Aquí estoy otra vez delante de ti, Jesús, buscando respuestas. Tengo que tomar una decisión importante y deseo, con todo mi corazón, hacer tu voluntad, Jesús, y no la mía. Tú que rezaste al Padre en la noche, antes de elegir a los apóstoles, ¡guíame! enséñame a hacer silencio y a escuchar.
Lejos de los ruidos que están fuera y dentro de mí, en este espacio de silencio, háblame. Háblame, Señor, con tu infinita dulzura, incluso si no puedo escuchar tus palabras. No te rindas y sigue hablándome, hasta que se abran mis oídos y mi corazón.
Enséñame a escucharte, en cada estremecimiento del corazón, en un pensamiento repentino. a través de la voz de un amigo, un hermano, un extraño. Aunque ellos no lo sepan, se convierten en luz, faro, ayuda y guía.
Te doy gracias, Jesús, porque cada acontecimiento y cada persona son un instrumento que me permite conocer tu voluntad, que me indica el camino de la felicidad más grande. y me hace consciente de cuán grande es tu amor por mí. Amén.