Después de vivir la inmensa alegría de la Canonización del Papa Juan XXIII y Juan Pablo II, después de saborear y profundizar los rasgos de su santidad, entremos de nuevo a lo que fue el II Sínodo Extraordinario. El título ya nos indica la grandeza de este acontecimiento.
En la Asamblea sinodal reinó solo la libertad de expresión y la voluntad de servir a la Iglesia y de ser fieles al Vaticano II. ¿Qué había pasado? El VIENTO DEL ESPÍRITU había barrido las nubes.
El Documento final fue entretejido progresivamente desde el primer día y publicado por decisión del Papa, fue una novedad en la historia de los sínodos.
Desde el 24 de noviembre al 8 de Diciembre de 1985 los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo, los Cardenales de la Curia, los padres de designación pontifica, los grandes protagonistas supervivientes del Concilio, cardenales y teólogos, invitados por el Papa, los auditores, los Patriarcas de las Iglesias Orientales, los observadores de otras Iglesias se reunieron mañana y tarde. Unánime: Hasta ahora hay un solo vencedor: el Concilio.
El Papa estuvo presente en todas las congregaciones generales exceptuando el miércoles de audiencia. Las intervenciones del Papa en la apertura y clausura del acto fueron sobrias y estimulantes, de alto tono espiritual, reivindicando siempre a modo de “leit-motive”, la plenitud del Vaticano II. Exhortó a tener la misma disponibilidad de escucha del Espíritu Santo que tuvieron los padres conciliares. Y reafirmó que el hombre es el camino de la Iglesia porque precisamente la Iglesia sigue a Cristo que es para todos los hombres camino, verdad y vida.
En la Clausura quince días después, declaró gozoso: El Sínodo ha logrado los objetivos para los que fue convocado y ha reforzado la apertura de la Iglesia, al final del segundo milenio, La Iglesia quiere vivamente ser la Iglesia en el mundo contemporáneo; desea servir de modo que la vida humana sobre la tierra sea cada vez mas digna del hombre.
La apertura y clausura del Sínodo tuvieron liturgias solemnes en la Basílica vaticana que evocaban las ceremonias de octubre 1962-1965. Presididas por Juan Pablo II que procuró que aquel fuera el Sínodo de la oración.
La Madre Teresa de Calcuta era en el aula la imagen de esta realidad. Asistió a todas las reuniones con el auricular en la mano derecha y el rosario en la izquierda. Miles de chicos y chicas manifestaron su adhesión al sucesor de Pedro y al Concilio y en la apertura pidieron a los obispos “fidelidad y valentía”.
El Sínodo lanzó un mensaje al mundo, expresión del compromiso de todos los obispos para llevar a la práctica el Vaticano II. Una de las cosas que se rechazó con fuerza fue la tentación de lecturas parciales. La receta fue asimilar toda la coherencia del Concilio. Las lecturas parciales son culpables de muchas sombras. La lectura, además hay que hacerla a la luz de toda la Tradición anterior de la Iglesia y de los Concilios precedentes, se puntualizaba.
No hay como algunos pretendían “ruptura”. La Iglesia es siempre la misma. Cristo es el mismo ayer, hoy y mañana y es el que garantiza la unidad de la Iglesia. Esta resultó ser una de las ideas fuertes del Sínodo.
En el siguiente y último capítulo veremos otro aspecto: CRISTO, SÍ; IGLESIA, TAMBIÉN.
Extracto: DEL TEMOR A LA ESPERANZA TOMO II. PÁGS. 176-178
Josefina Rojo