5 de diciembre de 2014

Al Rescate del Adviento



Para muchas de nuestras familias, el Adviento es un reto. Cada año nos hacemos el propósito de vivir el Adviento de una forma significativa y coherente con nuestra fe.  Queremos vivirlo en paz, en actitud orante y con nuestros corazones abiertos a la esperanza. La cultura que prevalece en nuestra sociedad no nos ayuda.  El calendario de la sociedad de consumo -con todo y su contenido pagano- no se ajusta al ‘Kairós’ de este tiempo fuerte.  Si nos remitimos a ese calendario, la temporada navideña inicia a mediados de Septiembre, cuando muchos grandes almacenes publican sus catálogos de Navidad y muchas tiendas ya exhiben en sus estantes una selección de productos.  Las campañas empiezan desde entonces para seducir a una sociedad cuya obsesión por la gratificación instantánea ya rebasa los planes estratégicos de negocios de las grandes empresas.

                Un gerente regional de Wal-Mart lo expresó recientemente así: ‘La guerra de los bytes de información inicia con anticipación, de tal manera que la contra-ofensiva se despliegue antes de los bonos de Navidad’.  Es decir, el consumidor ya toma decisiones sobre Navidad desde Septiembre, sin haberse preparado aún para el Adviento, ni haber reflexionado sobre la trascendencia de Jesús hecho hombre.

                Podemos perseverar en nuestros buenos propósitos, que deben ser transmitidos para ir formando a las nuevas generaciones con una cultura cristiana, pero con frecuencia, la transmisión de estos valores enfrenta una batalla campal en una sociedad empeñada en robarle a Dios lo que es de Dios.  Se niega la esencia de Cristo para reducir este tiempo fuerte a ‘fiestas decembrinas’, como dicen los burócratas.   


                El Adviento nos ofrece muchas gracias que necesitamos para la conversión, además de lecciones muy importantes para la vida moral.  Entre las cosas más importantes que nos enseña es a renunciar a nosotros mismos, tener paciencia y saber esperar. Son valores muy necesarios para contrarrestar el egoísmo, la obsesión por la gratificación instantánea y la erosión de la caridad. La Iglesia busca transmitirnos la verdad pero estamos ensordecidos por el mundanal ruido materialista.  Cada vez resulta más difícil formar a los niños y a los jóvenes en la práctica de las virtudes. “La castidad no puede existir como virtud sin la capacidad de renunciar a uno mismo, hacer sacrificios y esperar(Consejo Pontificio para la Familia. La verdad y el significado de la sexualidad humana”.  No. 5).

                Cristo no vino al mundo en Navidad como un bebé de probeta o producto de algún experimento de biotecnología.  Nació de padres humildes que lo recibieron con rebosante amor, después de un período de espera que culminó con la realización de las esperanzas de su pueblo.  Negarle a Cristo este período de espera equivale a negarle su plenitud.

                La voluntad de Dios es la salvación de todos. Es por eso que Jesús, hijo del Padre, ha querido ser nuestro hermano, para ayudarnos a obtener las gracias necesarias. ‘Sin esas gracias, no podríamos decir que su verdadera voluntad es salvarnos a todos’, escribe San Alfonso María de Liguori. Santo Tomás Aquino explica el efecto de la voluntad antecedente mediante la cual ‘Dios quiere la salvación de todos, que es un orden natural, cuyo propósito es nuestra salvación, y por lo tanto, todas esas cosas que nos conducen a ese fin, que se nos ofrecen a todos, ya sea por naturaleza o por gracia’.  Si Dios nos ha dado mandamientos que cumplir, también nos ha dado la gracia para observarlos, además del recurso de la oración, como mediación para obtener la gracia para salvarnos.

