26 de abril de 2013

II. Legado del Papa Benedicto XVI: Advertencia sobre el Estado Secular y el Peligro para Nuestra Libertad Religiosa



“Tendremos derecho a criticar al Gobierno sólo si tenemos fe en Dios. Si se promulga la abolición de Dios, entonces el Gobierno se convierte en Dios. Ese hecho ha sido escrito a través de toda la historia;…el verdadero opio de los pueblos es la anti-religión. Cuando la gente no cree en algo que existe más allá del mundo, entonces la gente adorará solamente al mundo, pero sobretodo adorarán a lo más fuerte que hay en el mundo”
-G. K. Chesterton-

Esta advertencia fue pronunciada menos de un siglo antes del pontificado del Papa Benedicto XVI. Captura la esencia del peligro para un mundo donde Dios ha sido excluido de la vida pública. En un mundo sin Dios, lo más fuerte es el Estado. Evidentemente que el estado que ha abolido a Dios es aún más fuerte y absoluto,  convirtiéndose así mismo en un Dios que estamos obligados a adorar por decreto. En la medida en que un estado tienda a abolir a Dios, en una progresión aún mayor disminuye la libertad en todas sus dimensiones, ya que al no haber libertad religiosa, tampoco hay libertades civiles ni garantías individuales. El término ´secularismo´, semánticamente hablando, implica un trato equitativo, respetuoso y distante de todas las religiones, para garantizar la tolerancia y el respeto en base a ciertos principios compartidos, pero actualmente se ha asociado más al odio hacia la religión en general.

La libertad religiosa sigue siendo fundamental. Si no existe, el estado no puede ofrecer garantías. Observemos la experiencia de los países que recientemente vivieron su ‘Primavera Árabe’, entre ellos, Egipto, Túnez, Libia y otros que todavía no se han podido liberar del estigma del radicalismo islámico. Una de las libertades que no ha podido florecer en esos países es la libertad de prensa y el sufragio efectivo,  debido a la falta de libertad religiosa. Todavía persiste la persecución para las minorías religiosas y no hay transparencia fiscal, lo cual escasamente atrae inversión para impulsar la economía. Por eso no es de sorprender que al desintegrarse la Unión Soviética  a finales de los 90s, surgieron conflictos étnicos y religiosos. Los pueblos necesitan definir su identidad religiosa para ser libres y al estado no le corresponde suprimir esta identidad. El poeta Armando Valladares, que pasó más de 20 años en prisión en Cuba escribió sobre la libertad interior de los prisioneros de conciencia y sobre el temor del estado totalitario a la libertad. Alexandr Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura, ruso, además de ‘Archipiélago Gulag’, escribió una carta a los líderes soviéticos en 1974, desde el exilio para advertirles este mismo peligro, que es un suicidio de Occidente.   
Alexandr Solzhenitsyn


La advertencia del Papa Benedicto XVI a Occidente ha sido todavía más clara y directa: Doblemos nuestra rodilla ante Dios, no ante el Estado. Lanzó este reto desde el 24 de Abril del 2005, en la homilía de inauguración de su pontificado. Haciendo eco de las mismas palabras que utilizó su predecesor, Juan Pablo II, dijo: “¡No tengan miedo. Abran las puertas para Cristo!”. En este mensaje estaba incluyendo a los poderosos del mundo, quienes temen que Cristo les pueda reducir su poder al llevarse ‘algo’ que les corresponde a ellos, si permiten que Cristo entre en nuestra sociedad con la libertad religiosa. Efectivamente, Cristo sí tomaría algo que ellos consideran suyo: el dominio de la corrupción, la manipulación de las leyes y la libertad que ha sido controlada según los designios de los poderosos y del estado servil que los protege y encubre. Pero Cristo no eliminaría la dignidad humana ni la libertad, que constituyen el cimiento de una sociedad justa.

Por supuesto que el Papa Benedicto XVI se estaba dirigiendo a todos en este mensaje, pero también llevaba muy presente en su corazón a los jóvenes. Todos nosotros en cierta medida, cargamos en nuestro interior el temor de abrirnos a Cristo porque también tememos que se lleve ‘algo´ que es nuestro, algo que es único, significativo o muy valioso para nosotros, que embellece nuestra vida. Siendo así, también nosotros nos estamos arriesgando a reducir nuestra dimensión humana, ya que estamos disminuyendo el margen de acción a nuestra libertad y dignidad. El Papa Benedicto XVI con gran optimismo nos exhortó a abrir las puertas de nuestra vida a Cristo, ya que si lo dejamos entrar, no perderemos absolutamente nada que contribuya a hacernos libres y a tener una vida hermosa y feliz. “Sólo en la amistad con Cristo se abren las puertas de la vida ampliamente. Sólo a través de la amistad con Jesús se nos revela el gran potencial de la existencia humana. Sólo con su amistad podemos experimentar belleza y liberación”.  El Estado Secular no puede trascenderse así mismo para satisfacer estos anhelos tan profundos del ser humano.

Su homilía fue característicamente suya, con su estilo catequético y el análisis del estado que guarda el mundo en el siglo XXI, habiendo establecido claramente que sin ciertas verdades compartidas para conducir el debate en la esfera pública, lo que llamamos ‘sociedad’ sería imposible que existiera. La vida en el desierto del relativismo radical y el escepticismo no nos brindan una vida auténticamente humana, ya que es imposible que el escepticismo acerca de la verdad promueva o sostenga una genuina comunidad humana. Si un estado promueve esta combinación letal de relativismo con escepticismo, insiste el Papa, producirá una humanidad sin alma, propensa al comportamiento destructivo que prevaleció en el siglo XX, que tratará de ‘reinventarse’ a sí misma, pero ya no lo hará mediante la política, sino valiéndose de una ciencia desconectada del bien. La reingeniería social que se ha venido registrando en los países de Occidente tiende a dar legitimidad a estas conductas. Ya se ha legislado sobre el  ‘aborto parcial’, las uniones homosexuales han sido objeto de legislación para llamarlas ‘matrimonios’, la ideología de género ha sido elevada al terreno jurídico, sólo falta etiquetarla con un falso sello científico.

En su análisis de la situación cultural de Occidente, el Papa Benedicto da un recorrido sobre la Doctrina Social de la Iglesia, partiendo de León XIII, el último papa del siglo XIX y primer Papa del siglo XX hasta Juan Pablo II, último Papa del siglo XX y primero del siglo XXI, habiendo contribuido él mismo a todo este cuerpo de doctrina. Estos temas están alcanzando madurez en nuestros días y ya emergen como valiosas reflexiones que él ha contribuido sobre la sociedad, la cultura, la economía y la ciencia, que constituyen su legado. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI representan un florecimiento de un Renacimiento del pensamiento católico que inició con León XIII, quien después de haber sido electo al pontificado, se dio a la búsqueda de una forma de comprometer la fe con la vida cultural e intelectual. El Renacimiento leonino floreció a mediados del siglo XX con estudios filosóficos, teológicos, litúrgicos, históricos y bíblicos. Paralelamente a este renacimiento dentro del siglo XX, también surgieron los grandes horrores promovidos desde el leviatán que ha sido el Estado con su tentación totalitaria: el Nazismo y el totalitarismo comunista que condenaron a millones de personas a morir por decreto: 20 millones con las hambrunas promovidas por las fallidas políticas stalinistas, Gulag para los disidentes y los campos de concentración nazis en donde perecieron aproximadamente 6 millones de judíos y 5 millones de Cristianos.  Tanto en Gulag como en Auschwitz hubo mártires de la fe.

