En el tercer mes pasa de llamarse embrión a feto, tiene piernas y brazos, quizás ya es posible distinguir su sexo. Ya mueve mucho sus brazos y piernas, el líquido amniótico facilita los movimientos del embrión (aunque es tan pequeño que la madre no puede sentirlos). Los dedos de sus manitas ahora tienen uñas. |
Hay
muchos niños en el mundo que en este momento aparentan dormir en el
seno de sus madres. Sin embargo, simplemente es, porque la realidad es
que viven bien despiertos en el seno de sus madres. En estos momentos,
quizás cientos de miles, han comenzado su lucha por la vida dentro de un
mundo muy particular, el seno de mamá, y allí, ajenos a todo lo que
ocurre y se habla a su derredor, ellos, día a día, se alimentan,
desarrollan y crecen para en un tiempo no muy lejanos, próximo a los
nueve meses, salir a la luz de este nuevo mundo para ellos.
A
pesar de los adelantos de la ciencia, poco se sabe de ellos en los
primeros meses de su vida. Todavía no adivinan su género, ni tampoco
sienten sus movimientos ni revoltijos. Su mundo es un mundo de aparente
silencio aunque su hogar, el seno de su madre, viva agitado, en
movimientos estresados, con cierta indiferencia o sin tomar conciencia
de que dentro de sí misma hay otra vida igual a ella, aunque en
desarrollo, y con sus mismos derechos.
Hay
momentos, en los tres o cuatro primeros meses, que su vida pende de un
hilo, del hilo que su propia madre quiera hilar. En muchos países han
decidido legalizar el derecho a condenarlos a muerte ignorando su
identidad, su presencia y su derecho a la vida. Todos miran hacia otro
lado ignorando que está vivo y que vive en el seno de su madre. Y otros
esperan su diagnóstico físico o intelectual para decidir su veredicto.
Dependiendo de eso serán considerados hijos con derecho a la vida, o
reos de muerte.
Es
un drama el que se vive en ese mundo, en puro silencio, durante los
primeros meses. Un drama que se descubre y percibe más en el mundo
animal que en el humano. Un drama donde la vida es condenada a muerte,
cuando la vida nace para vencer a la muerte y prevalecer eternamente.
Un drama ante el que, el mundo cierra los ojos y mira más a su propio
ombligo que al bien común de los hombres que lo habitan.
Un
mundo donde las madres, entregadas por amor, lo prolongan en la nueva
vida de la que son portadoras, necesitan reflexionar y descubrir que la
vida es el don recibido más preciado por el que los hombres nacen y
viven para amar y ser amados. Interrumpirla es lo más cruel que el ser
humano puede hacer.
Salvador Pérez Alayón