                Recemos para que la voluntad de Dios se realice en nosotros, que el Señor nos ilumine para ver y sentir como una necesidad apremiante la promesa de salvación aquí y hoy mismo. Profundicemos en la Palabra de Dios, tomando en cuenta que estamos llamados a convertirnos en reflejo de la luz de Cristo. No es fácil ser reflejo de la luz de Cristo, ya que eso implica reflejar al mismo Cristo.  Nos hemos acostumbrado a vivir nuestras vidas sin luz, conformándonos con la mediocridad y el vacío. El Adviento nos llama a ir al encuentro del Señor en cada momento de nuestras vidas. Es como una llamada del despertador que nos alerta del riesgo de sedar nuestra fe viviendo dormidos cuando deberíamos velar: “Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento”. (Mc 13, 33).

                El Adviento nos ofrece una maravillosa oportunidad para realizar las promesas y compromisos de nuestro Bautismo.  El Papa Benedicto XVI, escribió en su obra ‘The Spirit of the Liturgy’: “el objetivo del año litúrgico consiste en recordar sin cesar la memoria de su gran historia, despertar la memoria del corazón para poder discernir la estrella de la esperanza. Esta es la hermosa tarea del Adviento: despertar en nosotros los recuerdos de la bondad, abriendo de este modo las puertas de la esperanza”.

                ¿Qué podemos aprender de las figuras claves en la Liturgia de Adviento? Sin ellos, no podríamos configurar la Navidad, ni las tradiciones que nos unen, ni la alegría de apropiar la venida del Niño Jesús en nuestros corazones.  
1.       Isaías. Los evangelios no relatan nada sobre la personalidad del profeta pero lo citan. Se nota que el profeta estuvo presente en los pensamientos de Jesús. Es el profeta del tiempo de espera, por excelencia. Lo es por su deseo de liberación, su deseo de lo absoluto de Dios; lo es en la lógica bravura de toda su vida que es lucha y combate; lo es hasta en su arte literario, en el que nuestro siglo vuelve a encontrar su gusto por la imagen desnuda pero fuerte hasta la crudeza. Emocionado por el futuro esplendor del Reino de Dios que se inaugura con la venida de un Príncipe de paz y justicia. En Isaías, se nota ese poder tranquilo e inquebrantable del que está poseído por el Espíritu que anuncia, sin otra alternativa  lo que le dicta el Señor, su cercanía. Vivió en el siglo VIII A.C., en una época de esplendor y prosperidad para Judá y Samaria. Isaías veía su religiosidad vinculada a su fortuna política. En medio de este frágil paraíso, Isaías va a erguirse valerosamente y a cumplir con su misión: mostrar a su pueblo la ruina que le espera por su negligencia. Pero Isaías no se aislará en el papel de predicador moralizante. Se convierte para siempre en el gran anunciador de la Parusía, de la venida de Yahvé. Es así, que los dos significados del Adviento dejan constancia de ese fenómeno propiamente bíblico en el que una doble realidad se manifiesta por un mismo y único acontecimiento. El reino de Judá va a pasar por la devastación y la ruina. El nacimiento de Emmanuel, "Dios con nosotros", reconfortará a un reino dividido por el cisma de las diez tribus. El anuncio de este nacimiento promete a los contemporáneos de Isaías y a los oyentes de su oráculo, la supervivencia del reino, a pesar del cisma y la devastación. Príncipe y profeta, ese niño salvará por sí mismo a su país.

