien por el rigorismo; aunque no fue esto general, pues ya
hemos dicho que por lo menos San Dionisio de Alejandría se inclinó hacia San
Cornelio. El problema, como se ve, adquirió dimensiones extraordinarias y turbó
durante años a algunas cristiandades. Concretamente, San Cipriano hubo de
maniobrar entre el rigorismo desesperante y la indulgencia excesiva,
inclinándose al fin y abiertamente hacia la doctrina del papa Cornelio, como lo
testimonia la correspondencia sostenida con el Pontífice Romano por el gran
obispo de Cartago. Esta correspondencia tiene, por otra parte, una importancia
nada despreciable para demostrar la primacía de la Iglesia romana.
El hecho es que en pocos meses la verdad se
impuso sobre el error. San Cornelio, espíritu recto aunque flexible, supo
demostrar que hay momentos en que no es posible ceder. Así le ocurrió a él,
cuando supo sellar su fe con el martirio en Centumcellae (actual Civitavecchia)
en el año 252.
La muerte de San Cornelio tuvo lugar en el
mes de junio; pero la traslación de sus restos a Roma, desde la cercana ciudad,
a donde había sido desterrado y donde sufrió el martirio, se verificó
probablemente el 14 de septiembre, fecha de la muerte de San Cipriano, cuya
memoria va asociada a la de nuestro Santo en una fiesta común. Fue enterrado en
una cripta próxima al cementerio de San Calixto. Su epitafio no está escrito en
griego, como el de los papas del siglo III; dice simplemente Cornelius martyr,
E. P., ¿no es más que suficiente título de gloria este del martirio? Su sucesor
fue el papa Lucio.
De la carta de San Cornelio a Fabián de
Antioquía se desprenden unos datos interesantes para conocer el estado de la
Iglesia de Roma, todavía no desarrollada por completo: los presbíteros eran, en
aquella sazón, cuarenta y seis, siete diáconos, siete los subdiáconos, cuarenta
y dos los acólitos y cincuenta y dos los exorcistas, lectores y ostiarios.
Cifras, en verdad, muy modestas para las que había de alcanzar con el correr
del tiempo la Urbe, pero que revelan ya la pujanza del cristianismo en medio de
la persecución.
De la vida de San Cornelio podemos sacar una
enseñanza, a saber, que hay que estar dispuestos a sellar la fe con el
testimonio de la sangre, pero, a la vez, hay que tener comprensión con los
débiles, con los que reniegan con su conducta de la fe o con los que no han
recibido de Dios todavía esa luz que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo (San Juan).