                Hoy en día el estado promueve otro Holocausto. Para este Holocausto ya no necesita a un Hitler, ni campos de concentración, ni tan siquiera guerras, tratados de Yalta o conflictos militares. El Holocausto moderno sólo requiere activismo judicial y legislativo para asesinar ‘legalmente’ a millones de bebés no nacidos. El estado se ha llegado a tomar la atribución de determinar cuándo empieza la vida para legislar y justificar este cobarde holocausto. La dignidad del bebé no nacido ha sido reducida a un ‘derecho’ de la mujer que a la vez ha dado lugar a una industria que genera millones para los abortistas y sus lobbies, que son clientes en la cartera del estado servil.

El Secularismo radical es un peligro inminente para todos los creyentes, no sólo para los Católicos, pero ninguna voz ha sido tan coherente en manifestarlo como la voz de Su Santidad Benedicto XVI, una voz Católica que ha defendido la libertad religiosa valiéndose las sagradas escrituras, de la Tradición y de un amplio espectro de corrientes de pensamiento filosófico. Sus advertencias están a la vista del mundo, ya que algunos estados han optado por legislar nuestras libertades básicas recurriendo al activismo judicial en las cortes y a agendas legislativas comprometidas con el estado servil:

  • El Departamento de Salud y Servicios Humanos de la Administración Obama en los Estados Unidos, cuya secretaria es Kathleen Sebelius, católica de nacimiento, ha decretado un mandato dirigido a todas las instituciones religiosas –muy especialmente a las universidades y hospitales católicos- girando instrucciones de que deberán proveer anticonceptivos, abortifacientes y esterilizaciones en sus pólizas de seguros médicos. Esta política tiene por objeto decretar una participación de los propios católicos en la revolución sexual que el estado ha lanzado contra la Iglesia. ¿Inquisición anti-católica?
  • Los ataques a la moral Cristiana y a la ortodoxia se han convertido en el discurso regular del Parlamento Europeo y de otras entidades de la Unión Europea.
  • ‘Star Chambers’, como se les conoce a las comisiones de derechos humanos en Canadá, aplican severas multas en dólares a los pastores evangélicos que se atreven a predicar sobre el concepto del matrimonio según las escrituras.
  • La ‘Cristofobia’ que se percibió el 2003 durante los debates sobre el Tratado Constitucional Europeo, una horrible exhibición que duró meses promoviendo una aversión irracional hacia la relevancia de la moral cristiana en la arena pública, una postura muy común en la órbita de la Civilización Occidental.  Joseph Weiler, un experto en esta materia de jurisdicción constitucional, que es judío ortodoxo, fue quien calificó los debates como actos de Cristofobia.
  • España, el país que hizo posible la evangelización de las Américas ha superado a otros países de Europa con la reingeniería social que auspició durante el régimen del socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Su gobierno promovió esta reingeniería en África.
  • En la Cd. de México, sede del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de las Américas, se han realizado más de 105,000 abortos desde el 2008, cuando se despenalizó el aborto. El primer año hubo poco más de 7,000. El aborto ha ido aumentando en una progresión que supera la de Estados Unidos, tras la resolución Roe Vs. Wade en 1972. Ningún otro estado de la República Mexicana ha despenalizado el aborto. ¡Esa cifra es tan sólo regional!
  • En Inglaterra, existe una organización llamada National Secular Society que criticó los comentarios del Papa durante su visita a Westminster con estas palabras: “La identidad secular del pueblo británico no es algo que deba criticarse, sino más bien es algo digno de celebrar. Hemos rechazado la religión dogmática que carece de compasión”, agregando también que la Iglesia discrimina a las mujeres y a los gays. El Papa Benedicto XVI advirtió que muchos “buscan excluir las creencias religiosas del discurso público, ‘privatizarlas’ por ser un peligro para la igualdad y la libertad, pero la fe no es una amenaza para la igualdad”, sino más bien promueve la dignidad de todos, como hijos Dios y no como peones del estado.

Sus advertencias no deben caer en oídos sordos, sino en conciencias con recta formación Cristiana. Sin embargo, no debemos subestimar el Catolicismo Evangélico del Papa Benedicto XVI, su reto a la cultura de la muerte y al creciente secularismo. La Iglesia hoy en día puede aprovechar la gran oportunidad que le ofrecen los medios para difundir su legado y gracias a varios movimientos se ha organizado tenazmente, ya ha sido posible penetrar en las conciencias de los votantes católicos que están avanzando la Nueva Evangelización a pesar de los obstáculos que interpone la cultura:

  • En los Estados Unidos, este reto ya está generando un realineamiento político gracias a que los Católicos han reexaminado su conciencia. El votante católico ya no tiene esa afinidad automática que tenía antes hacia el Partido Demócrata, ya que este partido ha abrasado la cultura de la muerte, incluyendo la agenda de los grupos pro-aborto.
  • En Inglaterra, también se está observando una tendencia similar de los Católicos hacia el Partido Laborista, que se ha radicalizado y ha acogido una gran variedad de propuestas paganas. Lo que todavía no se define es hacia donde van esos votantes, pero es evidente que ese partido ya no puede depender del voto católico.
Esto mismo se está viendo en otros países de América, donde el votante católico ya demanda una postura más clara de los candidatos, aunque todavía la pobreza es el caldo de la demagogia de los partidos de socialistas que avanzan la agenda ideológica del estado secular.

Independientemente de las tendencias del voto católico, mientras el reto del libertinaje persista en Occidente y continúe definiendo las políticas domésticas y el negligente derecho a la vida que se ha legislado, las corrientes de pensamiento auspiciadas por Juan Pablo II en Evangelium Vitae y por Benedicto XVI en Caritas in Veritate,  insisten promover la justicia social y el derecho a la vida. Ambas seguirán ofreciendo una profunda corriente contracultural similar a la que ofrecieron los seguidores de Wesley en Inglaterra, a principios del siglo XIX cuando se opusieron ellos mismos al tráfico de esclavos. Estas corrientes tendrán una voz coherente y madurarán con una voz pública unificada: la voz del evangelio.  Llegará a ser la voz de la Iglesia en defensa de la vida, de la libertad religiosa y de la dignidad humana, tal como se manifiesta en la vida sacramental, en las Escrituras y en la Tradición, según las enseñanzas del Magisterium.

Antes de su renuncia, el Papa Benedicto XVI dejó ciertos textos inconclusos que seguramente se publicarán a su debido tiempo. Si bien el legado de Su Santidad inició mucho antes de su pontificado, oremos a Dios para que continúe escribiendo aún en esta etapa de su vida dedicada a la oración. Él había dicho que la trilogía de Jesús de Nazaret sería su último libro, pero el Señor lo ha dotado de una espiritualidad capaz de transformar nuestra civilización y nuestras almas. Esta catequesis sobre el estado secular debe continuar. Oremos por él y por su sucesor, el Papa Francisco.

-Yvette Camou-

Bibliografía:

1.        Pope Benedict XVI. ‘Light of the World’. Entrevista con Peter Seewald. Ignatius Press. 2010. Págs. xiii, 43.

2.        McAllister, Joseph & staff writers. “Pope warns of Aggressive Secularism in UK”. National Catholic Register. 09/16/2010.

3.        Merriam-Webster Collegiate Dictionary. Tenth Edition. 1993. Pag. 1057. Merriam-Webster, Inc.

4.        Solzhenitsyn, Alexander Isaevich. ‘Letter to Soviet Leaders’. Harper & Row Publishers. 1974. Págs. 9-10.

5.        Valladares, Armando. ‘Contra Toda Esperanza’. Plaza y Janés. 2001. Págs. 36-41.

6.        Weigel, George. ‘Evangelical Catholicism: Deep Reform in the XXI Century Church’. 2013. Págs. 23, 34, 56, 71, 84. Harper-Collins.