2.       Zacarías. Padre de San Juan Bautista y esposo de Santa Isabel, prima de María. Fue sacerdote. Con su cántico de Acción de Gracias, que el Cántico de Zacarías que se reza a diario en las Laudes, resalta el carácter excepcional de su hijo Juan, señalando su misión. Es el ‘Benedictus que San Lucas atribuye al padre de Juan, en Lc 1, 68-79. Partiendo de la escena de la Visitación podemos vincular dos dramas muy similares, excepto en el clímax: el de María y el de Zacarías. El Arcángel Gabriel se les había aparecido a ambos. A Zacarías se le apareció en el templo, revelándole que Isabel concebiría un hijo. Zacarías preguntó: “¿Cómo sabré que así sucederá? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en años” (Lc 1, 18). A María se le apareció el mismo arcángel estando en su casa orando. Le reveló que iba a concebir un hijo. María preguntó: “¿Cómo será esto, pues no tengo relaciones con ningún hombre?” (Lc 1, 34). Ambos escenarios y revelaciones  son similares, aún las preguntas, pero con una gran diferencia: Zacarías fue incrédulo, mientras que María tuvo una fe absoluta. Con su pregunta, Zacarías se rehusaba a creer; mientras que María deseaba comprender. Este Adviento podemos plantear nuestras preguntas sobre las enseñanzas de la Iglesia y los misterios d la fe, con la actitud humilde de María, para confirmar nuestra fe.

3.       La Virgen María. María es figura de la espera por excelencia. Las celebraciones eucarísticas nos inducen a alabar y recordar a María. Pero, sobre todo la Liturgia de las Horas contiene numerosos textos de alabanza a la Virgen. La celebración de la Inmaculada Concepción del 8 de Diciembre se inserta fácilmente en el tema de la Natividad, va en línea con las perspectivas del Antiguo Testamento. El fin del pueblo de Dios bajo la Antigua Alianza, mientras que María es, del mismo modo, el principio del pueblo de Dios bajo la economía de la Nueva y Eterna Alianza. Celebremos la fiesta de la Inmaculada Concepción vinculando su relación a la Liturgia del Tiempo. No es una fiesta cerrada en sí misma. María anuncia, prefigura y realiza con antelación, toda la santidad que será realizada al final de los tiempos. La Virgen "sin mancha, ni arruga" (Ef 5, 27) que debe presentarse al final de los tiempos, es la Iglesia.

4.       San José. La Anunciación fue un misterio gozoso para María, pero San José no supo nada de la visita del ángel ni de la acción del Espíritu Santo. Él sólo percibía la santidad de María y leía en los ojos de su amada paz e inocencia, ya que la propia María era su misterio gozoso, pero sabía que estaba esperando un hijo. No podía decir nada y estaba soportando una tormenta de perplejidad, hasta que un ángel disipó sus dudas y le confirmó que había concebido por obra del Espíritu Santo. (Mt. 1, 20).  San José cargó con la cruz del Cristo niño, con una paciencia confiada y silenciosa, hasta el destierro en Egipto. San José nos muestra que la puerta de la santidad tiene dos cerraduras: el cumplimiento de los deberes y las leyes,  y la otra que es la piedad. Los fariseos tenían acceso a la primera, que es la llave externa, pero la piedad es la llave interior, que consiste en cumplir nuestro deber para Dios: orar, trabajar, dormir, comer, haciendo todo para agradar a Dios, que todo lo ve.
5.       San Juan Bautista. Las coincidencias entre Isaías y Juan el Bautista van más allá de lo literario. Los dos coinciden en pensamiento y mensaje, son dos personalidades inseparables, cuyos papeles son prolongación uno de otro. Isaías está presente en Juan Bautista, como Juan Bautista está presente en aquél al que ha preparado el camino y que dirá de él: "No ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista". El nacimiento de Juan es motivo de un admirable poema que, a la vez, es acción de gracias y descripción del futuro papel del niño. Este poema lo canta la Iglesia cada día al final de los Laudes reavivando su acción de gracias por la salvación que Dios le ha dado y en reconocimiento porque Juan sigue mostrándole "el camino de la paz". Juan deberá, pues, anunciar un bautismo en el Espíritu para remisión de los pecados. Pero este bautismo no tendrá sólo este efecto negativo. Será iluminación. La misericordiosa ternura de Dios enviará al Mesías que, según dos pasajes de Isaías (9, 1 y 42, 7), recogidos por Cristo (Jn 8, 12), "iluminará a los que se hallan sentados en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1, 79). Juan está siempre presente durante la liturgia de Adviento. En realidad, su ejemplo debe permanecer constantemente ante los ojos de la Iglesia. La Iglesia, y cada uno de nosotros, tenemos como misión preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia. Pero recibir esta misión exige la conversión.

