Sea cual sea el contenido que desde San Ignacio de Antioquia se haya
venido dando al titulo de Vicario de Cristo, hablemos del Servus Servorum Dei,
Sucesor del Apóstol Pedro, Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano,
Primado de Italia, Arzobispo Metropolitano de Roma, Sumo Pontífice de la
Iglesia Universal etc, cada uno con sus connotaciones teológicas y jurídicas,
yo ayer, la verdad, estuve viendo al Papa por la tele y tan feliz; me refiero a
que tan feliz yo, y el Papa no digamos, o eso parecía.
Para alguien acostumbrado a besar las manos de los sacerdotes como
signo de respeto-agradecimiento-admiración por esas manos que consagran el Pan
y perdonan los pecados en Su nombre (eh, y que sigan "temblando"
aquellos a los que no les gusta porque seguiré con la misma costumbre); para un
individuo que pasa de largo los cuarenta; para un hijo de la "Vieja"
Europa, educado en una familia liberal de arraigadas tradiciones y fe, y en un
colegio religioso imbuido de lo que había sido lo que ahora llaman "nacional
catolicismo", lo de ayer podía haber parecido como de otro planeta. Sin
embargo, bajo la Luz de mi fe, con el corazón abierto, tras el tamiz de la
inteligencia y gracias al poso enriquecedor de mi educación y pasado histórico,
uno tiene la sensibilidad suficiente como para discernir, como para eliminar
prejuicios y dejarse llenar por la Luz, cuando la Luz es tal, como para
diferenciar protagonismos de "saltimbanquis" de aquello que realmente
es la Verdad de la Luz (y tan actor teatral puede ser un "saltimbanqui"
como un envarado virtuoso de la liturgia). El caso es que me encantó lo que vi.