Entro en tu silencio, Señor, tal y como soy. Con mis prisas y preocupaciones, también con mis deseos. Quiero pasar este rato contigo. Necesito que me tranquilices y, sobre todo, me orientes hacia ti. Tú habitas en mí, y yo quiero que mi primera mirada de hoy sea para ti. Por eso te digo: “Aquí estoy, Señor”. Mírame como miraste a Mateo, y ámame como tú sabes hacer, a pesar de todas mis miserias, o más bien, porque soy miserable.
Señor Jesús, ayúdame a responder a tu llamada con la prontitud de Mateo y con su amor. Saber que tú miras más allá de mis pecados me reconforta y me anima a seguirte de verdad. Enséñame a relacionarme con todos, a no hacer distinciones, a estar abierto al que lo necesita. Enséñame a vivir como tú y a amar como tú. Y, por supuesto también, a reconocerme pecador y necesitado de tu misericordia infinita. Amén.