6.       Santa Isabel. El Arcángel anticipó a María desde la Anunciación: “Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por estéril, porque para Dios no hay nada imposible” (Lc 1, 36, 37). María recibe una buena noticia con gozosa anticipación por designio divino. María escuchó con su corazón ‘entre líneas’. Isabel recibió la visita de la Madre de su Señor que se quedó con ella hasta el nacimiento de su hijo, ayudándole en los quehaceres domésticos. Ella no le pidió a María esa ayuda, fue María quien anticipó la necesidad.  Isabel recibió a María y al recibir su saludo, el niño saltó en su seno. Llena del Espíritu Santo exclamó: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1, 42, 45). Sus palabras siguen presentes en nuestros días, a través de; rezo del Ave María.  María le respondió con su exquisito cántico del Magnificat.


7.       El Niño Jesús. Nos recuerda que el amor de Dios por nosotros es infinito, que Dios envió a Jesús para hacerlo nuestro hermano. Su encarnación se dio tras una espera en el marco de la eternidad. El Verbo se hizo carne, Alfa y Omega de la redención.

8.       Pastores y Ángeles. Los pastores y los ángeles se dieron el tiempo para centrarse en lo esencial: la contemplación del hijo de Dios que habita entre nosotros, Emmanuel. Los pastores dejaron sus ganados, los ángeles dejaron el cielo; todos se unieron para adorar a Dios en los brazos de María. Adoremos al Niño Jesús siguiendo su ejemplo. Él vino a nosotros por amor, pero la pregunta de San Pablo en Efesios 2, 4 sigue en pie en nuestros días: ‘¿es acogido?’. San Juan, en su Evangelio, lo plantea con estas palabras: "Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron" (Jn 1,11).


También las tradiciones de Adviento son importantes. Tanto las tradiciones occidentales como las orientales han sido fuentes de inspiración para el Arte y la Literatura a lo largo de los siglos. Los pueblos indígenas de las Américas también han generado sus propias manifestaciones artísticas. México tiene una identidad cultural que no puede disociarse de Nuestra Señora de Guadalupe, que es una advocación que ha enriquecido las tradiciones de Adviento, ya que la virgen está en espera. Las tradicionales ‘posadas’ son fiestas que se celebran desde la época colonial.  En el terreno del Arte, la escena de la Visitación ha tenido muchas representaciones pictóricas: Goya, Leonardo da Vinci, Judith Weir,  El Adviento también ha tenido impacto en la Literatura, entre ellos los clásicos de Charles Dickens;  música clásica, entre estos, las cantatas de Bach, etc.

-Yvette Camou-

Referencias Bibliográficas:

Biblia de América. 8ª. Edición. Editorial Verbo Divino. 2000. Aprobada por las Conferencias Episcopales de México y Chile.

Casey, Michael. “Toward God: The Ancient Wisdom of Western Prayer”. Liguori/Triumph. 1996. Pág. 62

Liguori, St. Alphonsus de. “The Complete Works of St. Alphonsus de Liguori: The Great Means of Salvation & Perfection”.  Volume III. Redemptorist Fathers. Brooklyn. Edited by Reverend Eugene Grimm, CSSR. 1988. Págs. 114-115.

Nocent, Adrien. “El Año Litúrgico. Introducción y Adviento”. Sal Terrae. Santander 1979/Encuentra.com./2009.

Peyton, Patrick. Fr. “Father Peyton’s Rosary Prayer Book”. Ignatius Press, San Francisco. 2003. Págs. 55, 155, 217.

Ratzinger, Joseph. (Pope Benedict XVI). “The Spirit of the Liturgy”. Ignatius Press. 2003.  Pág. 34.


Rosica, Thomas. “Adviento es un período para abrir los ojos”.  Catholic.net. 2010.