Me abro a tu presencia, Señor. Sé que en lo más hondo de mí mismo late el deseo de encontrarme contigo, que das sentido y plenitud a mi vida. Salgo de mí, de mis cosas y mis asuntos, para hacerme acogida. Solo tú tienes palabras de vida eterna y yo me pongo a la escucha, como el pobre que extiende sus manos confiadamente. Orar es esperar confiado la palabra que da vida. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
Padre, haz mi corazón libre para amar sin ataduras. Dame tu mirada de misericordia, que me ayude a poner siempre por delante el bien de los demás. No dejes que mi corazón sea legalista y cumplidor de las normas, olvidando el fin que toda norma tiene: dar vida y ayudar a vivir en plenitud. Que tu Espíritu me mueva, me libre de mí mismo y me lleve al encuentro del hermano. Amén.