7.        Wiker, Benjamin. ‘Worshipping the State: How Liberalism became our State Religion’.  Regnery Publishing 2012. Págs. 42, 53, 61, 67. 2012.




25 de abril de 2013

Dios no tiene periferias


Dios es infinito y en Él no hay fronteras. Tampoco tiene periferias. Hay que ver lo confundido que estaba: llevo varios días dándole vueltas a esta idea. Primero escribí este título: las periferias de Dios, en plural; luego, lo puse en singular y finalmente he llegado a la conclusión de que Dios no tiene periferias.

Todo comenzó cuando afirmé hace unos días que “el poder genera periferias; el servicio, en cambio, las redime”. En seguida me vino esta idea a la cabeza: el infierno es la periferia de Dios. ¡Vaya! -pensé- esto es curioso. El Amor de Dios puede también producir ese subproducto infernal. Ahí quedó la cosa. Seguí escribiendo como si nada, desarrollando el esquema inicial, pero con esa inquietud que no me dejaba en paz: parecía que así como  el poder genera periferias, así también la omnipotencia de Dios crea la suya. Así que me puse a desarrollar esa idea que parecía tan sencilla. 

Menos mal que, después de varios intentos fallidos, he comprendido que Dios no tiene ni fronteras ni periferias. Él es el Creador y es también Comunión de Personas. Él es Amor y ha llamado a las criaturas racionales y libres a una vida de amor. El infierno –a pesar de lo que dijera Dante en su Divina Comedia, que atribuía su creación a la misericordia de Dios- es la única realidad que no es creación suya. Parece una periferia de Dios, pero en realidad deberíamos más bien decir que sucede justamente al contrario. El infierno ha creado su propia periferia, que es Dios. El infierno no es un lugar, sino un estado, es decir, un espacio espiritual, una intimidad personal que decide expulsar a Dios y marginarlo. El infierno es un poder mediante el que una criatura expulsa al Omnipotente, el cual, oh paradoja, se pliega a tamaña violencia y sale cabizbajo y abatido de esa estancia, dejando en la puerta su omnipotencia. Sí, menos mal que me he dado cuenta de la verdad expresada al principio: el poder que se niega a servir genera sus periferias. Y Dios, que es Amor, se constituye en el primer gran Marginado.

El infierno es en primer lugar una realidad diabólica. Es creación de Lucifer y de sus secuaces.
El mundo de los hombres no es el infierno. Tampoco es el Cielo, claro está. Podría haber sido una periferia de Dios, si Él hubiese permanecido al margen de nuestro destino fatal, es decir, esa existencia miserable que arrastran los hijos de Adán desde que éste –junto con su compañera- se dejaron seducir por la serpiente infernal. Ciertamente el mundo desde entonces ha estado sometido al Príncipe de la Mentira. El poder diabólico sigue su lógica metódica: Dios debe de ser expulsado y no puede haber sitio para Él, quien se convierte tantas veces en la periferia de la vida de los hombres.
Si hubiese habido una posibilidad de redención del infierno, Él la habría encontrado. El infierno no admite redención. El mundo de los hombres no es una periferia de Dios porque Él ha tomado una decisión drástica y definitiva: se ha encarnado para morir en la Cruz y redimirnos. El Dios cristiano es un Dios con nosotros.  La salvación está en acto en todos cuantos creen, puesto que “tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo unigénito para que todo el que crea en Él tenga vida eterna” (Jn 3, 16). El Hijo del hombre no ha venido a juzgar al mundo sino a salvarlo. El único condenado es el príncipe de este mundo. Qué luminosas son las palabras de Cristo en la Última Cena: “El Espíritu debe convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, porque no han creído en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Jn 16, 8-11).

¿Qué pasa entonces con el infierno de los hombres? ¿Acaso no existe? Claro que existe. Es una realidad tremenda y nada despreciable. Pero quienes concretamente son condenados es algo que permanece en el Misterio de Dios. Mientras hay vida hay esperanza y a todos se nos invita a confiar en la Misericordia de Dios, por grandes que sean nuestros pecados. Ahora bien, conviene recordar que el pecado más grave que puede existir en la Tierra es precisamente el que Jesús calificó de blasfemia contra el Espíritu Santo. Este pecado no puede ser perdonado ni en este siglo ni en el venidero. ¿Por qué? Porque quien lo comete se configura en la actitud diabólica, se niega a reconocer su pecado y desprecia el perdón de Dios. Repite en su carne –nunca mejor dicho- la rebelión de los diablos.
Mediante la Encarnación, el Verbo ha asumido nuestra entera existencia, nuestra biografía. Quiere darnos su carne para que podamos vivir una vida como la suya. “A cuantos le recibieron les dio poder de ser hijos de Dios” (Jn 1, 12).

El diablo se empeña en mostrarnos a Dios como el verdadero enemigo. Incluso la idea de que el infierno sea el justo castigo por nuestros pecados es diabólica: así sería verdad que Dios habría creado una periferia, la prisión eterna en la que encerraría a los disidentes y pecadores. El infierno de los hombres tampoco es creación de Dios. Es obra de la criatura que se cierra a la gracia y se llena de sí misma, no dejando espacio en su intimidad ni a Dios ni a los demás. Es ese poder –¡desdichado poder!- el que genera las periferias del mundo. 

Si Dios no tiene periferias, tampoco la Iglesia debería tenerlas. Quizá reconocer cuáles son esas periferias sea el primer paso para eliminarlas. Es imposible que no tengamos enemigos, pero es necesario que nosotros no los consideremos como tales, si queremos ser dignos discípulos de Cristo. 

Joan Carreras del Rincón

23 de abril de 2013

Periferias escondidas


Hoy por hoy ya conocemos un poco la afirmación del Papa Francisco, pero siempre es bueno recordarla textualmente:

“La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia, las del pensamiento, las de toda miseria (…). Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma”.
Don Joan Carreras ha iniciado una serie de reflexiones en sucesivos post que me han parecido muy acertadas y de gran importancia acerca de este tema de las periferias. Deseo de veras que no se detenga y nos acompañe mucho más en esta profundización del mensaje de nuestro querido Papa. Quisiera hoy aportar mi granito de arena en este camino.
Estuve reflexionando y orando y me di cuenta de algo muy importante: las periferias siempre son vergonzantes. Quienes las padecen se ven obligados, además de sufrirlas, a ocultar que las padecen, incluso a veces ocultárselo a sí mismos. El inmigrante sin papeles ha de disimularlo para no ser detenido o deportado. En “La misión del pueblo que sufre”, Carlo Carretto explica cómo una joven madre cuyo bebé muere en sus brazos en el autobús se ve obligada a disimularlo por razones parecidas. Quien no tiene la buena fortuna que los demás tienen, en general, debe esconderlo para no verse además de esa desgracia, aquejado de otra: ser marginado por ello. Y, no nos engañemos, todos tenemos nuestras periferias, más grandes o más pequeñas. Solemos esconderlas bien, que no se noten, no tanto por pudor como por soberbia. Ni siquiera nosotros queremos sabernos necesitados y miserables. Un poco por miedo, otro poco por arrogancia y mucho por pelagianismo. Pelagianismo aplicado: en el fondo creemos que lo bueno que nos sucede, lo merecemos por nuestro esfuerzo, lo hemos ganado solitos o casi y, si damos gracias a Dios, muchas veces es sólo de modo superficial y de boquilla. Recíprocamente, vivimos en una inadmitida convicción de que lo malo que ocurre a otros, es por su culpa. Deshacernos de la parte de esa contaminación que viva en nosotros es esencial para poder salir a las periferias para llevar el Evangelio, la Buena Noticia.
Si las periferias se ocultan habitualmente, ¿cómo las descubriremos, para poder llegar a ellas? Ahí está otro de los factores que influyen: solemos estar demasiado ensimismados, encerrados en nuestro pequeño mundo. Vamos con mil problemas, cosas pendientes, quejas…en un interminable monólogo interno. Es necesario abrirse a la voz del otro, más bien a la voz del Otro, Dios, que nos habla y que muchas veces lo hace también a través del otro. Allí donde hay un hermano nuestro, Jesús vive en Él crucificado de alguna manera. Incluso en mí mismo. Él murió para redimirnos en una periferia, extramuros de la ciudad y de la buena imagen social. Lo hizo para rescatarnos. ¡Ha resucitado! Vayamos con los ojos y, sobre todo, las manos y el corazón bien abiertos para descubrir esas periferias en la que gritar: “Cristo ha resucitado verdaderamente, aleluya”.

