De entrada hay que decir que el hecho de que Jesús hable en parábolas ya denota por sí la misericordia de Dios hecho hombre, que se abaja a nuestra condición, y nos habla tal como nosotros hablamos, se explica para que le entendamos. Y se le entiende.
La Parábola del Hijo Pródigo debiera ser llamada con mucha más frecuencia La Parábola del Padre que ama y perdona. Porque lo que muestra de manera excelsa, a modo de cuadro escénico, es la Misericordia del Padre, siempre dispuesto a perdonar todo.
“Siempre” y “todo” los podemos considerar sinónimos. Si se perdona todo, se perdona siempre y si se perdona siempre, se perdona todo.
La Parábola también nos muestra la falta de misericordia de los hijos. Del pequeño cuando “decide” que su padre está muerto (las herencias solo se reciben de los muertos). Del mayor porque no quiere perdonar a su hermano, rechaza la invitación a ser misericordioso como el Padre.
La Parábola del Buen Samaritano nos muestra como hacer efectiva esa misericordia. No basta con tener buenas intenciones que se quedan en eso, ni basta con lamentarse de lo mal que está todo y sentir lástima por aquellos a los que les va mal… esas actitudes no son cristianas.
Jesús no formuló un “Tuve hambre y te dio lastima de mí”, “Tuve sed y apagaste la televisión porque no resistías ver mi sufrimiento”, “Fui forastero y me dijiste que una lógica prudencia no te permitía abrirme la frontera y darme acogida”…
Jesús, qué es el Buen Samaritano, mira con ojos de misericordia y esa mirada la hace efectiva: se acerca, baja de la seguridad de su cabalgadura y se entrega al necesitado. ¿Acaso no es lo que hizo por cada uno de nosotros haciéndose hombre y aceptando por nosotros la Cruz?
La Parábola del Rico Epulón y el Pobre Lázaro nos quiere hacer pensar sibre las consecuencias de nuestra falta de misericordia. Si se nos ha advertido que el Juicio será sobre nuestro amor, bondad y misericordia (Mateo 25), no nos ha de extrañar que el Evangelio muestre una enorme gravedad en nuestras graves omisiones.
La Parábola de la Oveja Perdida, o quizá de la oveja descarriada, presenta el amor (y perdón) del Buen Pastor que no se conforma con ninguna perdida disimulada en una fría estadística favorable. Como decía el Cardenal Van Thuan, “Dios no sabe de matemáticas”, Él ama y ama.
QUIQUE FERNÁNDEZ
QUIQUE FERNÁNDEZ