En el
misterio de la Encarnación-Redención el matrimonio de José y María juega un
papel esencial. Sin él no habría habido Encarnación ni Redención. Por eso san
Juan Pablo II en su Redemptoris Custos escribió: “Y también para la Iglesia si es
importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el
matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio
la paternidad de Jesús” (RC 7).
Y por este matrimonio, revelado en
los evangelios de Mateo y de Lucas y predestinado desde la eternidad en los
planes salvadores de Dios de la humanidad caída, san José pertenece al llamado
orden hipostático de las gracias. Es el orden de la salvación y redención
llevadas a cabo por Jesucristo que viene para que tengamos vida y la tengamos
en abundancia (Jn 10,10).
Un orden
muy superior al orden de la gracia ordinaria en la que se mueven todos los
demás santos. Suarez lo dice así de san José: -“Y en este orden entiendo que
fue instituido el ministerio de san José, estando como en el grado ínfimo y en
este sentido excede a todos los demás, como existiendo en orden superior. El
oficio del santo Patriarca no pertenece al Nuevo Testamento ni propiamente al
Antiguo, sino al autor de ambos y Piedra angular que hizo de los dos uno” (In
III P, q.29, a.2) Y, aunque dice por el profeta Isaías que “el lagar lo he
pisado yo solo, de mi pueblo no hubo nadie conmigo” (Is 63,3), refiriéndose a
su pasión y muerte redentoras, es lo cierto que asoció a esta su obra salvadora
a María y a José. Para poder llegar a pisar en lagar tuvo que nacer de la
Virgen María, tuvo que ser criado, alimentado, educado, enseñado, defendido,
protegido. Es lo que hizo san José durante los largos años que convivió con
Jesús y María. Y María no solo le ayudo durante la vida sino que en el momento
supremo de entregar su alma al Padre para la salvación del mundo allí estaba
ella de pie junto a él crucificado, asociándose plenamente a sus dolores y a su
muerte redentores, convirtiéndose en Corredentora de la humanidad con él, y san
José Corredentor porque “san José ha sido llamado por Dios para servir
directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de la
paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran
misterio de la Redención y es verdaderamente ministro de la salvación” (RC 8).
Porque todas las obras de Cristo a lo largo de la vida eran obras salvíficas y
salvadoras, ya que todas estaban ordenadas a consumarse en la pasión y muerte
en la cruz por amor, el mayor acto de amor que ha existido, porque como dice
san Juan Pablo II: “La Encarnación y la Redención constituyen una unidad
orgánica e indisoluble. Donde el plan de la revelación se realiza con palabras
y gestos intrínsecamente conexos entre sí. Precisamente por esta unidad el Papa
Juan XXIII, que tenía una gran devoción a san José, estableció que, en el canon
romano de la Misa, memorial perpetuo de la Redención, se incluyera su nombre
junto al de María, y antes del de los apóstoles, de los sumos Pontífices y de
los mártires” (RC 6).
Y por este
matrimonio santísimo resulta que María y José con Jesús, nacido en ese
matrimonio, forman una familia singular y única, la familia de Dios, la
Trinidad santísima de la tierra. Hablando de esta familia Gersón escribe: “Me
gusta exclamar ahora: ¡Oh totalmente maravillosa, José, tu sublimidad! ¡Oh
dignidad incomparable que la Madre de Dios Reina del cielo y señora del mundo
no juzgase indigno llamarle señor! No sé, realmente, padres ortodoxos, qué sea
aquí más admirable si la humildad de María o la sublimidad de José, aunque es
incomparablemente superior a ambos el Niño Jesús, Dios
bendito por los siglos, el que está escrito que les estaba sujeto; sujeto al
carpintero el que fabricó la aurora y el sol, sujeto a una mujer costurera,
ante quien se arrodillan los cielos, la tierra y los abismos. Desearía que me
saliesen las palabras para explicar un misterio tan alto y escondido desde los
siglos: La Trinidad de Jesús, José y María tan digna de admiración y de
adoración. Tengo sí el querer, pero no encuentro el poder y en el intento
abandono”. (Sermón de la Natividad de la B Virgen María, cuarta consideración).
Que por eso
san José se mueve plenamente en la esfera de esta sacratísima familia, por
encima de todos los demás santos. Pertenece de lleno a la familia de Dios.
Santa Teresa intuyó esta fe en la experiencia de san José y lo expresó así de
sencillamente: “Que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles por los muchos trabajos que pasó con el Niño Jesús que no den gracias a
Dios por lo bien que les ayudó en ellos” (V 6,8), y también cuando dice “que a
otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a
este glorioso santo tengo experiencia de que socorre en todas y quiere el Señor
darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía
nombre de padre –siendo ayo- le podía mandar así en el cielo hace cuanto le
pide” (V 6,6).
San José
entra de lleno en el Decreto eterno de la Encarnación-Redención como padre de
Jesús en la línea de María como Madre. Y todo por su matrimonio con María.