Todos tenemos algo que contar, algo que desahogar, una ayuda que pedir. En general bastan una sonrisa, un semblante afable, un corazón que no es altanero, ni chismoso, ni juzga, para que los muros de las periferias comiencen a derribarse. El buen pastor no espera sentado a la oveja perdida, sale en su busca.
                                                                                      

19 de abril de 2013

El poder genera periferias

El poder, en cuanto capacidad de someter la voluntad ajena, genera periferias


El poder humano genera periferias; el servicio, las redime. No se trata de una regla ni pretende ser un principio universal. Se trata simplemente de una reflexión en voz alta.

El poder humano genera periferias: el servicio, las redime. Una frase que merece una explicación o mejor que pretende ser una explicación de esa idea que está en la mente y en la predicación del Papa Francisco. Porque basta que nos pongamos a pensar en el concepto de "periferias existenciales" y surge una conexión con las nociones de poder y de servicio.

Si entendemos el poder como la capacidad de vincular la voluntad de los demás, ya sea por la fuerza o por otros medios efectivos, es comprensible que los círculos o ámbitos en donde se ejercita sean limitados, también en el espacio. Allí donde no llega el látigo, allí se sienten expulsados a morar los que no reconocen la legitimidad del poder. No es casualidad que sean las periferias de las grandes ciudades lugares en los que abunda la delincuencia. Tampoco lo es que los Estados se configuren con criterios de territorialidad, que establezcan sus fronteras y determinen las leyes que deben ser cumplidos en su circunscripción jurisdiccional. La jurisdicción es precisamente eso: la posibilidad de hacer justicia en un determinado territorio, es decir, de hacer cumplir la ley, de hacer efectivo el poder.

La jurisdicción no es universal. Tiene unos límites. Sólo algunos locos han pretendido levantar imperios universales y tener el mundo bajo su bota. Quien osara establecer una jurisdicción mundial o universal sería tildado de loco o de tirano. Y con razón. El poder de los hombres no es universal, por definición. De hecho, ejerce tal fascinación en quienes gozan de él que la filosofía política debe buscar los medios de limitar su ejercicio. Sólo habría una manera de conseguirlo de manera radical. Consistiría en convertir el poder en servicio. Puede parecer una auténtica utopía y probablemente lo sea. No me imagino un poder humano vivido en clave de servicio. En el estado de naturaleza caída, no es posible.

Sin embargo, es precisamente eso lo que ha planteado el Papa Francisco desde el principio de su pontificado: el poder es servicio. Esa es la vocación de todo poder humano, el sentido de la autoridad conferida por Dios a todos cuantos gozan de algún poder en la Tierra. Y su consecuencia correlativa: el deber de las personas de obedecer a los legítimos gobernantes. Esta obediencia encuentra su fundamento en el hecho de que el poder es por naturaleza un servicio a las personas.

En el ámbito de la sociedad y de su actual configuración política -el Estado- esta afirmación del Papa es realmente utópica, pero debería reconocerse como un principio hermenéutico del poder. Ahora bien, de lo que habla realmente el Papa Francisco es del poder en la Iglesia: en la medida que ésta es el Reino de Dios en la tierra, su ejercicio debe brillar por su naturaleza ministerial, es decir, de servicio.

Lo maravilloso es que los últimos Papas han dado un magnífico ejemplo. Han gobernado la Iglesia con un poder que ha brillado como un servicio efectivo a la Iglesia y al mundo. La diferencia está en que el Papa Francisco ha tomado este aspecto como principal objetivo de su pontificado. Todo poder eclesial debe ser comprendido desde su naturaleza más íntima -el servicio- y así debe de ser ejercido. Es una tarea que nos compete a todos: descubrir aquellos ámbitos en los que el poder es ejercido como dominio y control; advertir cuáles son las periferias existenciales en las que este ejercicio ha recluido a muchos fieles. Yo me siento comprometido en esta tarea.

Este post ha sido precedido por otros que siguen una misma línea argumentativa:

1. Lo que no va a cambiar el Papa Francisco
2. Fronteras y periferias
3. Ni repulsivos ni expulsivos


Joan Carreras

16 de abril de 2013

Ni repulsivos ni expulsivos



Una palabra me ha llevado a otra. El cardenal Bergoglio estuvo predicando unos ejercicios espirituales a los Obispos de la Conferencia Episcopal Española en enero de 2006. Ese texto, que él había entregado a los participantes, se ha publicado ahora en España bajo el título: "En Él solo la esperanza" (1). Ahí es donde he leído esa palabra que es poco usual en España, pero resulta muy elocuente: "expulsivos". El cardenal les pedía a los Obispos españoles que no fueran expulsivos. Y explicaba que los Apóstoles lo fueron con mucha frecuencia mientras acompañaban al Señor por los caminos:
En la multiplicación de los panes, los discípulos le van con un planteo al Señor: 'Estamos en despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de arededor y se compren de comer' (Mc 6, 35-36). Es un planteo razonable, pero el Señor responde de manera inesperada: 'Dadles vosotros de comer'. Esta actitud 'expulsiva' es característica de los discípulos y será corregida una y otra vez por el Señor. También querrán que 'despida' rápido a la sirofenicia (Mt 15, 23) y 'regañaban' a las mujeres que le acercaban a los niños para que los bendijera (Mc 10, 13). Por otro lado, vemos también por dónde iban los intereses de los discípulos al ver que muchas de sus discusiones giraban en torno a quién era el mayor. Con firmeza y paciencia el Señor los va corrigiendo" (2).
Está el Papa hablando de las periferias existenciales de la Iglesia. Si las hay es porque los discípulos de Cristo seguimos siendo "expulsivos" con el prójimo. Se suele hablar en estos días de la reforma que el Papa Francisco llevará a cabo en la Iglesia. Pero se olvida muy rápidamente que antes que de las estructuras, el Papa está continuamente aludiendo a un cambio mucho más fundamental: el de los corazones de los fieles y de los pastores.  Deben cambiar las personas. El día que la vida de los todos fieles -y los pastores lo son también - sea reflejo de la Fe que profesan, entonces quizá no sería necesario reformar ninguna estructura eclesial.

Me parece que la manera más radical de ser expulsivos es la repulsividad: actuar de tal modo que las personas no tengan siquiera el deseo de acercarse a nosotros. La repulsividad sería algo así como la expulsividad encarnada. El repulsivo llega a tal perfección en sus hábitos, que logra que los demás se aparten de él y ni se le acerquen. Recuerdo algo que me ocurrió una vez en un autobús de Roma. Estaba yo sentado en uno de los asientos laterales y me extrañó ver cómo los ocupantes de los asientos anteriores al mío se iban levantando uno tras otro y moviéndose a posiciones más alejadas. No lo comprendía hasta que al final también a mí me tocó el turno. Un hedor nauseabundo se desprendía de un mendigo y se extendía lentamente por todo el vehículo.

Los fieles no podemos ser así. Nuestra vida no debería ser nunca repulsiva, porque si lo fuera eso significaría que la Fe no ha llegado a transformarla. San Pablo habló del buen olor de Cristo: "Porque nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo, tanto entre los que se salvan, como entre los que se pierden: para éstos, olor de muerte que lleva a la muerte, para aquellos, olor de vida que lleva a la vida" (2ª Corintios 2,15-16).

El buen olor de Cristo es atractivo. Las muchedumbres seguían a Jesús y se le acercaban. Sentían la atracción poderosa de su persona y les encendían la esperanza los signos y milagros de que eran testigos. En esos momentos precisamente hay que evitar la "expulsividad". Cuando una persona se acerca a nosotros con una inquietud espiritual o con una necesidad, y lo hace porque intuye que somos discípulos de Cristo o porque somos sus ministros, hay una oportunidad de Evangelización que no puede echarse a perder.

En una ocasión, un sacerdote visitaba unas parroquias buscando monaguillos que pudiesen participar en un campamento de verano. En una de ellas, el párroco le respondió con toda seguridad: "Lo siento, pero aquí no hay monaguillos. Los acólitos son todos personas mayores". En ese preciso instante se acercó un muchacho de unos diez años y le intentó preguntar algo al señor párroco. Y éste le dijo: "Lárgate de aquí y no seas maleducado, no ves que estamos hablando. Ven más tarde". El otro sacerdote comprendió en ese momento por qué razón en aquella parroquia no había monaguillos.

Esta mañana, mientras maduraba estas ideas en mi cabeza, me ha llegado una de esas fotografías del Papa Francisco a las que les acompaña un texto. En este caso se trata de un email. Lo transcribo tal cual y siento realmente no poder aportar la fuente. Lo hago en la confianza de que no se trate de un bulo. No tendría mucho sentido. Esta historia explica perfectamente cuál debe de ser la actitud pastoral adecuada, en la reforma que nos propone el Papa Francisco:
Buenas tardes, el motivo de mi email es para contarte una historia maravillosa que nos tocó vivir con el -entonces- Cardenal Bergoglio, hoy el PAPA Francisco.
Mi esposa , mi hijo Eduardo, mi hija Emilie y yo vivimos hace 3 años en Canadá por temas laborales. Hace 6 meses decidimos bautizar a nuestra hija en Argentina y queríamos que el padrino sea mi cuñado Federico Abalsamo. Cuando le preguntamos a Federico, nos dijo que a él le encantaría pero que necesitaba bautizarse para ser padrino.
La familia de mi esposa es una familia mixta Judeo-Católica, ya que la madre de mi esposa es judía y el padre es católico… Los padres siempre le dieron a ellos la opción de elegir su religión…Mi esposa eligió la religión católica…la hermana, Carolina, la religión judía y el hermano, Federico, siempre estuvo mas cerca del catolicismo pero nunca se bautizó….Entonces -esa- era una Buena oportunidad para hacerlo.Empezó a averiguar para bautizarse en varia Iglesias y todas le ponían trabas de cursos o tramites burocráticos para hacerlo…Por ese motivo, Federico nos llamó y nos agradeció que lo hayamos elegido como padrino, pero que no se había podido bautizar por las trabas que había encontrado para hacerlo y que, dado el corto tiempo que faltaba para el bautismo, iba a ser imposible.MI esposa -no resignándose- decidió llamar a la Arquidiócecis de Buenos Aires para intentar hablar con Bergoglio, en aquel entonces Cardenal (eso fue aproximadamente el 15 de noviembre de 2012, 3 meses atrás) pudo hablar con la secretaria de Bergoglio quien escuchó atentamente toda la historia y le dijo que se lo iba a trasmitir al Cardenal. 15 minutos mas tarde sonó el teléfono nuestro….era el mismísimo Bergoglio llamando para preguntarnos en qué nos podía ayudar!!!!!!! No lo conocíamos….no nos conocía…y sin embargo nos llamó!!..Mi esposa le contó nuevamente lo que pasaba y la historia familiar…y Bergoglio le dijo que con mucho gusto iba a bautizar a Federico….que vaya ese mismo sabado a la Catedral que él mismo lo iba a bautizar!!! Cuando Bergoglio termino de bautizar a Federico le dijo que jamás se olvide de sus raíces judías!!!..  Increíble persona!! Y como si eso fuera poco Bergoglio se ofrecio a Bautizar a mi hija….nosotros no lo podíamos creer…que el mismísimo Cardenal Bergoglio bautice a nuestra hija!!!El Cardenal se tomo la molestia de venir desde su casa a la iglesia de San Martín de Tours, un sábado a la tarde a bautizar especialmente a nuestra hija sin conocernos y con la humildad de un grande! Tuve la alegría de conocerlo y de hablar con él y es una persona extraordinaria…me gustaría mucho que publiquen esta historia porque habla mucho de su humildad …y de cómo él piensa e interactúa con las religiones hermanas!!!
Realmente un ejemplo increible!!

Joan Carreras del Rincón
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(1) Jorge Mario Bergoglio (Papa Francisco), En Él solo la esperanza, BAC, Madrid, 2013.
(2) Jorge Mario Bergoglio (Papa Francisco), En Él solo la esperanza, pp. 24-25.

14 de abril de 2013

Fronteras y periferias


Las fronteras son una realidad ambigua desde el punto de vista antropológico. En cierto sentido, del mismo modo que nuestro cuerpo tiene un límite, que es como una frontera en la que se distingue de los demás y al mismo tiempo les une a ellos, así también las comunidades humanas asentadas en el territorio marcan sus límites y se distinguen de las demás.

Podemos emplear el símil de una casa. Los miembros de la familia necesitan espacios de intimidad personal, ámbitos bien delimitados que protegen la identidad y permiten que la comunión enriquezca a todos y preserve lo propio y característico de cada uno. En una casa deben existir muros exteriores que configuran la unidad y también paredes que delimitan el espacio personal de cada uno de los miembros de la familia.

¿Pero qué pasaría si las paredes se convirtiesen en muros? ¿Y qué pasa si los espacios interiores entre los muros son sólo periferia de los ámbitos personales de cada uno de los habitantes? Viviendo en sus castillos interiores, los miembros de la familia sólo compartirían lo estrictamente necesario, lo justo para servirse de lo que necesitan de los demás. Cada uno estaría preocupado de lo propio, permaneciendo insensible a las necesidades de los demás. Lo que sucede en las ciudades, que tienen sus periferias, puede suceder también en los hogares.

El cardenal Bergoglio pronunció un discurso que conmovió a los Cardenales durante el Cónclave. En él se incluían estas palabras: 
"Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria (.../...) Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de “la dulce y confortadora alegría de la evangelizar”.
En la Iglesia no tendrían que existir las periferias ni las fronteras. Es el Sacramento universal de la comunión. Haremos bien en meditar y reflexionar sobre estas realidades, con las que convivimos todos los días. El corazón se nos endurece y permitimos que quede insensible. La Humanidad es una familia mal avenida. En muchas ocasiones, las naciones convierten las fronteras en muros de separación y de exclusión, que con frecuencia relegan a muchedumbres a la condición de presidiarios. Esos muros son reales en muchos ocasiones, es decir, murallas de piedra o de cemento armado. En otras, las fronteras se constituyen sobre los accidentes geográficos. En todo caso, son muchas las veces que se convierten en símbolos de la división y del pecado de la Humanidad. Os propongo tres películas que tienen que ver con las fronteras.

1. Welcome

Desde muy antiguo el mar es símbolo de la muerte y frontera natural de muchos países. El título de esta magnífica película de Philippe Lioret encierra una irónica paradoja. En los felpudos de las casas se suele escribir esa expresión de gozosa acogida o recibimiento: welcome, bienvenidos. Occidente ha difundido por el mundo ese mensaje al mundo entero, una invitación a vivir en este tierra de promisión. El protagonista es un adolescente kurdo que atraviesa a pie todo el continente europeo hasta llegar al Canal que separa Francia de Inglaterra. Al otro lado del mar se encuentra su novia, con la que quiere encontrarse de nuevo, y también la realización de su sueño: ser jugador del Manchester united. 

Sin embargo, las dificultades que experimenta el pobre Bilal son insuperables. Alrededor de la gesta de este adolescente se desvelan las existencias de muchas personas. Los egoísmos y los heroísmos conviven, a veces en los mismos individuos. En definitiva, esta película no puede dejar a nadie indiferente. En nuestra vida podemos caer en la hipocresía. Aparentemente, nos mostramos abiertos y acogedores con nuestros gestos -como el felpudo de la puerta de casa- pero luego no estamos dispuestos a abrir la puerta de nuestra casa a nadie. Cuando no se trata de la puerta de un domicilio sino de la frontera de un país, las situaciones dramáticas y angustiosas pueden afectar a miles de personas.

2. Frozen river (Río helado)

También los ríos, más que ningún otro accidente geográfico, son las fronteras por excelencia. En Frozen riverse se trata de un río que separa Estados Unidos de Canadá, en una zona que constituye reserva jurisdiccional de los mohawk. En la época invernal el río está helado y constituye un medio fácil para hacer ganancias mediante el contrabando. Los protagonistas de esta historia son dos mujeres, una mohawk y otra estadounidense, que intentan sacar adelante a sus familias desestructuradas.


También en esta ocasión, los dramas humanos son conmovedores. En las mismas personas cohabitan la grandeza del amor y la mezquindad del egoísmo. La miseria empuja a veces a hacer cosas que no son lícitas, sin embargo también puede provocar reacciones positivas y solidarias.

3. Trade. El precio de la inocencia.
Aunque de calidad inferior a las otras dos, Trade también cuenta las vidas de mujeres y niños que son víctimas de la opulenta sociedad occidental en la que el comercio sexual no sólo mueve mucho dinero sino también propicia la creación de mafias que secuestran a esas víctimas para introducirlas ilegalmente en Estados Unidos por la frontera mexicana y luego subastarlas mediante internet a pervertidos que están dispuestos a pagar ingentes sumas de dinero por ellas.

Se trata de una película conmovedora. En este caso, las fronteras tendrían que servir para evitar esta salvaje explotación humana, pero en muchas ocasiones lo impiden la connivencia o la pasividad de las fuerzas del orden.

En todo caso, el problema de las fronteras comienza en tu propia casa, en esas paredes que delimitan tu espacio personal pero que se pueden convertir en un muro de segregación en el que o bien nos encerramos, ajenos a los problemas de los demás, o bien impedimos que nadie pueda entrar en ellos.

11 de abril de 2013

La Renuncia del Papa Benedicto XVI







La renuncia de Benedicto XVI, declarada en el consistorio del día de la Virgen de Lourdes, había sido ya anunciada por él en algunos escritos, y al llevarlo a la práctica, lo ha hecho tanto por el bien de la Iglesia como por ayudar a sus sucesores. Ya estaba previsto en el derecho, pero ahora también es un hecho, que ha puesto de manifiesto su humildad. Así como los obispos tienen una misión y luego una di-misión, así también el obispo de Roma puede renunciar a la misión por falta del vigor necesario.

Hace falta vigor para dar ese paso. Lo tenía meditado. Juan Pablo II sería el último en aguantar hasta el final. También es heroica la decisión de renunciar cuando en conciencia ve que es mejor para la Iglesia. Así lo ha hecho. Es el primero en hacerlo, en este sentido. Los demás obispos, también vicarios de Cristo, lo venían haciendo. El obispo de Roma, con la misión de suceder a Pedro, también puede hacerlo. Han cambiado los tiempos, ahora se vive más, y el mundo requiere una participación más activa en la manera de vivir el papado, de ahí que requiera vigor su ejercicio.

La fina inteligencia de Benedicto XVI, su elegancia sin artificio en el estilo, la humildad basada en el estudio, han conmocionado al mundo en este acto de obediencia a su conciencia, allá dentro del corazón donde el alma toca a Dios, sin depender de nadie. Dios se lo ha hecho ver. Todo lo demás, por mucho que se hable de ello, intrigas y políticas eclesiásticas… es secundario frente a eso: no se siente “con el vigor físico y de espíritu necesarios” para continuar con su tarea. Él quiere ser con su vida “colaborador de la verdad”, de la Verdad que es Cristo.  El “humilde trabajador de la viña del Señor” que acogió el ministerio petrino, se retira con la misma sencillez con que aceptó. Señala a Jesús, tiene la sabiduría de saberse como el que está de paso.

No se puede analizar todo lo que ha hecho este Papa en pocas líneas, pero me gusta destacar que es una persona que sabe escuchar. Que en una Europa en crisis, ha dejado de lado la sospecha de la Iglesia sobre los que no creen, para establecer un diálogo fecundo.

La renuncia a lo personal es también respuesta a aquella invitación de “sígueme” que Jesús hizo a los apóstoles y sigue haciéndonos a nosotros. Así lo dijo el otro día: «En los momentos decisivos de la vida, pero, bien mirado, en todo momento, estamos frente a una encrucijada: ¿queremos seguir al yo, o a Dios? ¿El interés individual, o el verdadero Bien, lo que es realmente bien?» Es difícil no encontrar ecos de su decisión, tomada «por el bien de la Iglesia», en estas palabras.

Llucià Pou Sabaté



10 de abril de 2013

Lo que no va a cambiar el Papa



Por Francisco de Borja SANTAMARÍA


El pasado 31 de marzo publiqué en El Comercio un artículo titulado “Lo que no va a cambiar el Papa”. Quería en aquellas reflexiones salir al paso de una actitud, en mi opinión, un tanto extendida, según la cual la Iglesia se habría alejado por completo de la sociedad, se encontraría inmersa en la noche de los tiempos y necesitaría un viraje de 180º; un viraje tan fuerte según algunos sectores, católicos o no, que en realidad se trataría de amoldar el cristianismo al espíritu de nuestra época, a costa de la propia identidad del Evangelio, del cristianismo y de la Iglesia.

Deseaba en aquellas líneas prevenir contra unas expectativas que considero erróneas y que, por otra parte, pudieran con el tiempo degenerar en decepción sobre el Papa Francisco. Dicho todo aquello, creo que es oportuno también un comentario para hablar del estilo del Papa Bergoglio y de las novedades –mejor que cambios, entiendo yo- que está introduciendo.

Una advertencia, antes de continuar, es que resulta inevitable una cierta simplificación, que facilite una comprensión de conjunto, al precio de perder algunos matices. Para comprender lo específico del nuevo Papa puede ayudar, me parece, compararlo con sus inmediatos predecesores: Juan Pablo II y Benedicto XVI. La comparación no tiene por qué plantearse en términos rupturistas, sino de simple diferenciación. En concreto, pienso que una manera de plantear el contraste –a riesgo de simplificar- es comprender que sus predecesores hubieron de emplear una energía colosal en realizar una adecuada lectura del Vaticano II, mientras que el Papa Francisco da ya por realizada esa tarea y lanza a la Iglesia –a los católicos- a la acción. Es decir, tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI se tuvieron que emplear a fondo en llevar a cabo la “hermenéutica de la reforma” del concilio, de la que habló Benedicto XVI. De este modo, el ministerio de estos Papas dio lugar a un ingente magisterio a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuyo principal fruto fue la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (y su posterior Compendio. A la vez, si no estoy mal informado, en ese período se llevó a cabo una discreta reforma del episcopado a nivel mundial, para garantizar que las enseñanzas episcopales fueran acordes con lo que desde Roma se formulaba.

Francisco, como digo, da por concluida la correcta lectura del concilio y ha decidido lanzar a la Iglesia a la efectiva evangelización del mundo. Nos encontramos así ante un papado enormemente dinámico, que resalta, más que la doctrina, la acción y la necesidad de acercarse a las periferias tanto de la doctrina católica –quienes se encuentran lejos de la fe cristiana o no aceptan por completo las enseñanzas católicas- como de la sociedad –los pobres, los que sufren-. Quizá no esté de más una observación, y es que los destinatarios de las palabras y de los gestos del Papa actual no es sólo la jerarquía de la Iglesia, sino también –y quizá sobre todo- los católicos de a pie. Sus mensajes no son tanto para la “institución” Iglesia, cuanto para las personas que la formamos.

Confiado en las virtualidades del Evangelio y del mensaje cristiano, el Papa Francisco nos pide a los católicos que vivamos una fe activa, que nos lleve a salir a todas las encrucijadas de la humanidad, con la seguridad de que Dios quiere atraer a todos los hombres hacia Sí y de que ha dotado a la Iglesia de la capacidad de hacer efectivo ese empeño, en el que resulta nuclear tanto la figura del pobre como la pobreza cristiana. Francisco nodeja de recordar la centralidad que tiene en el cristianismo todo aquel que padece, bien sea la injusticia, bien sea la simple fragilidad o la oscuridad de la condición humana, y la importancia que, para ser coherentes con la fe, reviste el desprendimiento de las cosas materiales. El pontificado de Francisco puede resultar, por ello, un tanto incómodo para muchos católicos, porque, a través de sus palabras y de sus gestos, nos va a poner continuamente delante de los ojos la necesidad de vivir la fe con autenticidad, con una disposición activa, que nos arranque de la comodidad y de la pasividad. En definitiva, no va a dejar de impulsarnos a salir hacia los demás y a demostrar la fe con obras (y con renuncias).

Vistas las cosas con la perspectiva aquí expuesta y con un punto quizá de arrogancia, apetece decir que desde hace al menos cincuenta años (concilio Vaticano II), el Espíritu tiene un plan para la Iglesia, y da la impresión de que lo va sacando adelante.

8 de abril de 2013

Omnes cum petro ad Iesum per Mariam


No me atrevo a decirlo, puesto que carezco de la fuente escrita, pero sí a insinuarlo pues me fío de quien me lo ha contado. Si alguien tiene algo más concreto, en favor o en contra de lo que digo, rectificaré sin pensarlo dos veces. Antes de ser elegido Papa, el Cardenal Bergoglio estuvo rezando ante los restos de san Josemaría en Villatevere (Roma). Esto es algo cierto y podríamos decir que indiscutible, puesto que hay testimonios. ¿Por qué estuvo rezando? Porque san Josemaría le había concedido años atrás un favor muy especial. Como lo sé únicamente por referencias, no me atrevo a escribir aquí cuál fue ese favor especial, pero desde luego es algo curioso y llamativo. Me propongo decirlo en el momento en que me entere, siempre que no constituya una imprudencia.

El caso es que esto me ha traído a la mente lo mucho que san Josemaría rezó e hizo rezar por los romanos Pontífices. Tenía una fe que se podía cortar, decía él con gracia. Una fe petrina y mariana. Una fe -a prueba de bomba- en la Iglesia, a la que enseñó a muchos a amar con todo el alma. 

De hecho, en la bula de canonización la jaculatoria con que titulamos este post fue citada por Juan Pablo II como una de las que compendian la entera vida de este santo contemporáneo nuestro:
Domine, ut videam! (cfr. Lc 18, 41),Domina, ut sit! , Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam! , Regnare Christum volumus! (cf. 1 Cor 15, 25),Deo omnis gloria! (cf. Canon Romano, doxología). La biografía del Beato Josemaría se puede compendiar en estas jaculatorias. Comenzó a rezar las dos primeras cuando contaba apenas dieciséis años, al percibir los primeros barruntos de la llamada divina. De este modo expresaba el ardiente deseo de su corazón: ver lo que Dios quería de su vida, para tratar de cumplir amorosamente la voluntad del Señor. La tercera jaculatoria, que aparece con frecuencia en los escritos de sus primeros años de sacerdocio, revela cómo su celo por las almas iba unido a una firme fidelidad a la Iglesia y a una profunda devoción a la Virgen Maria, Madre de Dios. Regnare Christum volumus! : estas palabras resumen su constante preocupación pastoral por difundir, entre todos los hombres y mujeres, la llamada a participar, en Cristo, de la dignidad de los hijos de Dios, viviendo sólo para servirle: Deo omnis gloria! (1)
Efectivamente, uno de los escrito en los que aparece esta jaculatoria es en el punto 833 de Camino:
"Si tú quieres..., llevarás la Palabra de Dios, bendita mil y mil veces, que no puede faltar. Si eres generoso..., si correspondes, con tu santificación personal, obtendrás la de los demás: el reinado de Cristo: que "omnes cum Petro ad Jesum per Mariam" (2).
No me cabe duda de que le debo a san Josemaría mi amor al santo Padre y mi deseo inquebrantable de que la Fe se apoye en quien es la Piedra o fundamento de la unidad de la Iglesia. Él le inculcó a todos sus hijos esta fe y este amor a la Iglesia, que son teologales, es decir, que forman parte del don de la gracia de Dios y no se basan en razones humanas.
Desde ese día, y durante los veintinueve años que vivió en la Ciudad Eterna, el Fundador del Opus Dei acudió muchas veces a rezar ante la basílica vaticana y el apartamento papal. Cuando se desplazaba por Roma, procuraba siempre que era posible pasar por San Pedro y, desde el borde de la plaza, sin descender del coche, rezaba un Credo por la Iglesia y el Romano Pontífice. Don Álvaro contó en alguna ocasión san Josemaría intercalaba algunas palabras: al llegar a "Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica", decía tres veces seguidas: "Creo en mi Madre la Iglesia Romana, y añadía: a pesar de los pesares". Un día, creyó oportuno contar esta devoción suya a Mons. Tardini, que fue Cardenal y desempeñó el cargo de Secretario de Estado en el Vaticano. Éste le preguntó qué quería decir con esa expresión."Sus errores personales y los míos", respondió san Josemaría (Monseñor Álvaro Del Portillo, Entrevista sobre el fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1993, pp. 14-15.) (3).
San Josemaría creía en la Santidad de la Iglesia, pero no era ingenuo. La Iglesia es inmaculata ex maculatis -sin mancha pero formada por pecadores-. Aunque nosotros -quienes la componemos podamos pecar y pecar muchas veces al día- ella sigue siendo inmaculada. Desde el Romano Pontífice hasta el último de los fieles no se escapa nadie. Ahora bien, es frecuente oír hablar de los pecados de la Iglesia, incluso entre los predicadores y los teólogos. La Iglesia es santa y meretriz, se dice a veces, con frase de sabor protestante que no tiene ningún apoyo ni en las Escrituras ni en la Tradición ni en el Magisterio de la Iglesia. La conciencia de nuestros pecados no debe hacernos perder este punto de la Fe teologal que expresamos en el Credo y que san Josemaría repetía tres veces seguidas, añadiendo esa apostilla: a pesar de los pesares.

Esta mañana he estado predicando a un curso de alumnos de trece años de edad acerca del Papa Francisco. Al acabar, les he pedido que formulasen las preguntas que quisieran. Entonces, uno me ha preguntado si a mí me gustaba este Papa. Se ve que algo de mi discurso le ha podido hacer pensar que sintiera disgusto por él. Y le he respondido de corazón: este Papa me gusta muchísimo. Eso no significa que me guste más que los que hemos tenido. Cada uno es distinto y todos me han gustado mucho.

Luego, he escuchado cómo mons. Munilla hacía una valoración interesante en su homilía de ayer en la catedral de Sansebastián: Juan Pablo II simbolizaba la Esperanza; Benedicto XVI, la Fe y el papa Francisco, la Caridad. Me parece muy bien visto.


Joan Carreras del Rincón
Sacerdote incardinado en el Opus Dei

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(2) Camino, 833

5 de abril de 2013

LA PASCUA DEL SEÑOR, ESPERANZA DE LOS PUEBLOS


¡Felices Pascuas de resurrección! Este es el grito jubiloso que brota del corazón de los creyentes y  resuena en los templos, haciéndoles vibrar de entusiasmo.
Pero ¿qué significa concretamente esta Pascua en la vida cotidiana de los creyentes en particular, y de nuestro pueblo en general? Si alguien nos preguntará qué significa Pascua, quizá nuestra mejor respuesta sería “esperanza”. Pascua significa esperanza: de vida, de paz, de alegría, de justicia y santidad, de amor, en fin, de todos esos anhelos y proyectos que dan sentido al caminar cotidiano en la vida de las personas.
Pascua significa esperanza porque es la negación del desaliento y la superación del conformismo derrotista. Veámoslo en el Catecismo de la Iglesia católica: La virtud de la esperanza responde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.” (Catic # 1818).
Vista así las cosas se entiende la siguiente afirmación: Urge experimentar la Pascua del Señor. Sí, porque urge a nuestro pueblo recuperar las razones para la esperanza. La semana santa (que no el Triduo Pascual) es una oportuna demostración de lo afirmado: ¡millones! son los que se han movilizado escapando de la rutina de la vida diaria, del insoportable calor, de lo gris del cielo y de sus ánimos abatidos por la falta de todo tipo de oportunidades y sin esperanza de superación. ¡Sin esperanzas! Cuántos de estos vacacionistas salen a “turistear” sin esperanzas que a la convivencia familiar, al descanso corporal o al desorden moral de esos días siga un retorno confiado, esperanzado, optimista, alegre, luminoso a sus hogares. Al contrario, las larguísimas colas de vehículos de todo tipo de los que el fin de semana regresan a sus hogares, rebosan de rostros cansados, mal humorados y de ánimos conformistas con la dura realidad de volver nuevamente a la rutina desalentada de la vida diaria.
 ¡Urge a nuestro pueblo motivos para la esperanza! ¿La Pascua del Señor puede ser una respuesta para ellos? No es que pueda, es que DEBE SER. Pero esto depende y es en verdad muy relativo. No por el mismo Señor en sí, cuya Pascua es verdadera, con todo el poder de gracia de su resurrección. Depende de los creyentes y de cuál haya sido su real y profunda vivencia de la Pascua del Señor en estos días del Triduo. Y el mejor examen de esa vivencia por parte de los cristianos es precisamente nuestra capacidad de llevar luz, de llenar de vida y de esperanza las realidades cotidianas del pueblo.
Que nuestras celebraciones del Triduo Pascual no se queden en meros ritualismos autocomplacientes, en los que al final nos sentimos satisfechos por lo bien y lo lindo que nos quedó todo (procesiones, monumentos, dramatizaciones, cantos, decoraciones y todo un largo etc),  aunque al terminar todo no hacemos más que regresar nosotros también a la rutina descolorida de una religiosidad sin compromiso ni conversión, sino que nos han llevado a quienes celebramos religiosamente esos días a renovar en nosotros el poder, la gracia y el amor de la resurrección, quedará demostrado y en evidencia por los frutos que estas celebraciones pascuales traigan a nuestros pueblos.
El Domingo de Resurrección trae consigo dos voces que se complementan como dos coros: la de los ángeles, que anuncian la resurrección (“No está aquí, ha resucitado”) (Lc. 24.6) y la Pedro, que al frente de la Iglesia grita ante el mundo: “Nosotros somos testigos” (Hc. 10,39). Pues bien, eso es lo que necesita nuestra amada Honduras, testigos de la resurrección:

-- Testigos de paz y serenidad en nuestras calles, tan llenas de rostros amargos y ánimos violentos.
-- Testigos de diálogo y unidad en nuestros hogares, desintegrados en conflictos intrafamiliares.
-- Testigos de alegría y ánimo en el Señor en nuestros centros de trabajo, donde las pláticas girarán más
bien sobre los excesos y abusos consumistas y morales de muchos que solo agotando el cuerpo y el   alma creen poder disfrutar.
-- Testigos del compromiso por el bien común y la justicia, en medio de una sociedad acostumbrada a
    quejarse… y agachar la cabeza, para que otros, desde el Congreso, el Ejecutivo o cualquiera de los   
   fácticos que controlan este país hagan de nuestro presente y nuestro futuro lo que más les convenga a   
   sus intereses egoístas.                                             
-- Testigos del derecho a la libertad de expresión que brota de la verdad del evangelio ante el abuso de muchos medios de comunicación que la manipulan y tergiversan según sus negocios, pero también ante una pretendida mordaza ante esta libertad por un proyecto del Ejecutivo a presentar en el Congreso Nacional.
-- Testigos de la integridad y la dignidad nacional ante quienes quieren repartirse el país en porciones que bajo el disfraz de “ciudades modelos” negarán la igualdad de todos a tener las mismas oportunidades de desarrollo, a la vez que entregan la patria a intereses foráneos.
-- Testigos de la justicia ante la impunidad con que galopa la corrupción pública y privada.
-- Testigos del derecho a la seguridad pública, empezando por la tan retrasada depuración de la policía nacional.
-- Testigos del derecho al trabajo, a la salud, a la vivienda, a la educación, en fin, a todo esto que contribuye a hacer digna la vida humana.
-- Testigos de la defensa del voto de cada ciudadano ante el próximo proceso electoral, tan expuesto al manoseo de los políticos de siempre.

En fin, testigos de santidad y justicia social. Los testigos son promotores, los promotores son comprometidos y perseverantes con la causa del evangelio. Esta es la Pascua que necesita nuestra Honduras, la Pascua de los testigos de la resurrección. No necesitamos más de lo mismo, necesitamos que esas mismas procesiones, celebraciones, dramatizaciones, cantos, flores y decoraciones, en fin, todo eso tan agotador que realizamos durante el Triduo Pascual tenga sabor a nueva evangelización, que empapa y da a las realidades temporales en las que cada día vivimos, sentido y sabor a Jesucristo resucitado.
 ¿Tendrá nuestra Honduras en aquellos que hemos celebrado la Pascua verdaderos testigos de la resurrección? A partir de hoy, el tiempo lo dirá.
¡Felices Pascuas de resurrección!
 P. Rafael Alvarado.